The Orville

2017 fue un buen año en cuanto a series de ciencia ficción espacial se refiere.


Y lo ha sido por dos motivos.

Del primero ya hablamos hace unos meses. Star Trek: Discovery empezaba su andadura, y un servidor, tras consumir con gula sus por ahora dos temporadas, no me ha quedado otra que rendirme ante la que es, sin lugar a duda, la digna heredera del legado abierto en su día por Battlestar: Galactica. Una de las mejores Space Opera de la historia.

Sin embargo 2017 también tenía bajo la manga otra producción que lamentablemente, y para muchos, ha pasado ensombrecida por el acierto de este nuevo spin-off de Star Trek.

Su nombre es The Orville, que cuenta también con dos temporadas, a falta de que el año que viene saquen una nueva, esta vez bajo la batuta de Hulu (que habrá que ver cómo llega a nuestros países…).

Lo que me lleva a hablar de dos formatos televisivos (el primero rehabilitado, el segundo relativamente nuevo) que están revolucionando la manera de contar historias. En la gran pantalla, por supuesto, pero también como ramificaciones en todos y cada uno de los canales que hemos encontrado en nuestros días para entretener a la sociedad.

Ver el trailer de «The Orville» (EN)

La rehabilitación de la no linealidad

Hay mucho acierto en la propuesta de «un tal» Seth MacFarlane, que quizás (solo quizás) te suene por ser la mente creativa de otras comedias televisivas de gran calado social como ha sido Padre de Familia (ES), American Dad (ES), The Cleveland Show (ES), o las cinematográficas TED (ES).

Un MacFarlane que además de dirigir interpreta a Ed Mercer, un oficial de la Unión Planetaria cuya carrera ha sufrido una recesión después de su divorcio, y a quien se le da la nave Orville como su primer mando, solo para descubrir que su exesposa, Kelly Grayson, con la cual cortó tras descubrirla en la cama con un extraterrestre azul, le ha sido asignada para ser su primer oficial.


Bajo esta premisa tan socarrona se esconde otra de esas piezas que, como decía, me ha sorprendido muy gratamente.

Porque The Orville es una comedia escondida bajo el paraguas de una Space Opera claramente inspirada en las primeras de Star Trek. Lo suficientemente cercana a la comedia como para que rápidamente simpatices con cada uno de sus personajes. Lo suficientemente cercana a la ciencia ficción espacial para que me intrigue ver qué pasará en el próximo capítulo.

Y es que aquí llego al primer punto en el que quería pararme: The Orville es una serie que prácticamente rechaza la linealidad ya tan establecida en el medio, recuperando aquello que hizo en su momento Star Trek.

Los capítulos de The Orville son (quitando dos de la segunda temporada) autoconclusivos, generando unos muy sutiles arcos argumentales que los unen entre sí (la relación de ambos oficiales y entre diferentes miembros de la tripulación), lo que en la práctica permitiría a cualquier interesado ver capítulos aislados y no numerados sin miedo a no entender qué está pasando.

Esto, como ya expliqué en su día, era una limitación propia del medio. Las cadenas televisivas de aquel entonces requerían comprar licencias de capítulos sueltos, ya que no había un calendario de publicación establecido de antemano, y tampoco querían comprometerse a tener que publicar en un orden previamente fijado los capítulos de series tan longevas como lo fue Star Trek.

Lo cual tiene, como cabría esperar, el pequeño handicap de que el espectador no tiene ante sí una historia que evoluciona con el paso del tiempo. Y a cambio, como contrafuerte positivo, nos permite disfrutar de The Orville sin mayores inquietudes y responsabilidad que el propio disfrute de la sinopsis de cada capítulo por separado.

Ves uno, y no hay riesgo a quedarse a medias hasta que tengas tiempo para ver el siguiente. Ya ni hablemos de esos fin de temporada que son un mero adelanto a lo que va a ocurrir en la siguiente, dejándote un año con la miel en los labios.


Una decisión de diseño que, sinceramente, en los tiempos de exigencia de consumo de series en los que vivimos, de veras que se agradece.

Cada capítulo, además, ahonda en alguna pregunta que tan pronto tiene un impacto creativo en las respuestas que habitualmente la ciencia ficción busca, como ataca a problemas de rabiosa actualidad social:

Hay, por ejemplo, un capítulo que gira en torno a la idea de cómo sería la interacción con una civilización que vive en un universo estrictamente en dos dimensiones.

