asimetria social

Hubo un tiempo en el que a Facebook no lo tosía nadie.


La red de Zuckerberg supo adelantarse a las necesidades de la sociedad… ofreciéndole una plataforma donde todo giraba alrededor de la reciprocidad social (al pedirte amistad y tú aceptar, ambos empezamos a seguirnos, y eso nos permite ver lo que el otro publica).

Por aquel entonces, si no estabas en Facebook, o en las copias que fueron surgiendo bajo la sombra del gigante americano (¡Hola Tuenti!), no estabas IN (“en la conversación”, para los profanos). Sencilla y llanamente, y con excepción de escasísimos casos como el de Twitter (que, recordemos, nunca ha llegado a explotar a nivel puramente de negocio, aunque sí parece que cuenta con un público objetivo específico y bastante fiel), lo que imperaba en esto de la sociabilidad digital era, precisamente, la sociabilidad simétrica.

Algo que, si me preguntas a mi, parecía de cajón. De puro sentido común.

Sin embargo, Instagram vino para redefinir este principio y apostar, nuevamente, por la asimetría. Y tras ellos, Snapchat o TikTok (incluso Twitch o Youtube, si los quieres meter en el mismo saco), siendo este último el ejemplo por antonomasia de la nueva sociabilidad digital. Una en la que lo social solo tiene importancia desde la óptica de los números (cuántos corazones consigo, cuántos me siguen), y no tanto sobre la bi-direccionalidad hasta entonces intrínseca en la propia definición del vocablo.

Mucha revolución para llegar a lo mismo de siempre

Había algo estético y bello en la idea de sociabilidad digital de principios de siglo. En aquel entonces, parecía cierto eso que decíamos algunos de que paradójicamente, estábamos cada vez más cerca de aquellos que estaban más lejos (gracias a las redes sociales), y cada vez más lejos de los que teníamos más cerca (por eso de que daba un “no se qué” seguir a familiares y que vieran las fotos y conversaciones que teníamos con los amigos).

Por mucho que el negocio de la publicidad jodiese la plataforma, a la Facebook de principios de siglo se iba a charlar con amigos y conocidos. Y eso, se mire por donde se mire, era bonito.

Que sumaba, vaya.


Sin embargo, a Instagram, y cada vez más en redes como TikTok, a lo que vas es a “entretenerte”.

A esto me refiero cuando digo que tanta revolución digital para (casi) nada.

TikTok no es más que la televisión de toda la vida. De esa en la que cogías el mando y hacías zapping con la esperanza de encontrar algo que te interesara. Con la única diferencia de que:

  • Todo se “vende” como una red social: Aunque de social tenga poco.
  • El contenido está exprimido al máximo para empaquetarse en pequeñas píldoras: Precisamente lo que mejor funciona hoy en día para retener al usuario el mayor tiempo posible, e inundarle de pequeñas dosis de dopamina que son, en esencia, lo que nos hace mantenernos haciendo zapping en la app (ergo, más tiempo de uso, ergo, más posibilidades de mostrar publicidad).

Esta tendencia, como decía, ha acabado por salpicar al resto de redes sociales, empezando por la propia Facebook, que ya en su día, intentando pillar el rebufo de lo que más adelante sería el negocio estrella (cobrarle a las marcas por visibilidad), sacó las páginas de Facebook, que son iguales que los perfiles solo que aquí ya no es necesario la reciprocidad.

Algunos pasamos así del perfil social al canal. O lo que es lo mismo, a generar contenido no para generar debates con nuestros amigos, sino para informar, o entretener, a nuestra audiencia.

Esta misma de la cuál, a lo sumo, no sabemos mucho más que su nick/nombre y su foto de perfil.

Asimetría pura y dura. O comunidades de un solo individuo, como lo definí hace la friolera de nueve años.


En Twitter, paradójicamente, parecen interesados en ir a contracorriente, y si bien es verdad que allí la asimetría siempre ha sido el pan nuestro de cada día, con todo lo que ello supone (conforme mayor audiencia tienes, tiendes a utilizar la plataforma más como un canal unidireccional en el que compartir tu mierda, que como una red social al uso), últimamente están intentando empujar esos círculos cerrados (ES), pero lo cierto es que el resto del panorama social actual se ha rendido al negocio que hay detrás de que unos pocos (llámalos youtubers, streamers, tiktokers influencers o como diablos quieras) generen contenido periódico para una audiencia de la cual no saben más que sus intereses.

E iría aún más lejos. A que esos pocos se peleen por repartirse el cada vez más limitado (y por tanto valioso) timeline de su audiencia, que cada vez sigue a más creadores con la esperanza de llenar esos cada vez menores huecos libres que tiene entre el consumo de las plataformas de streaming tradicionalistas (Netflix, HBO, Disney+, Amazon Prime Video…).

Tiktok entendió esto último a la perfección, y eliminó de un plumazo “la molestia” de tener que consumir la basura que comparten tus amigos, mostrándote en el timeline únicamente el contenido del resto de creadores, los sigas o no.

A esto hemos llegado, señores.

  • A creadores de contenido muy buenos en esto de crear entretenimiento, pero que fallan estrepitosamente cuando se espera que simplemente por ser buenos en esto y tener audiencias millonarias, van a ser capaces de generar negocio en su canal.
  • A llamar sociabilidad digital a la televisión de toda la vida, pero con esa ligera capa de botones de Me gusta y No me gusta, o el apartado de comentarios, que dotan a todo de una supuesta sociabilidad muy enfocada a subir el ego y dar alicientes numéricos (y vacíos) para que el creador, que recordemos está creando contenido en una plataforma que no es suya (y por tanto dependiente de los designios de quienes están detrás de ella), siga creando contenido.

Algo que, sinceramente, creía que los de mi generación ya habíamos dejado atrás, y que luego me encuentro con las generaciones que nos han seguido, apostando por conciertos digitales en metaversos como el de Fornite, y suscritos por tanto a eventualidades que deben consumir en una fecha y hora específica.

No cuando a nosotros nos dé la gana, oye. A esa hora y fecha.

Igual que en la tele de antaño. Pero ahora en el móvil, que queda más IN.


Pese a que sea una limitación impostada artificialmente, por eso de que ya no hay calendario editorial:

  • Solo porque, nuevamente, hemos creído en la manida exclusividad de un evento en directo.
  • Solo porque bajo este principio se han diseñado unos algoritmos que priman la actualidad frente a la calidad, a sabiendas, nuevamente, que eso incentiva a generar ese FOMO que tan lucrativo es para la plataforma (y tan perjudicial es para el usuario).

Si alguien lo entiende, que baje Dios y lo vea.

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