John Berger aseveraba en su libro Modos de ver que la fotografía había irrumpido en la vida para cambiar la forma y el sentido de la realidad, trasladando una mirada personal o un recuerdo a un bien masificado y disponible por el resto de espectadores.


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Ya no existía por tanto la realidad, sino una de las infinitas realidades subjetivadas al ojo del que observa. El libro es de mediados del siglo XX, pero no encontraréis en sus páginas ningún hecho que no se pueda extrapolar a la sociedad del siglo XXI, e incluso podríamos haberlo tachado de demasiado prudente.

La fotografía como medio de objetivar una mirada personal (y subjetiva) a los de nuestro alrededor, que ha encontrado el filón que lleva años esperando con el acercamiento que supuso la aparición de cámaras compactas, de automatismos que libraban al usuario sin perfil técnico de su uso, y la reciente llegada de las cámaras en los móviles y los filtros en redes sociales.

Toda una cadena de valor que se simplifica al disponer en un dispositivo que siempre va a nuestro lado la herramienta y servicios necesarios para tomar la instantánea, editarla y compartirla al resto del mundo en apenas tres o cuatro sencillos movimientos de dedo.

De pronto surge el vídeo, en principio nuevamente destinado a aquellos con un perfil profesional audiovisual, y poco a poco difumina esta necesidad al ofrecer dicho servicio en el mismo dispositivo, con las herramientas necesarias para tomarlo, editarlo y nuevamente compartirlo. La fotografía en movimiento, que empieza ahora a salir adelante, con aplicaciones como Vine, e incluso las efímeras Snapchat o Poke, democratizando una herramienta que en su día se concibió para unos pocos avanzados.

Y llegamos a la segunda década del siglo XXI, donde ya no nos basta con controlar el instante y el movimiento, sino que además esperamos poder interaccionar con él.

La realidad aumentada ya está aquí, normalmente acompañada de la gamificación en proyectos como Ghost Buster o Ingress, y que han encontrado un nuevo filón en esa tendencia actual por romper con la dependencia del smartphone en favor de una nueva oleada de gadgets que dan sentido al yo cuantificado y el modelo cognitivo del lifelogging.


Y hablo de modelo cognitivo porque es precisamente esta nueva capacidad de grabar y ver nuevamente todo lo que ha ocurrido en nuestro alrededor lo que acabará por liberar a nuestro cerebro del procesamiento inexacto y terriblemente subjetivado del recuerdo.

Proyectos como Memoto (imagen superior) y las Google Proyect Glasses proponen una mirada objetiva al simple hecho subjetivo de mirar, o lo que se ha acabado por llamar “prosthetic knowledge”, información que queda registrada de nuestro alrededor y que muy probablemente nuestro cerebro ha decidido obviar (aunque en verdad exista y sea valiosa).

Y es interesante no solo por el hecho de dotar de interacción e información sensible a nuestra vida cotidiana, no por el simple hecho de facilitar nuestra integración y rutinas, sino porque nos ofrece un histórico objetivo que el recuerdo humano jamás podrá reproducir con tal exactitud.

Nuestra vida al alcance de un click: ¿Dónde hemos comido el 28 de enero del 2014? ¿Cómo se llamaba esta persona que conocí un martes de Octubre en el gimnasio del centro? ¿Qué fue en lo que fallé en aquella entrevista de trabajo?

La innovación conlleva peligro, y es que nos adentramos en un futuro que podría tornarse en contra nuestra si al final descubrimos que la objetividad del vídeo y la subjetividad del recuerdo acaban por mermar nuestro bienestar emocional, pero al menos un servidor es partidario de la opinión de que nuestra memoria será capaz de delegar (como ya ha ocurrido con hábitos de recuerdo y listas de tareas en bloc de notas o evernote) y activar las sensaciones oportunas a la vista de una realidad no condicionada por el afecto y la situación.

Os dejo el vídeo de acercamiento de Joshua Topolsky (periodista de The Verge) a las Google Glasses, acompañado de Sergey. No tiene desperdicio.