El finde de la semana pasada vimos Viuda Negra.
Valoramos acercaros al cine para verla. Pero después de valorar pros y contras, decidimos verla desde casa.
¿Mereció la pena?
Pues sí… y a la vez no.
La película en sí, decente. Como ya dije por Twitter y FB, si esperas ver aquí una película de superhéroes, no es lo que te vas a encontrar. En cambio, si a lo que vienes es a disfrutar de una peli de espionaje y acción, pues aprueba y con nota.
Ahora bien, la duda que tengo no es esa, sino la idoneidad de verla en el cine frente a la alternativa, que fue verla en nuestra casa.
Dos conceptos que arrojan experiencias muy diferentes.
De hecho, de esto mismo quería hablarte.
De cómo en apenas un par de años el consumo audiovisual ha cambiado por completo. Y lo que supone, de facto, para una industria que ha vivido históricamente de esas ventanas de explotación.
El cine como experiencia
Hasta hace unos años creo que todos estaríamos de acuerdo cuando digo que la ventana audiovisual del cine era, de lejos, la mejor opción para disfrutar de un título.
Y lo era porque la calidad de su consumo en casa no estaba a la altura de las carteras, y mucho menos de los espacios que tenemos cada uno de los mortales, en nuestros hogares.
Al cine llegaban siempre primero (varios años antes, de hecho), con unas butacas generalmente bastante cómodas, con un espacio amplio bien preparado sonoramente hablando, y con un proyector cuyas prestaciones superaban con creces incluso la resolución y el rendimiento de los televisores caseros.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, y al menos bajo mi humilde opinión, las tornas han cambiado.
A día de hoy casi cualquier cartera, y casi cualquier espacio casero, puede rivalizar al menos en algunos de estos puntos anteriores.
- Y digo esto porque, seamos sinceros, por la mitad de lo que vale un iPhone (es decir, unos 600 €) podemos poner en nuestro salón una pantalla 4K de gran tamaño, y pagar una suscripción anual al servicio de streaming de turno.
- ¿Que no tenemos para tanto? Pues en vez de una pantalla, compramos un proyector, le enchufamos un chromecast (si no trae sistema operativo o no funciona muy allá) y pagamos esa suscripción, apuntándolo hacia una sábana colgada de cualquier manera en una pared. Te puedo asegurar que esto último lo podemos tener por unos 200-300 euros, y para la distancia a la que vamos a consumir el contenido, la calidad de imagen no va a ser mucho menor que la que tenemos en la gran pantalla.
Salvada entonces la parte técnica, toca hablar de otro talón de Aquiles histórico: Las ventanas audiovisuales.
Un tema del que ya hablé largo y tendido a principios de año, y que nuevamente, debido a la crisis del COVID, se han roto por completo.
Hoy en día ya son varios agentes cinematográficos los que han apostado por sacar a la vez tanto en cine, como en su propio servicio de streaming, sus buques insignias. Y a esto únele el hecho de que algunos blockbusters ya salen directamente en la plataforma de turno.
Algo que ha pasado recientemente con esa magistral “La Guerra del Mañana” de Amazon Prime Video. A todas luces el blockbuster del año (con permiso de esa Godzilla vs Kong), que ni siquiera pasará por cines.
Queda la tercera pata, que es la experiencia cinéfila. Y aquí entiendo que es donde habrá mayores diferencias según la ideosincrasia y gustos de cada uno.
Al menos, en mi caso, hoy en día difícilmente un cine puede ofrecerme la experiencia cinéfila que puedo tener en el cine al aire libre que nos montamos Èlia y un servidor casi cada fin de semana en el jardín de casa, con ese proyector, esa sábana colgada del tendedero, y unas hamacas nuevas mientras que un servidor, por detrás, le da brillo al calor del fuego de una parrilla la cena.
Todo en pijama, los dos solos, sin gritos de adolescentes interrumpiendo el visionado, y con un vaso de whisky al alcance de la mano.
- ¿Que por lo que sea nos hemos perdido o queremos ver otra secuencia? Le damos para atrás y listo.
- ¿Que nos tenemos que levantar a llenar el vaso? Pues paramos la película, y luego la reactivamos.
