Estos días se celebra en Paris la XXI Cumbre del Cambio Climático, conocida por sus siglas COP21, con el único (y titánico) objetivo de la «estabilización de los gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que evite la interferencia humana dañina en el sistema climático».
Y no estoy para nada exagerando. Durante las próximas dos semanas se debería definir un marco legislativo, práctico (y judicial) único al que los 195 países presentes se obliguen a cumplir.
¿Qué hay en juego?
Pues básicamente el futuro de nuestro planeta.
Descontando los cuatro locos que en pleno siglo XXI siguen pensando que eso del cambio climático es una falacia de veganos, hippies y demás quinquis de la sociedad, pese a que el primo de Rajoy (ES) afirme que no hay ningún experto que pueda predecir el clima de aquí a unos años, hay varios hechos ineludibles que incluso este catedrático de física tendrá que aceptar:
- Se ha aumentado 1ºC de media la temperatura mundial desde 1950.
- Desde la revolución industrial, han aumentado un 30% los niveles de CO2 en la atmósfera.
- Hay un 4% menos de hielo en el ártico.
- 9 de los 10 años más cálidos registrados en los dos últimos siglos han ocurrido desde el 2000.
Que haya subido un grado la temperatura media del planeta parece baladí, pero es que se calcula que con una subida de 2 grados, estaríamos al límite de una catástrofe medioambiental.
2 simples grados, y para uno de ellos hemos tardado (sea nuestra culpa, sea también debido a factores exógenos) apenas 66 años.
Esta cumbre es la última fecha marcada en el mapa para volver a escribir un acuerdo que venga a derogar el antiguo Protocolo de Kioto (ES), el cual, como bien sabrá, acabó resultando un absoluto despropósito, con tres de los países más contaminantes del mundo saliéndose del acuerdo, y con la compra-venta de porcentajes de gases invernadero entre países como si de chapas se tratase.
Y bajo este escenario, se celebran varios elementos que creo importantes señalar para comprender un poco mejor a qué nos estamos enfrentando.
Los combustibles fósiles y la cada vez más cercana sociedad de la abundancia
Casi todo lo que vemos, tocamos o sentimos ha sido cultivado, construido y/o transportado usando energía que viene de combustibles fósiles.
Tanto como para que sea el eje principal del discurso alrededor del calentamiento global. Desde la revolución industrial, no hemos hecho más que depender cada día más de los combustibles fósiles.
Un tipo de energía que además de no ser ilimitada, de tender a aumentar de precio con el tiempo (puesto que cada vez cuesta más obtenerla), produce gases que son en esencia el mayor de los detonantes del efecto invernadero.
No es el único, por supuesto (mismamente la explotación del vacuno es otro punto que parece más molesto señalar), pero sí es uno que a priori estamos en la potestad de ir gradualmente rebajando, hasta el punto de que sea innecesario.
¿Qué hay en nuestra contra? Usted quizás piense que falta innovación al respecto, pero la respuesta es mucho más sencilla. Lo que falta es compromiso.
Compromiso por parte de los gobiernos, que dejen de ser unos meros títeres del lobby energético de turno, y rompan con esa dicotomía histórica que lleva a países como España a cobrar por sacar energía DEL SOL. Un tema al que ya le he dedicado en su día un artículo en profundidad, y que de absurdo que resulta, me niego a volver a repetir.
Compromiso por parte la industria energética, apostando por las tecnologías que ya hay en el mercado y que están intentando por todos los medios frenar, adaptándose a algo que ya ha pasado de recomendable a necesario.
En esta próxima cumbre se darán cita cerca de 40000 personalidades de todo el mundo, y buena parte de este reducido grupo están de una u otra manera pagados por esa misma industria que se niega a aceptar que el único futuro posible pasa por el abandono de los combustibles fósiles.
Porque sí, hay un escenario, lejos de toda esa geopolítica lobbista, en la que nuestro paso por el planeta no ocurre a costa de este, sino en consonancia.
Hablo de la sociedad de la abundancia. Un concepto que define ese espacio en el que la tecnología, utilizada como medio y no como fin, nos permite disfrutar de una vida bastante más equilibrada y justa que la que tenemos hoy en día en nuestra sociedad.
Hablo de apostar por energías renovables e ilimitadas, como es la eólica y solar. También hablo de redistribuir la producción de esta energía, gracias en mayor parte a las cada vez menores barreras de acceso y masificación de este tipo de tecnologías.
Hablo de educar a las nuevas generaciones en el consumo saludable de todo lo que el planeta es capaz de ofrecer. Algo que muchos de mi quinta ya empezamos a entender como un must, y que previsiblemente (sea voluntaria u obligatoriamente) será el pan nuestro de cada día de aquí en adelante, como lo está siendo cada vez más en el mundo empresarial (ES).
Y en última instancia, hablamos de que seamos nosotros, los ciudadanos, los usuarios y los clientes, los que nos neguemos a apoyar a una industria basada en combustibles fósiles. Que apoyemos a proyectos y empresas afines a las necesidades del medio ambiente. Que le digamos al de la carnicería que simplemente nos envuelva la carne en papel y no nos de esa bandeja de plástico. Que tengamos en cuenta por qué manos ha tenido que pasar ese smartphone hasta llegar a nosotros. O que rechacemos totalmente comprar un vehículo de Volkswagen (o marcas aledañas), ya no solo porque sigue haciendo uso de combustibles fósiles, sino porque además ha demostrado ser una compañía que antepone los intereses económicos a nuestra salud.
Con iniciativas como la de Breakthrough Energy Coalition (EN), una suerte de fondo de inversión a largo plazo para proyectos en pos de las energías renovables, y que Bill Gates presentaba de la siguiente manera:
Ver en Youtube (EN)
Países de bajos y medianos ingresos necesitan energía para desarrollar sus economías y ayudar a más personas a salir de la pobreza. Pero la creciente demanda mundial de energía es también un gran problema, porque la mayor parte de esa energía proviene de hidrocarburos, que emiten gases de efecto invernadero e impulsan el cambio climático. Así que tenemos que ir a las fuentes de energía que sean asequibles, fiables y que no produzcan dióxido de carbono.
Las tecnologías renovables que tenemos hoy en día, como la eólica y la solar, han hecho muchos progresos y podría ser un camino hacia un futuro de energía de emisiones cero. Pero dada la magnitud del desafío, tenemos que estar explorando muchos caminos diferentes, y eso significa que también tenemos que inventar nuevos enfoques. Las empresas privadas en última instancia desarrollarán estos avances, pero su trabajo se basará en el tipo de investigación que sólo los gobiernos pueden financiar. Ambos tienen un papel que llevar a cabo.
Con todo esto, lo que conseguimos al final es forzar a ese cambio de paradigma. Que lo que dejemos a nuestro paso sea el punto de inflexión entre una sociedad egocentrista y autodestructiva a otra solidaria, colaborativa y ante todo, sensata.
No es cualquier tontería la problemática del cambio climático Pablo. A todos nos afecta y a todos nos corresponde aportar al control de la emisión de gases de efecto invernadero. Ojalá la cumbre sirva para algo y los estados industrializados que más daño causan a la atmósfera se comprometan realmente a adelantar una transformación hacia una sociedad más verde.
Eso esperamos Fernando. Eso esperamos…