En otro capítulo se plantean el choque cultural que tiene la tripulación humana cuando un miembro de la Federación de otra raza pide a la directora médica cambiar de sexo a su recién nacida niña, ya que en su sociedad las mujeres son seres inferiores.

Todo tratado desde una óptica buenrollista y utópica que tiende a dejarnos un buen sabor de boca.

Tan pronto los protagonistas se ven envueltos en una pugna entre dos civilizaciones que están a punto de entrar en guerra por el control de un planeta, como encuentran la manera de que sus dos líderes se enamoren locamente el uno del otro.

Si buscas una serie de ciencia ficción con toques de humor que además no te va a exigir un compromiso en tiempo elevado (puedes ver algún capítulo suelto cuando te apetezca), e incluso si lo tuyo es la comedia y quieres adentrarte, aunque a priori no te atraiga demasiado, en el mundillo de las space opera, sin lugar a duda te la recomiendo.


Detrás, como decía, está la cabeza pensante de Padre de Familia y American Dad, que con el permiso de Los Simpson (ES) y Futurama (ES) es de lo mejorcito en cuanto a crítica social que se ha hecho en televisión.

Ver el trailer de Room 104 (ES)

Las licencias creativas de una antología

Pese a la definición de antología que muchos lectores tendrán, una serie antológica no es más que una serie en la que sus personajes y sus historias cambian tras cada capítulo o cada temporada.

Que, como ocurría anteriormente, se rompe, esta vez de forma premeditada y radical, la linealidad esperable en una serie.

Quizás no lo sepas, pero la primera serie televisiva antológica de éxito fue American Horror Story (ES). Siempre y cuando aceptemos que otras obras de ficción como La dimensión desconocida no son estrictamente antológicas ya que tienen el mismo punto en común (el presentador que inicia la historia de cada capítulo).

Black Mirror ha sido, al menos hasta la quinta temporada, una de mis series antológicas favoritas. Y también he disfrutado mucho con algunas temporadas en particular de Lore (ES) o Channel Zero (ES).

Pero hoy quería hablarte de otra que seguramente se te ha pasado también desapercibida: Room 104 (ES), que puedes disfrutar por estos lares en HBO.

La premisa que tienen en común todos los capítulos es que siempre ocurren en la misma habitación (la 104) de un hipotético motel.

Son capítulos cortos, de unos 25-30 minutos, autoconclusivos (si no vaya mierda de antología…), y cada uno cuenta una historia que está inspirada en hechos reales.

A partir de entonces, y en sus por ahora tres temporadas, cada capítulo es un deleite de imaginación:

Tan pronto te vas a encontrar con un capítulo de drama donde una fiesta de jóvenes se ve truncada cuando llega la hermana loca mayor que no fue invitada, desmadrándose hasta la catarsis sangrienta final, como utilizando el formato de un musical vamos poco a poco desvelando cómo ha llegado el protagonista a esa habitación.

Hay capítulos de terror, de comedia, de ciencia ficción, de thriller… Vía libre para experimentar con un formato que solo tiene en común con el resto el desarrollarse siempre en la misma habitación.

Que por supuesto hay capítulos muy buenos, y otros que ni fu ni fa. A fin de cuentas, toca tantísimos géneros que es normal que haya capítulos que no vayan con tus gustos:

Me encantó, por ejemplo, uno de la segunda temporada en la que el protagonista le envía una carta a su profesor de cuando era niño para reunirse en el motel, y en el cual en esos apenas 25 minutos pasamos de una reunión amistosa a la locura de un adulto, a conocer los asquerosos trapos sucios de ese antiguo profesor, y a un final con tintes fantásticos que me pilló con el culo del revés.

O ese otro, basado para colmo en hechos reales, en el que dos hombres heteros quedan en la habitación de un motel para cortarse el pene y comérselo frito mutuamente :).

Y es, como ocurría en el caso de The Orville, de ese tipo de series que puedes consumir sin mayores responsabilidades. Cuando tengas un rato libre te la pones, ves un par de capítulos, y dentro de una semana en otro rato libre sigues.

Algo semejante a lo que en su día comenté sobre esos videojuegos de tiempo limitado que son pequeñas joyitas para los que como un servidor tampoco podemos estar todo el día delante del televisor.

Y dos formatos que no hacen más que enriquecer el medio, aumentando las posibilidades de aquellos a los que nos gusta contar historias.

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