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La sociedad se divide en dos grupos:
- Aquellos que reutilizan su contraseña porque así pueden recordarla, que tienen un sistema propio para hacerlo y que se preocupan por mantener la información segura mediante sistemas un poco más enrevesados y completos.
- Aquellos otros que son despreocupados, bajo la premisa de que no tienen nada que pueda interesarle a un cibercriminal, que son confiados, prefiriendo contraseñas fáciles de recordar, que son flexibles en el número de servicios que utilizan y se preocupan de qué otros elementos lejos de la propia contraseña puede ponerles en peligro.
A esto habría le unimos el hecho de que solo un 5% de la sociedad conoce lo que hace a una contraseña ser robusta, y que el 61% sigue utilizando la misma contraseña pese a ser conocedores de los riesgos que entraña, y tenemos un estudio social completo de la psicología de las contraseñas, realizado por Lab42 (EN), y que sintetiza muy bien el devenir de la seguridad tecnológica.
Y mi reflexión al respecto es que seguimos empecinados en delegar la seguridad en el factor humano, cuando de hecho deberíamos delegarla en la máquina.
Las contraseñas siguen con nosotros porque es el apaño más sencillo y equilibrado que teníamos… hasta la democratización de sensores de huella dactilar, y la futura expansión de sistemas de identificación basados en patrones conductuales.
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