inicios internet


La obsolescencia es un elemento básico de cualquier producto creado por el hombre. Toda tecnología tiene un ciclo de vida que puede ser más o menos largo dependiendo del ecosistema en el que se haya creado y el ecosistema en el que va a actuar.

  • Una obsolescencia física que afecta a todo bien que depende, de una o de otra manera, de algún tipo de hardware: Ese automóvil que se queda sin repuestos para las piezas que el tiempo ha ido deteriorando, ese reloj para el cual ya no hay ruedas dentadas adecuadas. Ese smartphone cuyo precio en el mercado ya es inferior al precio que tendría enviarlo a fábrica, encontrarle el problema y cambiarle las piezas por otras, ese disco duro que tarde o temprano empieza a dar problemas…
  • Una obsolescencia debida a la paulatina evolución de tecnologías que dejan obsoleto el valor del producto, ya sea mediante nuevas tecnologías que sustituyen a la antigua, o por la propia presión de la competencia, que al final acaba posicionándose como referencia: Situaciones que ya hemos vivido con los disquetes, con el VHS frente al CD, con los CDs frente al DVD, y dentro de poco, con los periféricos con conexiones vía USB o los auriculares de jack de 3,5.

Pero salvando casos específicos donde existe un interés (económico, generalmente) de minimizar ese ciclo de vida, como pasa a las múltiples estrategias que se han seguido a lo largo de la historia para implantar obsolescencia programada (ergo, artificial) en cualquier tipo de máquina, lo cierto es que todo creador querría que la obsolescencia de su producto fuera lo más baja posible.

Es un error en el que habitualmente incidimos (y me incluyo). Conforme el software se actualiza, el hardware va paulatinamente perdiendo eficiencia, tanto por esa obsolescencia física de la que hablábamos como por la propia presión de la industria. Incluso los nuevos paradigmas de programación tienden con el paso del tiempo a dar un uso más intenso de los componentes, que por lo menos, hasta ahora (ojito, que los procesadores Kaby Lake (EN) presentados por Intel estos últimos días ya no compiten en potencia con los del año pasado), tiende a ir en contra de las versiones anteriores del producto.

¿Hay obsolescencia en la electrónica de consumo? Por supuesto. Pero, ¿hay obsolescencia programada? No siempre.

Estaba yo feliz defendiendo esta postura cuando llego al genial artículo de Marcos Martínez en Nobbot sobre la subducción informática (ES), y me ha parecido tan interesante que quería comentarlo por estos lares.

La biología de Internet

Sabemos que Internet nació en 1969 (ES) con la unión de unas cuantas universidades en EEUU, y que en 1971 eran 23 los ordenadores que formaron ARPANET. Sin embargo, hoy en día, y apenas medio siglo después, nos resulta en la práctica imposible acceder a contenido original de aquella época.

Aún cuando seguramente haya recursos que siguen estando disponibles. Y pese a que en la actualidad contamos con herramientas muchísimo más eficientes para realizar esa búsqueda.


¿Cuál es la razón entonces?

La tesis del mismo es que al igual que ocurre en la naturaleza, de forma orgánica “el Internet de la superficie” está continuamente actualizándose, lo que explicaría por qué resulta tan complicado encontrar recursos en la red que de verdad lleven desde el inicio inmutables.

En el artículo señalan varias investigaciones que en su día intentaron explicar por qué las rocas de la superficie de la tierra siempre son “jóvenes”, pese a que en teoría deberían ser tan antiguas como el propio planeta.

Esto se debe, entre otros múltiples factores, al movimiento de las placas, que tiende a empujar los recursos antiguos en favor de los nuevos, creando continuamente capas de sedimentos que son hoy en día elemento crítico para datar la historia de la Tierra.

Y en Internet parece que pasa lo mismo.

