Hablábamos ayer del fenómeno troll, y de que cómo una mala gestión de este tipo de comentarios puede acabar con la reputación de una persona o entidad.
Hoy quería hablar de lo que podríamos definir como la sofisticación de la figura del troll, que pasa de las manos de una persona con ánimo de ofender/desacreditar, al interés expreso de manipular la forma con la que esa comunidad funciona para, bien sea por medio de la programación, bien sea por medio de otras comunidades, generar un entorno favorable a nuestro objetivo.
No es la primera vez que alguien me pregunta cómo gestiono mi presencia en redes sociales
En especial Twitter (ES), donde quizás por la metodología de trabajo que tengo en ella me alejo de la mayoría de usuarios. El caso es que por la tipología de esta red, se presta bastante al perfil de curador de contenido, esto es, un usuario que sistemáticamente ofrece enlaces de interés (se supone) para un sector de la sociedad, lo que hace que acabe por twittear durante todo el día, llueva o haga sol, e incluso por las noches.
Para sorpresa de los más padwan en el social media, no estoy 24/7 delante del teclado, sino que por medio de automatismos y tweets programados, en cosa de media hora por la mañana dejo todo hecho, consultando las notificaciones y el timeline a lo largo de la jornada para responder a preguntas y estar al día con lo que ocurre en la red.
Todo lo que hago es por tanto legal, y está recogido en la política de uso de Twitter, que por cierto, permite incluso la existencia de bots (ES).
Lo que ya se queda fuera, son las técnicas de inflado de followers, que son terriblemente sencillas de aplicar si tienes conocimientos de programación, y que principalmente se basan en la automatización de seguimiento de perfiles y el borrado a posteriori (pasados un par de días, por ejemplo). Hay un porcentaje muy alto de usuarios que una vez que alguien le sigue pasan a seguirlo (una acción que poco tiene que ver con la filosofía de Twitter…). Pero cuando alguien deja de seguirte no te avisa, por lo que no es la primera vez que algún conocido mío recurre a esta técnica para empezar a tener presencia.
Este tipo de acciones sí están prohibidas, y se unen a aquellas de compra de seguidores, RTs, Me Gusta y compañía, conformando un amplio abanico de herramientas y técnicas que se aprovechan del funcionamiento de la red social con objetivos bien marcados, que pueden afectar a la propia reputación de esa cuenta, o a otras.
Surgen así auténticas corporaciones dedicadas a ofrecer este tipo de servicios a otras empresas o profesionales con pocos escrúpulos.
Es el llamado Crowdturfing, la manipulación de la reputación online, un nombre que hereda la filosofía del crowdsourcing (personas ofreciendo algo a otras personas) y el astroturfing (el apoyo falso a iniciativas por medio de plataformas digitales). Un mercado que mueve ingentes cantidades de dinero, y que se basa, como cualquier otra industria de los bajos fondos, en generar un sistema de confianza en el que el cliente no entra en contacto directo con las técnicas utilizadas (solo observa el resultado) y los verdaderos trabajadores, mediante la opacidad esperable, tampoco tienen porqué ser conscientes de lo que está ocurriendo.
Para ello, se contrata a personas reales (en algunos casos influencers) en servicios como Fiverr (ES), una plataforma de crowdsourcing basada en la realización de tareas por 5 dólares. Según el último estudio Utah State University sobre crowdturfing (EN), se calcula que los 10 usuarios que más ingresos obtienen en esta plataforma han formado parte o siguen formando parte de esta industria, sea directa o indirectamente.
La foto final son campañas de crowdfunding que saltan a la opinión pública cuando el proyecto obtiene tres o cuatro veces el presupuesto necesario para llevarse a cabo, o competencia local que ve cómo su negocio acaba por perder clientela con una oleada de malos comentarios en Yelp o Foursquare, o esas empresas que de la noche a la mañana pasan a tener posición preferente en las redes sociales.
La manipulación de la reputación online basada en el poder de la comunidad (ya no en cuentas falsas), y por tanto, ajena a la mayoría de controles automáticos.
Situaciones que comprometen el valor real del tercer entorno, de la propia figura de ese internet 2.0 que tanto demandamos en su momento. Cuando esa recomendación de cinco estrellas en una app del market no viene secundada por la verdad, sino por la compra de tu palabra.
Imagen de jordygraph, Maestro de marionetas (EN) cedida por Depositphotos.com.