Quien escribe estas palabras suele cambiar de smartphone cada dos-tres años.
Es increíble pensar cómo ha cambiado la vida de todos nosotros con un dispositivo como este. Sin ir más lejos, hace apenas una década, NO teníamos smartphones, y por ende, tampoco usábamos WhatsApp, o Facebook fuera de casa.
Que parece una tontería, pero es que gracias a ello ha cambiado radicalmente la forma que tenemos de entender la conectividad. Hoy en día el smartphone es el principal dispositivo de la amplia mayoría de usuarios. Desde él estamos en contacto, pero también nos entretenemos viendo series o escuchando música, incluso jugando en plataformas de casinos móviles en España (ES).
Llega hasta tal punto la hegemonía del móvil, que ya desde hace unos años es la principal versión del buscador de Google, la puerta de entrada a Internet para el grueso de la sociedad occidental. Hubo un tiempo en el que desarrollábamos aplicaciones para escritorio, y luego las adaptábamos en móviles. Hoy en día es justo al contrario.
Y sí, decía que cambio de móvil cada pocos años, y es también cierto que, en parte, lo hago porque me dedico a ello. Pero la cuestión es que de las últimas dos veces que lo he hecho, ha sido claramente más porque podía/quería, que porque realmente necesitase hacer el cambio.
Es más. Hubo una época, allá por principios de la década, que lo cambiaba prácticamente cada año. A día de hoy se me antoja hasta exagerado, pero es que el mercado de entonces, y el actual, es diametralmente opuesto.
¿La principal razón? La maduración del hardware… y también del software.
Vamos a hablar de este tema, que de seguro te interesa.
Quiero un móvil que satisfaga mis necesidades diarias
Esto es lo que el grueso de la sociedad espera de su dispositivo móvil, y con esto en mente, la pregunta pasa por decir qué es necesario para cada tipología de usuario en cada caso.
Que ya te digo yo, que para bien o para mal aparezco en la mente de muchos cuando quieren cambiarse de smartphone o comprarle uno a un amigo o familiar, que en la amplia mayoría esto se resume en:
- Un móvil que saque buenas fotos.
Sobre esto ya hablamos largo y tendido no hace mucho, así que no me voy a explayar mucho más.
La cuestión es que hoy en día prácticamente cualquier smartphone del mercado (gama de entrada incluida) te va a dar una experiencia de uso en llamadas y aplicaciones de mensajería/entretenimiento, prácticamente semeja.
Que descontando aquellos que, por ejemplo, lo utilizan para jugar, cualquier dispositivo (gama de entrada incluida) cubre de sobra las necesidades que tenemos la práctica totalidad de usuarios.
Sin embargo, donde más se puede notar la diferencia es en el sensor de la cámara y en el software de IA asociado.
Es, de hecho, lo que encarece (o abarata) hoy en día a un smartphone.
Todo, de nuevo, porque el mercado del hardware es cada vez más maduro.
- ¿Que quieres estar a la última en cuanto a cámara? Te toca pagar el plus de los buque insignia del fabricante de turno en este año.
- ¿Que no te importa tanto poder sacar fotos super-chulis con baja luminosidad? Pues te puedes ahorrar seguramente dos o tres veces el coste de un buque insignia, y llevarte un terminal de gama de entrada o de gama media que en la práctica (hablando de prestaciones del hardware) te va a dar las mimas alegrías.
Entra en juego la rueda económica
El tema, sin embargo, es que la industria que ha crecido alrededor de este negocio requiere que los usuarios cambiemos de terminal cada poco tiempo.
De ahí que, por ejemplo, la tónica actual sea que cada año haya nuevos buques insignia (o incluso dos veces al año, como empiezan a hacer algunos fabricantes), y que cada año haya nuevas versiones del sistema operativo.
Unos sistemas operativos, y unas nuevas funcionalidades, que son cada vez más incrementales y menos explosivas/necesarias.
Se cambia la interfaz gráfica en esos cuatro iconos de ahí, se le mete tal o pascual sistema inteligente (que probablemente no necesites), y se intenta generar la necesidad de estar a la última no porque, en efecto, lo necesitemos, sino porque es necesario seguir moviendo la rueda del negocio.
Y para ello, no hay nada mejor que artificialmente limitar la esperanza de vida del terminal, privándolos a los pocos años de actualizaciones del sistema.
Gracias a ello, ese cliente, que probablemente tiene un hardware más que de sobra para sus necesidades, con suerte será consciente de “todo lo que se está perdiendo” por no tener un dispositivo nuevo, bien sea porque está al tanto/es impactado por la publicidad, bien sea porque, de nuevo artificialmente, algunas de las apps que utilizan empiezan a ser incompatibles con su supuesto obsoleto sistema operativo.
El software es, por tanto, la mejor herramienta con la que cuenta la industria para “incentivar” las ventas de nuevos terminales, y así lo dejaba muy claro el bueno de Aaron Gordon en Motherboard (EN) cuando contaba cómo de absurdo era que su Pixel 3 se estuviera quedando obsoleto cuando, realmente, el terminal en sí le seguía cubriendo todas sus necesidades.
Sigue dándole una autonomía de batería decente (el principal talón de Aquiles de los terminales), sigue teniendo una buena cámara (para los estándares del periodista), y por supuesto cuenta con todo lo que necesita utilizar en su día a día.
Sin embargo, Google ha decidido dejar de actualizarlo cuatro años después de que saliese al mercado.
No porque se haya quedado anticuado. Sino porque, de nuevo, hay que vender los nuevos terminales.
La maduración del ecosistema móvil
A esto mismo quería llegar con esta pieza.
Creo que todos estaremos con que el ecosistema móvil se parece cada vez más al ecosistema de escritorio.
La mayoría cambia de ordenador cada 5-7 años, y sin embargo, nos siguen bombardeando con que los nuevos dispositivos son muy superiores a los que tenemos por casa/oficina, y con que al no tener las nuevas versiones, somos menos productivos.
Con el smartphone aceptamos ciclos de vida y obsolescencias programadas de uno o dos años. Algo que podía tener sentido al comienzo de la era smartphone, cuando cada nueva versión suponía, con mayor o menor acierto, una evolución clara de la anterior, tanto en hardware (recordemos esos primeros smartphones donde el almacenamiento era un verdadero problema, teniendo que elegir qué apps instalábamos y cuáles no), como por supuesto en software.
Pero quizás va siendo hora de que, ya que, por razones obvias, la industria no está interesada en volver hacia atrás, seamos los consumidores los que forcemos el cambio.
Con propuestas supranacionales, como la de esa CE preocupada por el impacto medioambiental de ese consumo absurdo de terminales (EN), y también con la obligatoriedad de que los fabricantes ofrezcan maneras de que sea el usuario mismo quien, si quiere, pueda reparar su propio terminal (EN).
Pero también con regulaciones que fuercen a estas empresas a mantener (retro)compatibilidad de versiones. A que la obsolescencia programada no pueda ser utilizada como un arma para forzar la compra de nuevos terminales, y que los ciclos de vida de esos ordenadores que llevamos en el bolsillo sean justos con las necesidades del consumidor y con las prestaciones de la electrónica de consumo actual.
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