Feed tinder


Sigo dándole caña a esto del Tinder, aunque sea desde el interés profesional.

Ya le dediqué una pieza en su día al impacto que los servicios de contactos tenían en la manera en la que la sociedad mantiene relaciones, tanto para bien como para mal, e incluso recientemente me he animado a explicar cómo alguien podría obtener mucha más información de nosotros de que la que a priori se muestra en nuestros perfiles, así como la forma que tenemos de disminuir este riesgo.

Desde entonces apenas le he hecho mucho caso. Es más, parte del tiempo lo he tenido en modo oculto, y actualmente tengo de imagen principal una disfrazado de Halloween que, sinceramente, da miedete. Ese es el nivel :).

La idea por tanto sería, si al final me animo (me lo habéis pedido mucho, y un servidor es muy sacrificado con la audiencia G.G) a profundizar un poco más en cómo dependiendo de la tipología de perfil que te hagas atraerás a una u otra tipología de potenciales parejas.

En este tiempo hay que reconocer que he visto de todo. Desde los típicos scams que prácticamente te saludan y te pasan un enlace a una página fake para robar datos/cobrarte/suscribirte a servicios premium de SMS, pasando por aquellas que ni saben lo que quieren, por las que dan Match y luego no hablan, y cómo no, por las que van a lo que van.

Y es que sí, a las tías también les gusta follar y algunas, como es normal, así te lo dejan claro a la primera de cambio. Otras, sin embargo, buscan algo más, por lo que dependiendo cómo enfoquemos el perfil es más probable que demos con uno u otro perfil.

Lo dicho, que si sigo con ganas en algún momento prepararé un tutorial al respecto. El mayor problema va a ser precisamente que siga con ganas, y ahí entra la presión que me hagáis por estos lares, jeje.


Pero vamos a hablar de lo que quería hablar hoy, y no es más que la tendencia que está siguiendo el mercado a la hora de democratizar el uso de estas aplicaciones.

De algo casi prohibido al mainstream

Para mi madre una aplicación de esto es poco menos que irse a un prostíbulo.

Es algo que claramente está mal, que solo lo utilizan “puteros” y “busconas”, y que de ahí nada se puede sacar más que una ETS y algún jaleo de cama.

La realidad es que hoy en día buena parte de los solteros (y unos cuantos que no lo son, G.G) de países desarrollados han tenido o tienen un perfil en uno de estos servicios. Ha pasado en cuestión de apenas unos años de ser algo dirigido casi a esos bichos raros sin capacidades sociales que se ocultaban en la habitación de la casa de sus padres, a algo que al menos entre los de nuestra generación está más que extendido, y que como expliqué en aquella primera pieza, se posiciona ya como el tercer modo de conocer potenciales parejas, solo superado, y apenas por un escaso porcentaje, por los círculos vecinales y por los bares y restaurantes.

Esto tiene un efecto claramente positivo, y es que incluye mayor diversidad en un escenario que históricamente estaba reducido al ámbito de amistades cercanas. Mayor apertura, ergo, mayor heterogénesis en las parejas, mayor interracialidad, y por ende, una evolución genética más rica.

Además, es curioso que por primera vez en la historia factores como los intereses y gustos culturales pasen de un segundo o tercer término a ser junto al factor físico uno de los más importantes. La mayoría de conversaciones empiezan de esa manera, con el típico ¿a qué te dedicas? ¿qué aficiones tienes?. Algo que en la manera “tradicional” de conocer a una potencial pareja suele venir dado después de unas cuantas citas.

Bajo este prisma recupero un estudio realizado ya en el 2009 por la UCL (University College London), en el que se apuntaba a la importancia que tenían las mecánicas de gamificación a la hora de elegir a nuestros potenciales compañeros (EN). Factores tales como las inversiones, los comportamientos de riesgo-recompensa y, en definitiva, el propio factor lúdico de enfrentarse a un escenario desconocido, son críticos a la hora de establecer ese primer acercamiento, y mantener por tanto el interés en fases posteriores del ligoteo.


Y es ahí donde estos servicios han conseguido sacar pecho. Prácticamente estamos ante un sistema de gamificación profundamente básico (generalmente del perfil solo vemos su foto, su edad y si eso el nombre que se haya puesto, pudiendo con un simple swipe dar a que sí o a que no).

Lo curioso del estudio es que los investigadores llegaban a la conclusión que lo mismo un porcentaje significativo de las personas no necesitan realmente amor, sexo o amistad, sino sentirse validados. Una validación que se puede obtener de forma rápida (y vacía, todo hay que decirlo) en este tipo de servicios, redes sociales más genéricas incluidas.

Hablamos de simplificar a su mínima expresión el ligoteo. De resquebrajarlo, descomponerlo, y luego sintetizarlo en un sistema digital que tiene como objetivo conectar a personas, sí, pero sobre todo ofrecer esa gamificación y retroalimentación de la que Facebook ya es maestra.

Lo cual me lleva al siguiente punto que quería tratar en esta pieza.

La democratización tiene también sus consecuencias

Y no todas son positivas.

Recientemente conocíamos que Tinder está probando una nueva funcionalidad con la que dotará a los perfiles de una suerte de feed de actualizaciones (EN) que sacaría de las cuentas asociadas al perfil del usuario. Por ahora, Instagram y Spotify.

Ya expliqué en su momento que me parecía una mala idea asociar cuentas a un perfil como éste, y aunque entiendo que el objetivo buscado es bueno (el mayor hándicap que presentan estas plataformas es la confianza que podamos depositar en la otra persona, y añadiendo estos perfiles humanizamos a quien tenemos delante), el problema viene por los usos tergiversados que acaba teniendo.


¿El más habitual? Aquellos que no han conseguido un Match con alguien que les interesa, bien podrían saltar de su perfil al perfil de Instagram y “acosarles” por allí.

Aunque lo mismo aquí estoy pecando de abuelo cebolleta, y bien es verdad que deberíamos empezar a plantearnos quitar todos los prejuicios que hoy en día seguimos teniendo de los servicios de contacto.

Que pueden haber nacido con esa función, pero cada vez veo más gente que está utilizándolos como un escaparate más (perfil con fotos profesionales y en la descripción enlace a su página de o su porfolio colgado en Instagram).

Si al final pasamos de un servicio de nicho con un objetivo muy claro (conocer personas), a otro en el que quien más quien menos tiene un perfil ya por allí. Si empezamos de una vez a entender el sexo y el amor como lo que es (un elemento más de la vida). Si aceptamos utilizar con madurez las plataformas digitales, tengan el nombre que tengan, intentando tener una presencia digital adecuada, lo mismo en algún momento deberíamos plantearnos romper esa barrera.

Ya le digo que un servidor no está todavía en ese momento, pero torres más altas han caído…

Malos usos va a seguir habiendo siempre. Pero es deber de las plataformas ofrecer las herramientas adecuadas a sus clientes para combatirlos, o aunque sea, minimizar su impacto.

¿El resto? Venir del propio interés del usuario porque el servicio le sea útil para lo que busque. Sea amor, sea trabajo, sea simplemente aumentar el ego o la confianza en sí mismo.