estres laboral


Me va a permitir que hoy me salga ligeramente de la temática habitual de esta santa casa, pero creo que es importante que remarquemos algunos puntos que afectan tan intensamente en nuestra vida en colectivo como es, a mi modo de entender, la falacia del éxito profesional.

Muchos me preguntáis que cómo soy capaz de hacer tantas cosas a la vez. Que cómo puedo escribir a diario (realmente escribo una media de 10 artículos semanales entre esta página, la de SocialBrains, la intranet de mecenas y las newsletters) y a la vez sacar adelante una consultora de social intelligence, ser TPM en una agencia de marketing, y ayudar tanto a empresas como a particulares con temas tan diversos como la consultoría, el desarrollo y la seguridad.

La pregunta, no obstante, creo que no es la acertada. El quid de la cuestión es cómo compaginar la vida profesional y la personal de forma EQUILIBRADA. Y pongo esto último en mayúsculas y en negrita para que se le quede grabado en el fuego.

No hay que confundir éxito con reconocimiento

A todos nos encanta que nos reconozcan por lo que hacemos. Somos seres sociales, y desde pequeños hemos sido educados para cumplir unos objetivos específicos (ser un miembro productivo) para con la sociedad.

Pero la sociedad no es buena comprendiendo las necesidades del individuo, por la sencilla razón de que las herramientas que usamos para ello están dirigidas a dar solución a problemas, no a comprender y adecuarnos a las oportunidades.

Déjeme que me explique:

Somos muy buenos biológicamente hablando para enfrentarnos a retos, e incluso para prepararnos ante futuros riesgos (debo tener un colchón financiero por si pierdo el trabajo; qué haría si mi chico, que se fue hace dos días, no da señales de vida…). Sin embargo, erramos a la hora de ver el vaso medio lleno, habida cuenta de que para la supervivencia era más importante reconocer el pelaje de un felino entre la espesura que hacer lo propio con los víveres (bayas, por ejemplo) que nos ofrecía la naturaleza.


Afortunadamente, hoy en día la mayoría no perdemos el sueño preocupados porque un león nos pueda devorar cuando salimos de casa, pero ese instinto sigue presente en nuestras vidas, y se acentúa en un escenario social y tecnológico que parece cada vez más rápido y hostil:

O estás continuamente actualizándote, o estás muerto. O consigues el suficiente dinero para permitirte disfrutar de los lujos de tu círculo de conocidos, o acabarás excluido. O eres capaz de mostrar la mejor de tus caras en redes sociales, o eres un paria.

El éxito de la sociabilidad digital no va de ser el más guay en Facebook ni el que tiene más followers en Twitter, sino de la capacidad ubicua de estar en contacto ahí donde las limitaciones geográficas se hacen patentes.

Y bajo esta premisa, hemos tejido una sociedad que vanagloria el reconocimiento, habitualmente banal, del individuo por encima de la consecución de los objetivos que éste se haya planteado, dotándolo de un valor que en algunos casos puede ir alineado con la concepción individual del éxito de cada uno, y en muchos otros no.

De verdad. Párese un momento y piense: ¿Tiene sentido que el éxito profesional hoy en día se vea reflejado en esas personas que trabajan de sol a sol, que tienen la agenda continuamente colapsada, y/o que se llevan trabajo a casa los fines de semana?

Comiendo no hace mucho con unos compañeros, surgió ese momento que muchos habrán vivido en el que uno relata con mucho orgullo cómo había conseguido sacar adelante una nueva oficina en España él solito, dirigiéndola desde dentro (su trabajo) y desde fuera, hasta el punto de tener que negociar el precio del alquiler y comprar todo el mobiliario.

En ese grupo la mayoría son ingenieros de “éxito” socialmente reconocidos, responsables de departamento en algunas de las grandes multinacionales de tecnología, y “lo que mola” es enseñar a los demás lo focalizados que están en el trabajo.


Y entonces llego yo. Que trabajo desde casa, que disfruto con mi labor de difusión pública por estos lares, y que además, de vez en cuando me pagan por pensar, y se rompe la magia.

