Ya hemos hablado en la entrada del #28N: No olvidéis el poder que tenemos e incluso de soslayo en La industria discográfica, editorial y la Santa Inquisición, sobre las ventajas a nivel de distribución y llamamiento que han supuesto el formato digital y la era de internet.
Ahora es posible contrarrestar de forma aparentemente eficiente todo aquello que juega en contra de nuestros intereses, usando herramientas actuales que llegan de forma inmediata a los interesados, y se viralizan en cuestión de horas a millones más en cualquier lugar del mundo, contando o no con adeptos que simpatizan el movimiento inicial.
Esto ha permitido parar situaciones de gran envergadura sociopolítica, como el que hace poco atentó contra el bloguero Pablo Herreros, y que Telecinco tuvo que echar hacia atrás (por supuesto, ofreciendo una escusa absurda para salir del marrón). Incluso movimientos como el de #FreeAndOpen que promueve Google contra la UIT, que intenta sentar unas bases legales para regular el acceso y uso de internet por los gobiernos, hacen partícipes de su ideología al resto de usuarios, permitiendo que en apenas unos segundos delante del ordenador te vuelvas un puro activista.
Pero es esta misma facilidad de actos la que suscita un renovado escepticismo. Tus decisiones ofrecen con este método una lectura secundaria, que no aparece con frecuencia en el mundo real, y que encima dicta buena parte de nuestros comportamientos. Lo que haces en la red es visible para tus amigos.
Banalidad en el activismo digital
Desde el “Me Gusta” de Facebook, así como la firma de Change.org, los hastag de Twitter o el +1 de Google+, todo queda visible para tus conocidos, creándote una reputación virtual que tiende a extrapolarse a la vida real. Mostrándote claramente en contra de los movimientos antisociales en la red, accedes al rango de activista en el mundo real, aunque no hayas movido un dedo en él.
Evgeny Morozov señalaba en su libro El desengaño de Internet esta condición que disturba la fidelidad de los actos y decisiones simpatizantes con un movimiento cuando éstas se producen en internet:
El problema del activismo político que las redes sociales facilitan es que suele producirse no por el compromiso con las ideas y la política en general, sino más bien para impresionar a los amigos. Es decir, no se trata de un problema provocado por Internet. Para mucha gente, impresionar al prójimo defendiendo causas muy ambiciosas, como salvar la tierra y poner fin a otro genocidio, tal vez sea la razón principal de unirse a varios clubes de estudiantes en la universidad, pero ahora es posible exhibir en público la prueba de la pertenencia a una organización.
Más aún, el propio sino de las redes sociales propicia la “recompensa [de] las aptitudes del narcisista, como la autopromoción, seleccionar fotos halagadoras de uno mismo y tener más amigos que nadie“, según una encuesta nacional de 2009 llevada a cabo entre 1.068 estudiantes y dirigida por investigadores de la Universidad Estatal de San Diego, lo que lleva a pensar que buena parte de ese apoyo mediático en la red viene propiciado por intereses personales de mostrar al mundo una ideología y un comportamiento que quizás tras la pantalla compartamos pero no nos hagamos partícipe de él con nuestros actos.
Por supuesto, abordamos el tema desde un punto de vista escéptico, y es posible que teniendo en cuenta el profundo cambio en las relaciones humanas de estos últimos años, éste nuevo factor no es tanto si consideramos que la diferencia entre mundo online y offline cada vez está más difuminado en nuestra vida.
¿Somos lo que hacemos? Sí, pero ¿hasta qué punto cobra más importancia las acciones analógicas y hasta qué punto las virtuales ofrecen una verdadera objetividad?