Miércoles 23 de Junio, en la Cámara de los Representantes, EEUU. Casualmente se produce un corte de emisión de las cámaras de C-SPAN, un servicio público americano que emite contenido de interés nacional, justo cuando iban a intervenir los legisladores demócratas en contra del uso de armas. La cadena conecta entonces con aquellos representantes que estaban emitiendo en Periscope (EN) dentro de la sala.
Noche del Martes 5 de Julio, Luisiana. Un hombre resulta muerto a manos de dos policías que ya lo tenían reducido. “Casualmente”, las cámaras que los policías llevan puestas en el traje, “se cayeron”. Afortunadamente, alguien graba todo lo sucedido con su smartphone (ES).
Tarde del Miércoles 6 de Julio, Minnesota. Un policía asesina a Philando Castile en su coche, junto a su mujer y a su hijo de cuatro años. No hay grabaciones oficiales, pero sí de la mujer, que graba toda la situación.
Tarde del Jueves 7 de Julio, Dallas. Una manifestación pacífica contra la violencia policial hacia la comunidad negra acaban en tragedia cuando varios francotiradores abren fuego contra los policías. Cinco mueren y siete son heridos. Varios Periscope (ES) son testigos del incidente.
En todos estos casos, la existencia de dispositivos de grabación personal, y la democratización que ha supuesto la llegada de servicios de streaming móvil, nos permiten hoy en día saber qué ha ocurrido realmente, lejos de “esos cortes”, esas “supuestas caídas”, y la falta de “cámaras oficiales”.
Es algo de lo que ya había hablado con anterioridad. Frente a la figura del Big Brother, de un estado de control masivo gestionado por el poder, lo que en realmente tenemos en funcionamiento es un Little Brother, millones de dispositivos con capacidad de grabación dependientes de la ciudadanía, y que en esencia dibujan un panorama de control bidireccional.
Tan pronto sirven para mirar hacia un lado, como para mirar hacia otro. Con todo lo que ello supone.
La pura objetividad del streaming de vídeo
Es, de facto, un escenario desconocido.
Por primera vez en la historia de nuestra civilización contamos con herramientas lo suficientemente democráticas y accesibles, lo suficientemente extendidas entre la ciudadanía, para plantearnos qué supone en todos los niveles que en cualquier momento, una o varias cámaras estén enfocándonos, e incluso estén transmitiendo en tiempo real y de forma abierta por la red. Sin cortes, sin discursos preparados, sin teatro. Simplemente una cámara enfocando un acontecimiento en cualquier lugar del mundo, de manera totalmente improvisada.
En 2013 lanzaba una pregunta: ¿Qué pasaría si todo lo que hiciéramos quedara registrado?
Y aprovecho para citarme a mí mismo, que para algo estoy en mi casa :):
El terror a la cámara paradójicamente nos vuelve más humanos, menos animales, y tendemos a comportarnos como sabemos que debemos comportarnos.
La pregunta venía a colación de la implantación, precisamente, de cámaras corporales en la policía de California. Un año después de que estas cámaras estuvieran presentes, había un descenso del 88% de denuncias por brutalidad policial y un 60% de uso de la fuerza por parte de las autoridades.
La cámara actuaba entonces como ente neutral que protegía tanto al policía de denuncias falsas por parte de un detenido, como a los detenidos de sufrir abuso policial.
Pero tenía un hándicap, y es que el control dependía exclusivamente de una de las partes.
Igual que ocurre en España con la llamada Ley Mordaza (ES), el objetivo es que existan garantías de la buena labor de los cuerpos de seguridad del estado, pero que estas dependan exclusivamente del Estado. Y eso, como cabría esperar, a algunos nos genera suspicacias.
Simplemente bastaba que un policía “casualmente” olvidase su cámara en la guantera del coche, o que esta “se cayera”, como alegaron en uno de los casos superiores, para que lo que sin lugar a duda es una prueba irrefutable se desvaneciese.
La semana pasada un mecenas de la comunidad me comentaba cómo había quedado escandalizado al darse cuenta que un amigo suyo, trabajador de Google, le mostraba un dispositivo de lifelogging. Un aparatito de apenas un par de centímetros que llevado en la chaqueta va, sistemáticamente, realizando grabaciones (en este caso, fotografías) de lo que la persona tiene frente así.
24/7, indistintamente de dónde esté, y por supuesto, indistintamente de a quién apunte.
Y lo mejor de todo es que no tiene un objetivo claro.
Es decir, que es algo que se lleva simplemente por el potencial uso que podría llegar a tener en un futuro, y que va desde la seguridad propia, pasando por una externalización objetiva del recuerdo (¿con quién he estado tal día?¿qué comí tal otro?…), hasta vaya usted a saber.
Periscope, Facebook Video, Snaptchat, están generando un caldo de cultivo de una nueva generación de herramientas de periodismo ciudadano que según se mire, puede resultar profundamente interesante de cara a distribuir equilibradamente el control mediático entre la ciudadanía (hasta ahora sin capacidad de ello) y el poder (histórico gestor de los medios de comunicación), o puede volverse un verdadero quebradero de cabeza para los derechos y la privacidad del ciudadano, al estar este continuamente expuesto a escenarios que no dependen de su persona.
El control del discurso mediante grabaciones distribuidas
Por Hipertextual aluden al caso desde la óptica tecnológica (¿qué supone que el ciudadano tenga acceso a este tipo de tecnologías? (ES)), y por Xataka lo hacen en referencia al filtrado informativo (¿debe ser entonces el espectador el que decida qué consumir y qué no? (ES)), pero en mi caso quería centrarme en el papel de estas herramientas como catalizadoras de la objetividad del discurso frente a una confrontación.
Me resulta muy complicado decidir si estoy en contra o en favor de esta situación. Entiendo su valor per sé como herramientas de democratización mediática, pero también soy consciente de los riesgos que podrían venir asociados del impacto que tendría un ente con capacidad de control masivo.
Que estos sistemas sean descentralizados es una medida de seguridad a considerar, pero como nos ha mostrado la historia reciente, no es suficiente.
Es más. Desde hace relativamente poco sabemos que EEUU estudia cómo utilizar el Internet de las Cosas como una inmensa red de espionaje gubernamental. Millones de dispositivos descentralizados que podrían ser usados mediante la explotación de vulnerabilidades para los fines de una agencia de inteligencia como la NSA. Y entre esos dispositivos de IoT, tenga muy claro que también habrá cámaras.
Ya sabe: El verdadero debate sobre la privacidad no es el que espera, sino el que viene dado por la tergiversación de su uso.
Una tergiversación que en algunos casos beberá a favor del pueblo, como hemos visto. Y que en otros podría volverse en nuestra contra.
Una redefinición forzada de la privacidad, que no tiene por qué ser dañina para los intereses de la sociedad, pero que supone un cambio difícil de afrontar en tiempos de reconocimiento biométrico y ministerios de la verdad.
¿Qué opina?
¿De verdad sabes qué pone en el título? Deberías releer lo que escribes, es bueno para la audiencia.3
Me había comido una N. Gracias por avisar!