Primero debe estar la vida

Soy una persona afortunada. Y sí, la suerte también se busca, no solo se consigue. Pero lo cierto es que también soy una persona exitosa no por todo lo que hago a nivel profesional, sino porque por ahora (toco madera) creo que tengo la suerte de tener bastante alineado esa faceta de mi vida con la que de verdad importa, que es la mía personal.

  • Escribo en este blog a diario, y mantengo como puedo yo solito esa Comunidad con más de mil miembros ávidos de compartir información. Pero esto para mi es placer, no trabajo, y como ya he dicho más de una vez, mientras pueda compaginarlo (que malo sería que no pudiera) seguiré haciéndolo.
  • He tenido la oportunidad de estar en puestos de responsabilidad a los cuales he dicho que no directamente porque sabía que me iban a obligar a llevar un estilo de vida que no va conmigo. Y lo he hecho porque podía elegir, por supuesto, y por que al menos en el momento de vida en el que estoy lo que me pide el cuerpo es disfrutar también de mi pareja y de mis gatos.
  • Hace un par de años expliqué lo que me había costado saber decir que sí a propuestas de mis círculos de amistad que por una u otra razón (estoy muy ocupado, ¿no podría ser otro día?, justo me ha salido no se qué…) cancelaba. Y aunque me falta aún muchísimo para llegar al equilibrio que me gustaría, me autoexijo esta disciplina aunque sepa que conlleva hasta hora y media de transporte público de ida y de vuelta, y aunque no me venga del todo bien para mi cuadriculada metodología diaria. Simplemente porque sé que eso es más importante que lo otro.
  • El año pasado me propuse como reto aprender a decir que no a todas esas propuestas y clientes que realmente sólo me iban a aportar reconocimiento y/o recursos económicos. Ser capaz de identificar clientes tóxicos debería ser una asignatura obligatoria en cualquier MBA que se precie, y ya he tenido que lidiar en más de una ocasión con proyectos en los que sinceramente habré ganado dinero pero he perdido vida. Esta decisión se ha trasladado en que hoy en día solo cojo un proyecto externo por mes, y solo mantengo uno en paralelo (lo que quiere decir que hay meses que no cojo ninguno nuevo), ganando así en trato directo, en dedicación, pero sobre todo, en VIDA.

Y esto hace que no sea rico. Y esto hace que me tenga que preocupar por cuánto me queda en la cuenta. Pero también me permite llevar la vida que me gustaría llevar. Que con lo que yo gano pueda pagar el piso para que vivamos mi pareja, mis gatos y yo, que ella pueda dedicarse al 100% a sacarse los estudios que de más joven, por temas familiares, no pudo, e incluso darme el capricho de conocer al menos otra cultura distinta al año.

Cierto es que no soy una persona muy materialista. Que puedo vivir con bastante poco, y que disfruto como un niño de los pequeños placeres de la vida. Pero quería escribirle estas palabras para que, si usted está en esa situación en la que el estrés del trabajo no le deja disfrutar de su familia, si usted se da cuenta de que no está llevando la vida que le gustaría llevar, valore si podría cambiar su camino (en la mayoría de los casos que veo, hace más el propio ostracismo personal por mantener la rutina y/o el nivel adquisitivo que las necesidades reales que pueda tener el núcleo familiar), y en tal caso, empiece a dar unos pasos en esa dirección.

No le digo que abandone su puesto con la esperanza de que una idea que le ronda la mente brote de pronto y se transforme en un negocio autosuficiente. Que el mito del emprendedor que lo dejó todo y tuvo éxito no es tan bonito como lo pintan. Pero seguro que puede, sin dejar de lado lo que hace ya para la empresa donde trabaja, dedicar parte de su tiempo libre (que sí, lo debería tener) a llevar a cabo aquello que de verdad le motiva. Cada vez más compañías valoran que el trabajador diversifique sus objetivos, a sabiendas que esto, de hecho, hace que seamos más productivos.

Y quizás en un futuro, con suerte, pero sobre todo, con dedicación, eso que tan feliz le hace ser acabe siendo su modo de vida.

No es un camino fácil. Y seguramente encontrará muchísima reticencia en sus círculos cercanos. Yo lo he vivido en propias carnes, y créame que es un proceso muy complejo de afrontar.


Pero solo vamos a vivir una vez.

Recuerde: A veces hay que pararse para ir más deprisa.