Estos días, con las elecciones generales, y puesto que es época de hacer más caso a la familia, tengo en batería varios temas que espero ir sacando a lo largo de las próximas jornadas, aunque no salgan estrictamente cuando me gustaría.
Uno de ellos sería en referencia al artículo que la semana pasada publicaba Bloomberg sobre el coche open source de Hotz (EN), el chaval (dos años menos que un servidor tiene el muy &$·!@) que en su día liberó de forma totalmente abierta y gratuita el hack del iPhone y de la PS3.
El artículo está redactado en tono profundamente positivista, y aunque la respuesta de Elon Musk (EN) venga a poner los pies en la tierra, tiene un par de lecturas que me parecen muy pero que muy interesantes.
La descentralización de la innovación tecnológica
No es una noticia per sé, pero creo que queda obvio en este caso. Que un chaval de 26 años haya conseguido un acercamiento a un coche inteligente (no dudo ni un ápice que este coche hackeado está aún a años luz de ser útil en carretera), con mucho talento y algunos cacharritos (básicamente, mucha circuitería, un monitor táctil de 21 pulgadas, un Intel Nuc con Ubuntu y un joystick de gamer), da de qué hablar.
No solo por el propio hecho (partir de un coche “tonto”, pelearse por internet para aprender el funcionamiento de sus sistemas, y encontrar la manera de conectarle un procesador y un monitor para controlar efectivamente todos sus sensores), sino porque precisamente detrás de esto está toda la industria automovilística desde hace años, con sus miles de billones, con todo su expertise, y con sus recursos prácticamente ilimitados.
Y que un chaval de 26 años en el garaje de su casa sea capaz de poner en jaque a esta industria, es de chiste.
Por supuesto, y como bien decía Musk (a fin de cuentas, le va el negocio en ello :)), una cosa es conseguir que funcione en un 99% de casos, y otra bien distinta es hacerlo en un 99,9999%.
Estoy totalmente de acuerdo. Como también lo estoy en el hecho de que un Tesla vale varias decenas de riñones, y lo que se ha montado Hotz solo unos centenares de dólares. Como también lo estoy en la defensa de proyectos de este tipo, que parecen estar intentando evitar gobiernos de medio mundo (el último, por cierto, el español con la nueva ley del crimen digital).
Estamos viviendo una verdadera descentralización de la industria, aunque la industria se niegue a admitirlo. Y es paradójico, habida cuenta que la mayoría de estas ahora grandes empresas nacieron precisamente en un escenario semejante.
Un chico en un garaje es capaz de dotar de inteligencia a algo aparentemente tan complejo como un coche. A ser capaz de controlar los sensores de algo que ya está diseñado y producido en serie, utilizando otras tecnologías que también vienen diseñadas y producidas de antemano, para crear un producto que seguramente le falta aún mucho (sin ir más lejos, eso de tener que tirar de comandos textuales para funcionar no lo veo muy “accesible en conducción”), pero que sienta los precedentes (y el trabajo sucio de cualquier compañía de estas que tenga aún dos dedos de frente) de hacia dónde debe tirar la industria.
Y esto me lleva precisamente al segundo punto, que es donde quería centrar el debate.
La importancia de un escenario abierto
No será algo que le suene a nuevo por estos lares.
La cuestión es que al menos a un servidor, me da bastante más seguridad saber que pongo mi vida en las manos de un sistema de conducción abierto al escrutinio de cualquiera.
Es tan sencillo como esto. En una industria históricamente afianzada en el oscurantismo, en la opacidad de diseños, el cambio es drástico pero necesario.
Dejo de lado el discurso de si el software libre es mejor para la sociedad y tal. Eso nos importa a cuatro gatos, sinceramente.
Lo que de verdad es importante considerar es qué tipo de decisiones tiene implementadas ese software que maneja el vehículo en el que usted (y quizás su madre, o mujer, o hijos) irá montado.
Que si los algoritmos de inteligencia que dirigen el coche son propietarios, nadie nos puede asegurar que en caso de accidente, decida anteponer la vida de unos en favor de la de otros, sea su caso o el de terceros.
Que si protegerá los intereses de su dueño (mantenerlo con vida a toda costa), los intereses de la empresa (delegar la decisión en factores exógenos) o los intereses puramente objetivos (minimizar el impacto social).
Por supuesto, y al hablar de sistemas conectados a la red, si contará con una auditoría permanente, y una comunidad que se encargará de mantener el sistema lo más seguro y parcheado posible frente a nuevos vectores de ataque, frente a nuevas vulnerabilidades.
Y ya de paso, qué garantías tendremos de que esta cobertura siga a lo largo del tiempo, y no acabemos encontrándonos en un futuro cercano con un producto perfectamente útil a nivel a nivel práctico, pero desactualizado o directamente desconectado de elementos críticos para la conducción por decisiones puramente de negocio de la empresa que nos suministraba hasta entonces el servicio.
Perdimos la guerra en el escritorio, volvimos a perderla en móviles (por favor, que nadie me diga que Android es open source…). Que no la perdamos en el internet de las cosas, sea una pulsera cuantificadora, sea un sensor de proximidad, o como en este caso, sea algo tan complejo (y hackeable, como Hotz ha demostrado) como un coche inteligente.
¿En juego? El futuro de la próxima industria tecnológica. El control de estos dispositivos por parte de la comunidad, y no únicamente dependiente de la empresa de turno.
Y sobre todo, las garantías por parte del cliente, tanto a nivel de seguridad, como de ciclo de vida, e incluso de integridad física. Para sí mismo, y para sus allegados.
Probablemente Pablo ya seamos cinco gatos. Tecnologías tan complejas con un componente moral involucrado de tanta importancia deberían ser open source para que puedan ser claramente auditadas y mejoradas por una comunidad que busque la operación de un sistema siempre orientado al beneficio común en cualquier circunstancia.
Ya. Ahora falta ver que la industria encuentre un negocio sustentable en ello. Hay movimientos, no obstante, en pos de entender ese carácter social como un activo de valor, pero no tengo claro que sea suficiente.