Apple garante privacidad


El escribir a diario en una página, y además intentar hacerlo cubriendo el mayor abanico de posturas posibles, con el fin de que sea el lector quien saque su propio criterio, conlleva algunas responsabilidades.

La primera y más obvia viene de la mano de uno mismo, que siente que no ha dado todo de sí cuando después de escribir un artículo sobre el papel de los cuerpos de seguridad en entornos tecnológicos, se abre en comentarios un discurso que llega a ser bastante más acertado que la misma pieza.

El tema tratado era a priori complejo de afrontar, habida cuenta de todas las innumerables disciplinas de las que bebe, cada una con su propia idiosincracia.

Centré el debate en el papel de Apple (o cualquier compañía) como garante de privacidad y seguridad en su ecosistema tecnológico, pese (generalmente) a las peticiones gubernamentales por incluir algún tipo de backdoor para ser utilizado en casos que así lo requieran (como puede ser un juicio penal).

Y sigo defendiendo el razonamiento al que llegué, aunque eso no quite que entienda también que hay otra lectura que debemos considerar: la del poder de una corporación a la hora de saltarse la legislación de un país, y en especial, los riesgos asociados a ello.

Sobre garantes de la seguridad en entornos corporativos, y no administrativos

Edward Snowden lo definía muy acertadamente en uno de sus últimos tweets (EN):

El @ está creando un mundo donde los ciudadanos confían en @ para defender sus derechos, en vez de hacerlo al revés.


El panorama que dibuja, aunque en este caso, recalco, creo que Apple ha hecho lo correcto, puede ser aún más pernicioso.

¿Qué capacidad tiene un país de forzar a una corporación a cumplir su legislación, más a sabiendas del interés que existe porque una compañía como Apple opere en tu país? ¿Qué presión puede tener una gran corporación para seguir las leyes fijadas por el país, más cuando, en una brillante estrategia de marketing, posiciona a esos dirigentes políticos como los malos de la película?

Porque no hay que obviar algo. En un sistema “democrático”, el ciudadano es el que elige a sus dirigentes. En una compañía el “dirigente” no es elegido por sus clientes o usuarios, sino por una cúpula directiva que está también ahí puesta a dedo (llámelo meritocracia, llámelo como quiera, el resultado es el mismo).

El papel de un gobierno es, en esencia, proteger los intereses del ciudadano, y no sus propios intereses. El de una compañía es lucrarse, pese a que ese lucro propio venga envuelto en un papel muy bonito, y la maquinaria de marketing funcione generalmente bastante mejor que en la administración pública.

Por otro lado, venimos escamados de gobiernos repletos de lobos con piel de cordero, que llegan al poder gracias al buen conocimiento de los entresijos políticos, y utilizan, al igual que las corporaciones, la palabra del ciudadano como lema para tejer una legislación que satisfaga a unos pocos, entre los que ellos mismos suelen estar presentes.

Como explican muy acertadamente los chicos de #WhyMaps en el vídeo que enlazo al final del artículo, el éxito del sistema social que tenemos en la actualidad se debe a la falacia de una pseudo-democracia, en la que el pueblo cede su derecho de voto a representantes, que ejercen su poder a expensas de él. El triángulo de poder está hoy en día en la cúspide y no en la base, cosa que en una democracia real es al contrario (el representante propone leyes, y es el ciudadano, con su voto, el que decide si siguen adelante).

Unos representantes, para colmo, elegidos arbitrareamente dentro de cada partido, y no, salvando contados casos, mediante el voto del ciudadano final. Un sistema que nosotros mismos hemos alimentado en el momento en el que decidimos delegar el derecho de toma de decisión a terceros. De desentendernos de las labores políticas, que pasan a estar gestionadas por una ínfima porción de la sociedad que ha decidido hacer carrera en esto.


Bajo este paradigma, me resulta realmente complicado decidirme entre gobierno y corporación, habida cuenta de que el poder que tiene mi voto y la presión que soy capaz de ejercer en uno y en otro como ciudadano, es, lamentablemente, ínfimo.

Un mundo gestionado por garantes “que no nos representan”

Aunque suene a lema político (y en efecto, sea el cinismo una de las herramientas más socorridas por las dos partes), lo cierto es que tanto pinta, pinta tanto.

Si en verdad tuviéramos un gobierno dependiente del sentir de la sociedad. Si de verdad la sociedad estuviera dispuesta a repartirse esa toma de decisión entre iguales, desbalanceando la pirámide como en realidad debería estar en una democracia. Si los representantes políticos fueran elegidos aleatoriamente (como se hacía en la antigua grecia) o en base a méritos, y no en base a buenas disciplinas comunicativas (no debe sorprendernos por tanto que en la historia actual de los países democráticos haya habido tantos actores en cargos de presidencia). Si el papel del gobierno fuera el que debería ser, no me cabe la menor duda que deberían ser ellos los encargados de velar por la seguridad y privacidad de los ciudadanos.

Pero en un entorno como el que tenemos (y como el que nos hemos buscado), no encuentro una respuesta adecuada.

Los dos extremos son lamentablemente nocivos para nuestro futuro. Tanto un escenario controlado por un gobierno “que no nos representa”, como un mundo gestionado por el poder absoluto de una serie de corporaciones exentas de la legislación “del resto de mortales”.

Que Apple se haya negado a crear una puerta trasera a las comunicaciones que el usuario realiza en su ecosistema es bueno. Que Apple (o cualquier otra) decida sistemáticamente no cumplir con la legislación de los países donde opera, previsiblemente nos llevará hacia un futuro en el que esa pirámide de poder de la que antes hablábamos estará supeditada a los intereses puramente económicos (el único motor de movimiento de una empresa), a la delegación de poder frente a un ente sin alma y para colmo, inmortal.


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