Conforme más contenido se genera, más se “empuja” al contenido anterior hacia aquellos derroteros de la red más alejados. El contenido nuevo se posiciona paulatinamente mejor que el antiguo, aunque seguramente deba su posicionamiento al primero, lo que hace que en cuestión de años resulte complicado encontrar contenido que se haya quedado desactualizado y/o abandonado. Contenido que permita datar el Internet de su época.

Para colmo, las propias leyes que rigen el posicionamiento en la red, unido a los cambios culturales y tecnológicos que periódicamente afectan al cómo navegamos por ella, hacen que aquellos recursos de antaño que siguen hoy en día accesibles por el Internet visible vayan sufriendo cambios, lo que de facto les hace perder ese valor histórico que en su momento tendrían.


Gracias a proyectos como Archive.org (EN) nos es posible navegar por versiones capadas de aquella historia de Internet. Pero recalco que este contenido no es el original, sino una careta copiada de aquel entonces.

Una evolución cada vez más hipotecada

Una lectura más profunda del asunto nos llevaría a debatir sobre cómo esos cambios culturales, que a vista de pájaro tienden a democratizar el uso de la red, afectan positiva o negativamente a vista detallada.

La irrupción de servicios de recomendación de contenido ha facilitado el acceso a la información al grueso de la sociedad… a costa de “empujar” tecnologías como el RSS, mucho menos accesibles, pero que sin lugar a duda ofrecen muchísimas más garantías.

Con esta evolución que estamos hoy en día viviendo en pos de forzar comunicaciones HTTPs en todo recursos al que accedemos estamos en efecto mejorando la privacidad personal del grueso de la sociedad. Pero como ya expliqué en su momento, también estamos desplazando aquel contenido que pese a seguir siendo tan valioso como antes, al no actualizarse a los nuevos protocolos perderá posicionamiento. Ergo, será desplazado por el nuevo contenido.

Internet no deja de ser una extrapolación de aquello que hemos visto en la naturaleza. Y aunque su evolución esté marcada por criterios puramente arbitrarios (los dictámenes de las generaciones que lo usan), el efecto es semejante.

Lo que me lleva de nuevo a sacar el tema de la obsolescencia. Porque a fin de cuentas estamos delegando el conocimiento humano a un grupo de soportes, tecnologías y canales cada vez más obsolescentes.

Un libro podría durar siglos. Un documento de texto dura lo que dure el soporte donde está almacenado (unos años) y lo que dure el programa o compatiblidad de programas futuros con ese formato (con suerte, un par de décadas). Un recurso online, como puede ser el contenido que a diario publico en esta página, durará lo que dure online el servidor que tengo contratado (hasta que deje de pagar), mantenga actualizado el gestor de contenido que utilizo a las exigencias de los navegadores actuales (quizás una década) y además siga siendo SEO-Friendly para los cánones de buscadores como Google, redes sociales como Facebook o lo que tenga que venir.


Lo cual cambia continuamente (el año pasado no era necesario HTTPs, y este, por ejemplo, ya sí).

Ahora una todo esto y considere el valor que tiene no a bajo nivel (que el día de mañana desaparezca PabloYglesias no será un drama para el mundo), sino a nivel global. Todo el conocimiento humano dependiente del trabajo continuo de actualización de soportes, tecnologías y canales para que siga pudiendo ser consumido, luchando como cualquier otro organismo por salir a flote en el maremagnum informativo actual, compitiendo con el tiempo por seguir ofreciendo valor a las nuevas generaciones.

Y si en algún momento una catástrofe (sea natural o creada por el hombre) manda al cuerno todo esto, ya veremos qué hacer con la amnesia digital.

Porque el ciclo de vida de estos canales, tecnologías y soportes cada vez se parece más a con el que en su día empezamos esta andadura. A ese conocimiento pasado de generación en generación, de persona en persona, que dictó la evolución cultural del ser humano hasta los últimos 8000 o 9000 años. Con su escasa garantía (bastaba con que ocurriera una tragedia local para que se perdiera el conocimiento que durante generaciones anteriores se había amasado), con todos los riesgos que ello supone.