democracia streaming videojuegos

Como ya sabéis, estaba en duda sobre qué consola de nueva generación comprar. Publiqué por aquí un artículo comparativa explicando los puntos fuertes y débiles de cada opción (Xbx, PlayStation o PC), y el corolario al que llegué es que al menos para mi perfil de usuario (tengo poco tiempo para jugar), Xbox Series X es el caballo ganador.


¿Significa eso que crea que PlayStation 5 no merece la pena? Todo lo contrario.

Es más, todo apunta a que como ha pasado en las últimas generaciones, en número de ventas, y más aún en mercados como el español, PS gane de calle.

A fin de cuentas, tiene por ahora el mejor reclamo posible: la calidad de sus exclusivos.

¿Por qué me decidí entonces por la Xbox? Pues muy sencillo. Game Pass.

El impacto de los servicios de streaming de videojuegos

La estrategia de Microsoft es de lejos, la mejor opción a largo plazo.

Microsoft lleva ya tiempo no dando números de ventas de consolas, y es que realmente no les importa que la compres o no (recordemos que a nivel puramente financiero, tanto Microsoft como Sony e incluso Nintendo no ganan dinero, sobre todo los primeros años, por cada consola vendida, y probablemente hasta lo pierdan).

Lo que le importa a Microsoft son el número de suscriptores. Estén estos en PC, en XBox, en Android o, desde hace poco, también en iOS/iPadOS.


Un Game Pass, ahora rebautizado como Game Pass Ultimate (y que a su vez incluye todas las suscripciones antiguas de Microsoft), que es probablemente lo más cercano que tenemos en la industria a la figura de Netflix en cine y series. Un servicio de suscripción con cientos de juegos, lanzamientos disponibles el primer día y que se renueva cada mes con más títulos.

Hablamos por aquí del coste de los videojuegos tras la decisión del sector de subir el precio de los triple A a 80 euros, y expliqué entonces que pese a ello, nunca hemos tenido acceso a videojuegos más baratos.

Que los videojuegos son cada vez más “accesibles”.

¿La principal razón? Pues propuestas como el streaming de videojuegos de Microsoft, que por 140 euros al año (menos si sabes dónde buscar (ES)), vas a tener acceso a toda esa colección de títulos, tanto de estudios propiedad de Microsoft, como de terceros, EA Play incluido.

Eso más la retrocompatiblidad con todas las consolas anteriores de Microsoft, que para colmo, y gracias a ese hardware y software mágico que le han metido, podremos revisitar (o jugar por primera vez, como es mi caso) con mejor apartado gráfico. Sin que los desarrolladores tengan que sacar un parche nuevo (si lo sacan, por supuesto, mejor aún).

Y me puedes decir que los lanzamientos nuevos que estén disponibles desde el primer día en Game Pass Ultimate serán casi exclusivamente de estudios de Microsoft. Y que el nivel no es comparable con el de Sony.

Todo lo que quieras.


Ya veremos qué impacto tiene esa vuelta de tuerca de la industria a nivel de pago por servicio y no por producto. En otros derroteros como es el de Arcade de Apple, ya comenté que la necesidad de mantener al usuario pagando está anteponiéndose a ese objetivo inicial del servicio por ofrecer calidad, y no tiempo de juego.

Sony al menos, por ahora (recordemos que PS Plus y PS Now siguen la estela de Microsoft, y que en PS5 se han sacado de la manga esa colección de pesos pesados propios de la anterior generación disponibles gratuitamente con la suscripción a PS Plus), tiene la capacidad de decirle a una Naughty Dog: “hazme el mejor juego que puedas sin preocuparte por el coste”. Simplemente porque el modelo de negocio es la venta del producto.

Microsoft quizás acabe cayendo en esa espiral tóxica de generar más títulos para engordar el servicio y dar más motivos para mantener la suscripción, y no tanto primar la calidad. Lo dudo, sinceramente, pero torres más altas han caído.

