Ya sabes de qué hablo.
Como fanáticos de la tecnología, es normal querer ver hasta el último detalle del nuevo aparato que estamos comprando. Hacer énfasis en el rendimiento, comparar marcas hasta más no poder, visitar sitios web especializados, ir a varias tiendas para consultar con el servicio técnico, esperar a la mejor oferta posible…
Sin embargo, la realidad del mercado de la electrónica de consumo actual es que, por regla general, todos los mantras basados en la potencia bruta y especificaciones cliqué, ya no reflejan realmente más que eso, números que no contextualizados no aportan nada, o pueden volverse hasta contraproducentes a la hora de tomar una decisión de compra.
Aunque sirva saber las especificaciones del ordenador o del móvil que se vaya a adquirir, no siempre es tan útil como pensamos.
Y no hablo solo del esperable consumo de tiempo y esfuerzo mental. Todas esas horas que algunos pasamos leyendo información, preguntándoles a conocidos cómo les fue con tal aparato, o consultando análisis y reviews como los que, de vez en cuando, un servidor hace.
Está claro que nadie quiere equivocarse con una inversión de cientos de euros (o a veces de miles) en un producto tecnológico, pero igual hay cierto gusto (ese placer culpable) en adquirir uno sin hacer un plan considerando todas las variables y los posibles escenarios.
En un nivel mínimo de gama/precio, y con la maduración actual de sistemas operativos y hardware que tenemos en el mercado, es bastante probable que ese móvil que te puso ojitos en la tienda y que te has comprado poco después de solo pasar unos minutos antes de decidirte por él, te vaya a venir tan bien como aquel otro que un servidor te recomendaría tras preguntarte sobre tus necesidades y pasarte tres opciones diferentes.
Algo que, precisamente, me pasaba hace un par de semanas con mi suegra.
Que tras decirme que estaba interesada en comprar un nuevo smartphone y yo recomendarle tres (dos de gama media, uno de gama de entrada), acabó por ir a la tienda de Movistar y comprar el que le dijo la dependienta :).
Sencilla y llanamente, mi decisión, aunque seguramente estaba basada en más datos e información técnica aplicada al uso que ella buscaba, no pudo competir con la de un comercial que probablemente obtenía comisión por venderle justo ese terminal.
¿Ha sido una buena opción? Pues segurísimo. Aunque de lejos no hubiera sido mi recomendación (y, de hecho, no lo fue).
¿Es tan malo hacer compras impulsivas?
Aquí es donde quería llegar.
¿Tiene sentido, en un entorno tan rico en información, tomar decisiones no basadas en la objetividad?
Pues probablemente sí. Máxime si tenemos en cuenta que, como decía, es imposible barajar objetivamente toda esa información que tenemos a nuestro alcance. Más aún si no somos expertos.
El mejor ejemplo lo encontramos con esa guerra que hubo a principios de la década con los píxeles de las cámaras de fotos, y que seguimos absurdamente trasladando en los topes de gama actuales.
¿Es mejor una cámara de 108 megapíxeles, o una de 12?
Pues, sin más información, no sabría decirte.
- Si usas habitualmente la cámara para imprimir fotografías en carteles del tamaño de un campo de fútbol, seguramente la cámara de 108 megapíxeles sea mejor opción.
- Si, por contra, usas la cámara para subir fotos a redes sociales, pues… depende.
Los megapíxeles, a partir de 8, ya dan la nitidez suficiente para el consumo habitual que hacemos de fotografía, y entran en juego factores mucho más clave para medir la calidad fotográfica como el tamaño del megapixel (a más grande, más luz entra y por tanto más capacidad fotográfica para obtener colores reales y menos grano tendremos), o todo el trabajo que se haga a nivel de optimización de imagen y sensor.
Sin ir más lejos, mi actual smartphone es un Pixel 5, que tiene de trasera solo dos lentes de 12MPx con un sensor Sony de hace cuatro o cinco años. Y, sin embargo, está en todas las quinielas de los mejores smartphones para fotografía de este año (aunque salió a finales del pasado), compitiendo con otras cámaras de cuatro lentes y decenas o centenares de pixeles…
Claro que, ahora explícale tú a un profano que esto es debido al enorme trabajo a nivel de inteligencia artificial que hace Google en la cámara algorítmica de sus Pixel…
Y así podría seguir con muchas otras especificaciones:
- Cómo un iPhone, con mucha menos RAM, puede competir en velocidad con un Android,
- o cómo pese a tener mucha mayor pantalla, este smartphone tiene más autonomía que este otro,
- o cómo esos nuevos macs con un chip de móvil son capaces de hacer, según qué procesos, más rápido incluso que ordenadores con gráficas dedicadas.
No es magia. Es tecnología. El problema es que, para llegar a comprenderlo, hay primero que entender muchos otros conceptos que no son para nada innatos.
Es ahí donde entra esta idea: ¿Y si tomamos decisiones impulsivas?
La idea general, que además está muy influenciada por el tratamiento que se hace desde la prensa (a fin de cuentas, su negocio se basa en seguir siendo los recomendadores oficiales), es que esta actividad se considera perjudicial para el bolsillo. Y, por supuesto, que esto puede llegar a ocurrir. Pero, como decía, se juntan aquí tres casuísticas que pueden hacer tornar la balanza:
- El poco conocimiento que, por regla general, tiene la sociedad del avance tecnológico: el cuál ya he defendido en los párrafos anteriores.
- El mercado eminentemente maduro de muchos de los nichos de la electrónica de consumo: Por eso de que ya raro será que des con un smartphone, o con unos cascos, o con un ordenador que, realmente, no estén a la altura.
- El coste del tiempo necesario para tomar una decisión bien consensuada: Que muchas veces obviamos que el tiempo es mucho más valioso que el dinero.
Siempre y cuando se tengan ingresos constantes, y estemos hablando de dispositivos que tampoco representan un gasto muy considerable (no es lo mismo comprar un smartphone que comprarse un coche o una casa), no veo mala opción comprar aquello que vemos sin darle muchas más vueltas. Es lo mismo que la gente que invierte en cripto o le echa unos euros al casino en linea (ES). Mientras la economía familiar no se vea resentida, pues oye, bienvenido sea.
Y es que tomar una decisión bien argumentada, en un entorno tan rico de información, y con las esperables tergiversaciones del discurso (supuestos expertos que recomiendan tal producto o servicio únicamente porque ganan dinero con ello, reseñas falsas, el papel del marketing y los presupuestos de una u otra compañía,…) puede dirigirnos, paradójicamente, a tomar una decisión peor que la que viene sin argumentación alguna, con el coste de tiempo extra que ello conlleva.
Recuerdo, de hecho, un estudio que hice en una asignatura de desarrollo de algoritmos de inteligencia artificial comparando los resultados de inversión en bolsa basados en análisis del mercado, frente a otros basados en la más pura aleatoriedad.
Lo más triste de todo es que los resultados obtenidos en ambos casos no distaban mucho.
Y de un estudio parecido hablé hace ya unos años por estos lares. Los números son claros al respecto.
Así que, oye, tranquilo si lo tuyo sigue siendo ir a la tienda y dejarte llevar por lo primero que ves.
Quizás, solo quizás, esa decisión no sea la menos acertada. Y puede que incluso sea justo lo contrario :).
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Revisa mi setup de trabajo, viaje y juego (ES).
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