Guardo un bonito recuerdo de la infancia de Tom y Jerry (ES), esa serie que llevaría al estrellato a William Hanna y Joseph Barbera mucho antes de que un servidor naciera.
Los cortometrajes, por si no lo sabe, estaban dirigidos a niños, y siempre tenían la misma estructura: Tom, el gato, ingeniaba una manera loca de cazar a Jerry. Pero el ratón siempre se salía de rositas, para descrédito (y dolor, muchas veces hasta físico) de su antagonista-amigo.
Quien me iba a decir a mi, veinte años más tarde, que seguiría recordando las aventuras de Tom y Jerry en la vida real, ejemplificadas en las aspiraciones totalitaristas de algunos gobiernos y/o empresas para con el escenario digital…
Publicidad vs usuarios
La primera parada debería ser ya por todos conocida. Una industria, afianzada en el modelo de negocio tradicional y analógico, irrumpe más por obligación que por interés en el mundo digital, intentando forzar con su inercia que éste juegue las mismas reglas que históricamente ha jugado.
Es decir, unos cuantos pesos pesados llegan a un escenario desconocido para ellos, y en vez de intentar adaptarse al mismo, intentan que sea éste quien se adapte a su negocio. ¿Le suena de algo?
El resultado es el esperable. Paulatinamente, lo digital, que es cada vez más el principal canal comunicativo de nuestra civilización, se va llenando de formatos de publicidad a cada cual más invasivo, heredados de la mochila histórica de otros canales tradicionales como es la prensa y la televisión. Piezas publicitarias cuyo objetivo no es aportar valor al cliente, sino más bien acabar en el subconsciente de éste a base de aburrirle y hostigarle en su consumo informativo.
De perseguirle allí donde vaya, superponiendo la publicidad al propio contenido de la página o servicio. Algo que directamente no casa con el modelo de interactividad del escenario digital (el usuario en el entorno digital es un consumidor activo, frente a la propuesta de otros canales meramente pasivos como son los anteriormente comentados).
Así, empieza el juego del gato y el ratón. Hace unos años la pugna la acabó ganando, como siempre, el ratón (los usuarios), desterrando casi para siempre el modelo de ventana emergente, que pasó de esta manera de ser uno de los formatos más habituales de la publicidad, a uno únicamente presente en aquellas plataformas donde vale todo (pornografía, juego, descargas,…).
En la actualidad, y especialmente por el auge de unos dispositivos mucho más limitados en cuanto a autonomía y ancho de banda (los smartphones), estamos en la misma situación. La industria intentando mantener los popups e intersticiales, ya que según ellos son los que mejor funcionan (como hay que buscar la equis para cerrarlos…), y los usuarios apostando por el uso de bloqueadores de publicidad que, salvando contados casos, no discriminan entre publicidad aceptable e invasiva, haciendo pagar justos por pecadores a todos.
Por el medio, los administradores de servicios digitales, dependientes (por desconocimiento y/o comodidad) de un modelo de negocio que los insta a ponerse de un lado o de otro.
Llegando a ese climax en el que cerca del 30% de usuarios ya están bloqueando publicidad, causando numerosas pérdidas a la industria. Hasta el punto de que Google, líder de la publicidad digital, se esté planteando crear su propio bloqueador, con la esperanza de volver a forzar a la industria a buscar un equilibrio sano (al usuario no le importa consumir publicidad mientras esta aporte valor, y la industria, previsiblemente, seguirá dependiendo de la publicidad para vivir). Pero, sobre todo, a entender que quien tiene las de ganar SIEMPRE es el ratón.
Censura vs VPN
No obstante, no le estaré descubriendo nada nuevo. La razón que me lleva a escribir esta pieza es la de explicarle cómo una situación semejante a la vivida con la publicidad digital la estamos empezando a experimentar con el uso en aumento de las VPNs.