Ahora bien, otra cosa es el paradigma de “ir al cine” como experiencia en sí misma. Y fíjate que no me refiero al consumo audiovisual en sí, sino al hecho de salir de casa, ir a un espacio donde veremos la película, y acompañar esa sesión con la reserva en tal restaurante o el ir de copas a la salida.
Algo en lo que, como en su día le pasó a otros espectáculos como el teatro o el fútbol, difícilmente vayamos a cansarnos de hacer de vez en cuando.
En los años 60, sin ir más lejos, la irrupción de la retransmisiones deportivas en abierto unida a los cada vez más habituales televisores en casa y en locales, hizo levantar todas las alarmas en una industria que dependía principalmente de que la gente fuera a los estadios a consumir el deporte.
60 años más tarde, pues mira, la gente sigue yendo a los estadios. Pese a que nunca fue tan fácil consumir desde casa.
Y lo mismo me da que le va a pasar al cine.
La reinvención necesaria de la industria cinematográfica
Lo que me lleva a hablar nuevamente de Viuda Negra.
La película, como decía, ha acabado estrenándose a la vez tanto en cine como en streaming. Y los números son claros (ES): ha sido un completo fracaso.
Tanto como para que la buena de Scarlett Johansson haya denunciado a Disney por (presuntamente) incumplimiento de contrato, ya que al parecer estaba firmado que se estrenaría únicamente en cines, y como pasa con muchas de estas superproducciones, la actriz se iba a llevar una comisión de cada visionado.
Sin embargo, Disney parece que hizo oídos sordos y, COVID mediante, ha decidido estrenarla en las dos ventanas simultáneamente, con el añadido de que, oh, casualidad, de los ingresos que haya obtenido en Disney+, la actriz no verá ni un mísero dólar.
Más allá de las intrigas palaciegas, lo que sí que me mosquea es que la película haya salido en Disney+ a precio de lanzamiento en la plataforma de Disney, es decir, 21,99€.
Que sí, que si me esperaba seis meses, ya estaría incluida en la suscripción que pagamos en casa. Pero no van los tiros por ahí.
Sobre esto me pronuncié el año pasado cuando se estrenó Mulán, y de hecho llegué a defender la decisión de Disney por la siguiente razón:
Esos casi 22 euros (más los 6 del servicio, pero vamos a obviarlo) que pagaremos por España para ver Mulán son, a fin de cuentas, la media que calcula que gastaría una familia para ver una película que, recordemos, es familiar.
Es decir, que pagamos 22 euros porque Disney entiende que, de media, el espectador tipo son dos adultos (padres) y un niño. Que el principal interesado en Mulán es el niño, pero lo normal es que los padres lo acompañen (y paguen la entrada para poder hacerlo).
Desde entonces Disney ha replicado la estrategia con varias de sus superproducciones.
La única diferencia es que todas las anteriores (“Cruella” y “Jungle Cruise”, recién estrenadas, incluidas) son películas eminentemente familiares. Lo que hace que, en efecto, le pueda ver sentido al hecho de pagar esos 22 euros más la suscripción pensando que el consumidor promedio serán dos adultos más uno o dos niños.
Pero Viuda Negra no es una película familiar. El target de consumidor es, principalmente, el de una persona adulta o un adolescente, dos adultos a fin de cuentas, no de tres o más personas. Y, si me apuras, con un porcentaje significativo de perfiles con conocimientos básicos de Internet. Los justos, al menos, para saber cómo descargar la obra por otros medios, lo que ha hecho que sea, de facto, la película más pirateada de lanzamiento de la historia.
Así que junta el hecho de que aún seguimos en pandemia, y que mucha gente como que no está por la labor de volver al cine, con que el precio para consumirla en casa era a todas luces excesivo, y tienes la burbuja perfecta para el desastre.
Un ejemplo más de que todavía hay mucho que pulir en esto de la nueva industria cinematográfica. Una que debe ir pegada al consumo audiovisual de la actualidad, de forma sensata, y sin intentar abusar.
Porque a la mínima, no nos va a temblar el pulso en volver a consumir por otros medios. Unos que siguen estando a tan solo un click de distancia.
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