gueto polonia viaje


La fotografía que ilustra esta pieza la saqué estos días aprovechando mi viaje a Polonia (de ahí la inactividad de la semana pasada), justo frente al museo judío de Varsovia.

Recorrer lo poco que queda del gueto judío es recorrer una trágica pieza de nuestra historia reciente. Bajo estas calles sinuosas llegaron a morir más de 400.000 ciudadanos. Simplemente porque eran “distintos”.

Corrían principios de los años treinta, y la situación no era tan distinta de la vivida en nuestros días. Intereses políticos y estratégicos se unieron a un escenario hostil para el ciudadano. La revolución industrial desplazaba rauda el trabajo manual en favor del trabajo especializado, cobrándose, de mala fortuna, varias de esas generaciones de trabajadores.

Los que hasta entonces habían tenido un puesto casi asegurado de pronto sentían miedo por su futuro. Los jóvenes, a los que se les había prometido un trabajo digno, despertaban a una realidad laboral cuanto menos poco halagüeña.

La panorámica perfecta para el auge de gobiernos populistas.

¿Le suena de algo?

La segunda guerra mundial se llevó con ella millones de víctimas mortales. No hubo ganadores. Todos, absolutamente todos, perdimos. Y si de algo valió fue para que a su término nos diéramos cuenta de la importancia que tenía el buscar puntos en común.

Décadas más tarde surgiría de las ruinas de todos esos reinos caídos una promesa. Europa, o lo que es lo mismo, el intento de unificar diferentes gentes con el único propósito de remar en la misma dirección. Y de verdad que la nueva era compleja de materializar. Vaya si lo era…


EEUU se montó con el mismo objetivo, pero es que a las gentes de aquellos lares ya les unía un mismo idioma (dos si incluimos todo el territorio “robado” a México). En Europa somos 28 países, con 23 lenguas oficiales, y con una cultura de guerras y alianzas que no se cuenta en décadas, sino en siglos. Que nuestros antepasados fueran capaces de anteponer el bien común a sus propios intereses es, sin lugar a duda, una verdadera epopeya. Un legado que deberíamos recordar y salvaguardar con cautela.

Estos últimos años, sin embargo, está naciendo un nuevo sentimiento de rechazo.

De nuevo a los de mi generación nos prometieron un trabajo digno siempre y cuando nos formáramos adecuadamente. Lamentablemente, estamos viendo que aquella crisis económica de principios de siglo solo era la antesala de una crisis social y laboral de mayor calado.

Gracias a la Unión Europea el continente ha vivido el periodo de tiempo más largo de su historia sin guerras internas, y esto ha permitido que mis abuelos un buen día pasaran de no tener agua corriente en casa a que de pronto la tuvieran. Que mis padres llegaran incluso a ver en su infancia cómo del grifo, además de agua fría, empezó un buen día a soltar agua caliente. Esto, que nuestras generaciones hemos tenido tan asumido, se ha dilapidado cuando, de pronto, e incapaces de hacer frente a los gastos de las facturas, a algunas familias se les haya negado la calefacción, la luz, o peor aún, el hogar.

¿Cuánta gente de mi quinta conozco que, pese a haber estudiado una carrera y estar comprometidos con la búsqueda de trabajo, se les niega el acceso a uno? ¿Cuántos compañeros tengo malviviendo con trabajos basura?

Son tiempos complicados, y son tiempos en los que el ciudadano de a pie pide cambio. Si los que han estado hasta ahora al frente (la Política en mayúscula) no han conseguido dar salida a esa frustracción general, quizás lo hagan esos nuevos “del cambio” que hablan sin tapujos señalando con el dedo a los causantes de todo este mal.

Para la Alemania del social nacionalismo la culpa de la falta de trabajo, del trabajo basura, de la pérdida de las garantías que las generaciones anteriores les habían prometido, y del futuro incierto al que parecían abocados a vivir, era de los judíos. Para el EEUU de Trump, todo esto tiene dos claros culpables: los mexicanos y los chinos. Para la Francia de Le Pen, los magrebíes.


En Países Bajos, por citar uno de los últimos países en celebrar elecciones, el segundo partido político más votado es… De extrema derecha (ES). ¿Y su programa? Puramente proteccionista: prohibir el Corán y las sinagogas, cerrar fronteras , endurecer los requisitos para extranjeros.

Porque esa es otra. Si tan bien vive un marroquí en nuestro país, ¿Por qué no hacemos lo mismo y nos vamos nosotros a otro? ¡Si al parecer todo son ventajas cuando eres inmigrante! Cuando no tienes donde caerte muerto, el Estado se encarga de todo.

La realidad, amigo mío, es bien distinta.

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Por supuesto que la Seguridad Social está para ofrecer unas garantías mínimas para todos. Si no tengo capacidad para hacer frente a los gastos, me beneficiaré más de ello. Si puedo pagarlo, es mi deber hacerlo. Si cobro más que la media, pagaré más, ya que tengo que cubrir con mi aportación tanto mis necesidades como las de aquellos que no pueden.

Es muy bonito quedarse con la primera parte. Es una putada lo segundo. Pero lo uno sin lo otro no existe.

Recuerde, hoy son ellos, quizás mañana seamos nosotros.


Lo que me lleva a hablar nuevamente de la importancia de estar unidos.

Que Trump imponga mayores aranceles para todas aquellas empresas interesadas en buscar mano de obra barata en Latinoamérica, Asia o África, no soluciona el problema de la falta de trabajo, ni mucho menos de la calidad del mismo. El problema, si queremos verlo así, es la automatización que imponen las nuevas tecnologías. Y es un camino que nos guste o no no tiene vuelta atrás.

Que un país como Reino Unido plantee separarse de la Unión Europea no lo hace, de facto, más competitivo, sino justo lo contrario. Es pan para hoy hambre para mañana. Y lo mismo aplica a todos aquellos que quieren ver la panacea en el independentismo.

Cerrar las fronteras a inmigrantes de una u otra etnia ni consigue mejorar la seguridad nacional (no hay más que ver cómo en la mayoría de últimos atentados del DAESH los terroristas eran ciudadanos del propio país), ni mucho menos “creará más y mejores puestos de trabajo”. Diferentes culturas SIEMPRE suman, y recalco, el “enemigo” de la industria no es otra persona, sino una máquina.

Pienso todo esto en el viaje de vuelta, y no puedo evitar sentir cómo se me revuelve el estómago.

No me gustaría que nuestra generación fuera recordada como aquella que decidió romper la unidad, obcecada en mirarse al ombligo, y obviando que los problemas se deben a otras causas muchísimo más complejas y abstractas.

Porque en el momento en el que no estamos unidos, estamos separados. Y la separación nos lleva el miedo, a la incertidumbre, y con ello, a la hostilidad que mencionaba al principio de este ensayo.

El proyecto europeo no es perfecto. Ni muchísimo menos. Y la inmigración supone un impacto cuyos efectos son muy complejos de analizar sino es bajo múltiples ópticas y en diversos escenarios.

En la entrada de uno de los barracones de Auschwitz, campo que visité este fin de semana, habían colocado una placa que rezaba:

El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.

Seamos consecuentes con lo aprendido en la historia de nuestros antepasados y, sobre todo, no cometamos los errores que ellos cometieron.