Por supuesto esto no lo sabremos hasta dentro de cuatro o cinco años, cuando esos 23 estudios que tiene ahora empiecen a producir las piezas que todos estamos esperando.

Aquí hemos venido a hablar de la democratización de la industria

Todo esto para llegar al punto que quería tratar en esta pieza.

¿Son realmente los servicios en streaming de videojuegos más democráticos que el pago por producto?

En otras industrias, como es la del cine o la música, claramente se ha cumplido este principio.


Ahora vemos muchísimas más películas y escuchamos muchísima más música que antaño. Sencilla y llanamente porque el modelo de suscripción es más asequible, a poco que eches cálculos, con la alternativa que teníamos hasta la fecha:

  • Por unos 8-18 euros al mes (según el tipo de cuenta y el servicio), tienes acceso a millones de series y películas en Netflix, Amazon Prime Video, HBO, Filmin y compañía durante un mes. Todo lo que quieras ver. Por ese mismo pecio, con suerte, vas una vez al cine, o compras un Blueray.
  • Por unos 8-10 euros al mes (de nuevo según la cuenta), accedes a una colección casi ilimitada de discos en Spotify durante todo el mes. Es imposible que lo escuches todo en tu vida. Por 10 euros ni siquiera compras un CD, y ya no hablemos de ir a un concierto.

Y prácticamente con cualquier conexión 4G o de cable tenemos suficiente.

Sin embargo, en videojuegos la cosa no está tan clara.

¿La razón? La propia ideosicrasia del medio, que nos obliga a:

  • O bien tener un cacharro capaz de ejecutar con solvencia ese contenido: Un PC Gaming decente cuesta tranquilamente unos 1.000 euros, la nueva generación ronda entre los 300 y 500 euros. Y en ambos casos necesitaremos un monitor o televisión a la altura. Es decir, hay un mínimo de ingresos que tienen que entrar en casa para poder permitirnos “lujos” como estos.
  • O bien una conexión de fibra: Y hablamos de que 50 simétricos y estables es prácticamente el mínimo recomendable para hacer streaming de videojuegos (Stadia habla de 35mbs, pero sinceramente he oído gente echando pestes cuando su conexión es limitada). Es decir, incluso con ingresos suficientes, dependes de la infraestructura de red que llegue a tu casa.

Y aquí viene lo bueno.

Quien pueda permitirse una fibra de 300 o incluso 600mbs, probablemente vivan en ciudad (además una ciudad más o menos grande), y es bastante más probable que ya tuvieran acceso, per sé, tanto a hardware a la altura (el coste de vivir en una gran ciudad es considerablemente mayor que el de hacerlo fuera) como a todo el canal de distribución de juegos en físico.

Hay aún muchísima gente que vivimos en pueblos donde ni tan siquiera llega un ADSL digno. Y ojo, que no hablo de un pueblo perdido en medio de Castilla, sino a 40 minutos de Madrid.

Sin olvidar, además, que seguimos sin tener ni de lejos los mismos derechos cuando compramos bienes digitales que cuando los compramos en físico. Ya ni hablemos de cuando pagamos una suscripción.

Precisamente una de las razones de hacerse con una consola con lector de discos es el poder acceder a toda esa industria de la segunda mano, tanto para comprar, como para revender los juegos que ya hemos disfrutado, ahorrando costes en la compra del siguiente.

Así que sí. Por supuesto que un servidor se va a subir al carro del streaming. Pero a sabiendas de que probablemente tendré que esperar dos o tres días para poder descargar ese triple A cuya media ya ronda los 80GBs de espacio en disco. Y pese a que tendré la consola más puntera, no podré jugar online.

Simplemente porque por muy democrático económicamente hablando que sea el streaming, la realidad a nivel de conectividad e infraestructura, incluso en países desarrollados, no está aún a la altura.


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