Comparto por aquí la pieza que recientemente enviaba al IV Concurso de Diarios de Viaje de “Nómadas” (ES), con mis apuntes sobre Shekhawati, en el viaje que hice hace ya un par de años a la India, y que sin duda ha sido uno de los viajes más enriquecedores que he hecho en la vida.
Sobra decir que al final no he resultado ganador, pero oye, que nunca viene mal recordar viajes pasados.
Un texto en el que me pregunto cómo puede ser que aquellas gentes siempre tuvieran una sonrisa en la cara, que para colmo se sentía verdaderamente sincera, cuando en su día a día tienen que enfrentarse a situaciones que van más allá de “la chica que me gusta no me agrega a FB” o “He perdido una puja en Ebay”, hacia derroteros en los que la supervivencia tiene mucho que decir. El a ver si en este afán de crear una sociedad garantista hemos perdido también la alegría de vivir…
Y lo ilustro con una de las páginas del álbum que tengo hecho para (más o menos) cada viaje chulo que me hago. Una manera muy cómoda de revivir experiencias años después de haberlas experimentado en carnes propias.
Espero que lo disfrute:
Los olores, los animales salvajes, el continuo ruido de los cláxones, la basura en el suelo,… La falta de higiene hace que el paso se vuelva, hasta cierto punto, un viaje de aventura.
Nuestras defensas naturales, aletargadas por decenas de años de delegación de sus labores en productos químicos, empobrecen la experiencia y te hacen vivir en un permanente estado de alerta. Del grupo con el que coincidí en el viaje creo que todos hemos pasado por varios problemas estomacales, aún cuando únicamente bebemos agua embotellada y comemos en lugares considerados, en principio, seguros (hoteles y restaurantes).
Llevo ya cuatro días conociendo las sinuosas y precarias carreteras del Rajasthan, al norte de India, y todavía me falta más de la mitad del viaje. Pero tengo claro que Shekhawati, un pequeño pueblo obviado en la amplia mayoría de circuitos turísticos, se alojará para siempre en mi corazón.
Aquellos negocios al aire libre, las moscas pululando en derredor de una carne colgada a la intemperie, el reguero de mierda que circula en ambos extremos de lo que los de la zona llaman carretera. Esa vaca esperando junto a una puerta, ese perro escuálido que se acerca con la esperanza de compartir contigo alguno de los múltiples parásitos que cohabitan en su cuerpo, esa silla de barbero que hace las veces de mesa de trabajo para una costurera, esos rostros…
Visitar Shekhawati es enfrentarse al mayor de los miedos de un ciudadano europeo: el darse cuenta de que nuestros problemas no son nada comparados con los que tiene en el día a día el ciudadano de la India. Que en nuestro afán proteccionista hemos creado un ecosistema artificial puramente garantista, y en todo caso, alejado de la realidad que viven nuestros vecinos.
Shekhawati es el MalPaís de la obra de Huxley, y un servidor, a quien solo le falta taparse la boca con un paño mentolado, no puede más que sentirse el Bernard de “Un Mundo Feliz” en el momento de enfrentarse con la cruda realidad más allá de la frontera.
Porque en esa búsqueda de El Dorado que nuestros antepasados esculpieron a fuego en todos y cada uno de los elementos que dan forma “al mundo civilizado de” Occidente, hemos olvidado disfrutar de los placeres del día a día.
Porque en esos rostros, magullados de batallas anteriores, deteriorados por la erosión de la experiencia, no veo más que una sonrisa, que para colmo se siente especialmente viva.
Quizás sea cierto eso de que la felicidad se encuentra en el interior de uno mismo. Que el dinero no da la felicidad, y que lo único que necesitamos para hallarla es aceptarnos primero tal y como somos.
Pero me da que por detrás hay algo más que se nos escapa. Algo cultural, salvaje y profundamente interiorizado en estas gentes. Algo que de buena gana querría aprender en los días que me quedan por estas tierras…