La historia de nuestra especie está grabada al ritmo de los grandes errores que hemos cometido. Una y otra vez, como si de un castigo divino se tratase, estamos pre-configurados para errar, y delegar en las siguientes generaciones la muy necesaria búsqueda de soluciones a nuestros fallos.
Estos últimos cuatro siglos son un buen reflejo de ello.
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Cambio climático
Con la era industrial, el ser humano se rindió al poder mesiánico del capitalismo cortoplacista. Tejimos una red global de dependencias económicas basadas en la explotación sin control alguno de los recursos fósiles y de la propia masa de trabajadores. Absortos, como estábamos, en los grandes beneficios económicos del paradigma de producción en cadena.
Algo que, a todas luces, permitió que incluso en un siglo tan convulso como fue el XIX, llegásemos al siglo XX con una época de bonanza sin parangón, con dos grandes guerras por el medio que no hicieron más que alimentar la maquinaria industrial.
Bonanza que se mantuvo durante varias décadas gracias al milagro económico de la inflación, y a los entresijos fiscales asociados al trabajo basura y los contratos temporales. Pese a que las bases de todo ese tejido productivo, que no eran otras que los recursos naturales, daban claros signos de agotamiento.
Un agotamiento que las generaciones de aquel momento prefirieron obviar, sabedores que el problema, a fin de cuentas, lo tendrían que gestionar sus descendientes.
Marginación digital
Conforme el milagro industrial se apagaba, la humanidad fijó su perversa mirada en el nuevo petróleo: los datos. Y tras una veloz transformación de todo el entramado económico para que abrazase por completo los 1s y los 0s, el final del siglo XXI, y en particular el siglo XXI, quedarán como el verdadero inicio de la era de la información: De la delegación absolutista en los algoritmos.
Otra capa más de abstracción en ese entramado económico que dio en su día sentido a la idea de una única raza, y que nos llevaría, nuevamente, a sufrir los errores de tal ambición con desastres como el del Gran Apagón, la marginación de los Unos, o el surgimiento de los grandes monopolios corporativos como ejecutores tácitos de la nueva geopolítica.
Eso sí: Mientras Reminder era la ventana por la que toda la sociedad se informaba, y mientras los estragos de esa nueva era empezaban a impactar en la sociedad, la humanidad centró nuevamente el tiro en otros derroteros: la mejora genética.
Subs y mejorados
De hecho, ya hemos hablado largo y tendido sobre este tema en otras ocasiones, así que no me detendré mucho más. Simplemente señalar que gracias a ello, volveríamos a matarnos los unos a los otros.
Pese a que, en efecto, toda la revolución de la era genética trajo consigo la posibilidad de expandir las fronteras físicas y temporales de nuestra existencia, quedó pronto patente que todo esto estaría únicamente al alcance de los de siempre, con todo lo que ello conllevaba.
Y ya sabes de qué te hablo: La división entre aquellos con capacidad para acceder a mejoras, y aquellos sin ellas, que tuvo nuevamente un impacto superlativo en todas y cada una de las facetas de la vida en sociedad.
A fin de cuentas, ¿quién querría contratar a alguien que, objetivamente hablando, era menos productivo, inteligente y necesitaría pedir más días de baja?
A fin de cuentas, ¿quién querría tener como pareja a alguien genéticamente más débil y menos atractivo?
Una y otra vez, la historia se repetía. Y una y otra vez, nuestra especie se levantó en armas, en la llamada Rebelión de los Subs, que terminaría con centenares de muertos y varias normas (esto es, un apaño legal para mantener el status quo) que limitaban el influjo de los mejorados en la vida en colectivo.
Y, sin embargo, la naturaleza volvería a demostrarnos, como ya hizo con la revolución industrial, y como ya hizo con la informática, que el haber jugado a ser Dios tenía los días contados.
La pandemia
Empezó, como empiezan todas las buenas historias, con casos aislados.
Ya sabes, rumorología que nos llegaba de un lado u otro: Tantos fallecidos por una enfermedad vírica desconocida por aquí, tal hospital aislado tras encontrarse con varios casos de enfermos graves,…
Descubriríamos, pasadas unas semanas, y tras mucha investigación, que nos enfrentábamos a una cepa de gripe en concreto, la A313, que tenía la particularidad de ser muy virulenta, que se transmitía por el rocío de la saliva (entre otros efluvios) que dispersamos al hablar, con una tasa de letalidad muy alta (en torno al 35% de los positivos), y que atacaba mayoritariamente a una distribución cromosómica específica.
Algo que, a todas luces, en un escenario genético natural, con la dispersión cromosómica esperable, no hubiera supuesto más que una alerta para recordarnos lo débiles que seguimos siendo ante el letal poder de los microorganismos.
Pero que en un escenario artificialmente manipulado por el ser humano, se volvió rápidamente en una crisis humanitaria.
¿La razón? Esa distribución cromosómica era, de facto, el perfil tipo de humano mejorado más extendido, con los rasgos distintivos más solicitados (condición física, control de mutágenos, niveles exactos de parámetros de belleza, concentración, control de sentimientos y dotes de liderazgo).
Con más de la mitad de la clase media con un mismo patrón genético, y hasta el 90% de la clase más pudiente con esa misma distribución, la pandemia del A313 afectó mayoritariamente a los que históricamente menos solían afectar este tipo de enfermedades, colapsando el tejido productivo, y haciendo peligrar ese Estado del Bienestar tan manido durante décadas en la boca de los gobernantes de turno.
A esto se le llamó el complejo de simetría. Un aviso a futuras generaciones, que trajo consigo la necesidad de redefinir los patrones genéticos comerciales, incluyéndoles de forma aleatoria variaciones en cada paciente por el bien de la biodiversidad cromosómica de nuestra especie.
Lo que, de facto, suponía aceptar que la mejora genética potencialmente podía ser menos efectiva. Que lo mismo estábamos pagando por una mejora que, aleatoriamente, apenas tendría impacto en nuestros genes, o peor aún, conllevase problemas asociados, al entrar en conflicto con el resto de nuestra naturaleza.
La pandemia del A313 acabaría controlándose tras un par de años y no pocos millones de fallecidos, con una campaña de vacunación global altamente criticada, por eso de que, si queríamos salir de aquello, se necesitaba llegar a una suerte de inmunidad del rebaño, y eso suponía aceptar la necesidad de que las clases menos pudientes, sin mejoras genéticas, y que apenas habían sido afectadas por el virus, tomaran conciencia social y también se vacunasen.
Todo en una sociedad como la humana, con ese egoísmo individualista tan arraigado en sus entrañas, y con un instinto de supervivencia en letargo u obviado gracias a esa capa de abstracción que llamamos vulgarmente “conciencia”, y que al parecer es lo que nos separa del resto de seres vivos que pueblan el planeta.
[…]Extracto de un discurso propagandístico del grupo eco-terrorista de Los Conservacionistas
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