Esos servicios que nos permiten navegar por la red bajo una suerte de capa extra de privacidad, y que parece que cada vez se están volviendo más necesarios (ES) en un entorno político totalitarista. El EEUU de Trump ya avisó que iba a empezar a obligar a las operadoras del país a compartir información de uso de sus clientes con el gobierno, y la cosa se vuelve todavía más tensa al otro lado, donde aquellos sospechosos habituales de la censura propagandística (China y Rusia) plantean maneras de eliminar este tipo de herramientas de la faz de la tierra.
La primera, mediante la obligación por parte de los proveedores de VPN de ser aprobados por el gobierno para seguir operando en su territorio. Utilizar una VPN que no cuenta con dicho permiso es en la nueva regulación china (EN) algo ilegal. Y se plantea que para principios del año que viene el país habrá eliminado cualquier servicio de acceso a Internet mediante túneles VPN que no cuenten con las «garantías» gubernamentales.
Estos días Rusia movía ficha (EN) en la misma dirección. Cualquier VPN que quiera operar en su territorio debe censurar el acceso a cualquier elemento de la famosa lista Roskomnadzor, un dilatado directorio de sitios que el gobierno ha marcado, por la razón que sea, como no permitidos, intentando siempre mejorar el «bienestar de sus ciudadanos».
La cuestión es cómo van a conseguir hacerlo, y es aquí donde me quería parar.
Porque si bien una VPN (ES) no deja de ser una arquitectura de conexión en la que el cliente en vez de llamar directamente al servidor objetivo, llama de forma totalmente cifrada (presumiblemente) a un intermediario, y es éste el encargado de realizar la llamada al servidor final, privatizando la llamada inicial (quien llama realmente es el intermediario, no el cliente), ¿Cómo puede un gobierno discriminar entre peticiones legítimas e ilegítimas?
Muy sencillo: bloqueando masivamente a nivel de operadoras todas aquellas peticiones que lleguen a páginas de esta lista.
El objetivo no es por tanto bloquear los nodos de las VPNs, sino monitorizar las llamadas a todas estas webs y encargarse de que al menos desde la infraestructura rusa (controlada por el gobierno), no haya ningún nodo capaz de comunicarse con esos servidores.
La situación es bastante parecida a la que podemos encontrar en una organización corporativa. En el momento en el que controlas toda la infraestructura tecnológica (como le ocurre al equipo de IT de una empresa), estás en la capacidad de discriminar peticiones aunque desconozcas su procedencia (dominio, rango de servidores, uso de puertos estándares…). Los IDS/IPS, de hecho, sirven para ello.
A nivel puramente técnico, un país no deja de ser una organización muy grande, dependiente de unos pocos elementos que en última instancia, y si quieren seguir ofreciendo sus servicios en el territorio, tienen que aceptar los designios del gobierno.
¿Significa entonces que esta vez el gato va a ganar? Yo no lo diría tan alto. Históricamente ya hemos vivido situaciones donde bajo todo pronóstico los usuarios han conseguido anteponerse al control gubernamental.
Y en un escenario semejante, quizás ese bloqueo geográfico incentive a aquellas VPNs con mayores recursos a generar un entramado de nodos temporales que sea lo suficientemente robusto, siguiendo la estrategia que ya han llevado a cabo otros proyectos como ThePirateBay. O incluso empuje a los usuarios a apostar por redes descentralizadas, en las que la dependencia de la propia infraestructura tradicional de Internet sea solo una parte más de toda la ecuación.
En definitiva, que el ratón SIEMPRE tiene las de ganar. Básicamente porque la crisis, sea del tipo que sea, es el mejor alimento para agudizar el ingenio.
Hola Pablo! Gracias por el artículo.
Me quedo con la frase final «la crisis, sea del tipo que sea, es el mejor alimento para agudizar el ingenio»
Si te atacan o atacan tus intereses, no tienes otra que ingeniarte para defenderte o evadir los ataques.
Ah, por cierto, la comparación es quizás perfecta en algunos casos donde parece que nos ven como simples «ratas». Nos dan anzuelos para morder y luego nos tienen en su juego. Así que no tenemos más que ingeniarnos para comer el queso sin caer en su trampa jeje 🙂
Has entendido bien el porqué de la fábula Rodrigo :).
Me alegro que te haya gustado. Muchas gracias.