Como bien sabréis, llevo ya un tiempo envuelto en un proyecto de Smart Cities llamado SociWare, que presentamos la semana pasada en #SmartFIWARE de Santander.
Lo cierto es que en este tipo de eventos, se dan cita junto a techies, personas(jes) del gobierno, de la administración, periodistas e interesados en lo que se cuece en el mismo más que en el evento en sí. Usuarios que en muchos casos conocen de refilón el tema que se trata, y que acaban por conformar una masa crítica de ciudadanos con cargos en mayor o menor medida importantes sin la capacidad real de debatir sobre un tema en concreto.
Así es como llego a esta entrada, donde me gustaría matizar algunos puntos que creo que tienden a colgar cuando se habla del Internet of Things, y que de seguir así, acabarán por menospreciar el término.
Internet of things, IoT, o el Internet de las cosas, define una estructura de comunicación entre distintos elementos. La filosofía que sigue el IoT, es crear un mundo hiperconectado, una intensa maraña de redes que permitan generar valor añadido a objetos que de antemano no lo tendrían, contextualizándolo con otros.
El fallo de esta definición es precisamente el contexto, ya que seguramente un developer entienda objeto como una unidad abstracta con uno o varios estados y uno o varios comportamientos, mientras que para un usuario, el objeto es un aparato como un televisor o una farola.
Partiendo de esto, IoT define comunicación entre elementos, que pueden ser físicos o virtuales, y ese es el principal error que se comete, al considerar IoT únicamente a todo aquello que usa sensores físicos, olvidándose que el mundo digital ofrece también lecturas tanto o más interesantes que las mediciones de nuestra realidad.
Y parte de la culpa de esta malformación del lenguaje la tenemos nosotros mismos, asociando hasta valores absurdos el término IoT con el de SmartCity, y este con el de sensores.
La SmartCity es una ciudad comunicada (como véis, huyo del término ciudad inteligente, ya que de inteligente tiene poco). Una ciudad en la que lo que ocurre, se puede cuantificar, y ser usado por un sistema externo para devolver un activo de valor que de antemano no tenía. Buena parte de la SmartCity se basa en sensores (predicción de tiempo o tráfico, gestión del transporte público, puertas inteligentes,…), pero eso no quita que podamos obtener lo mismo (u otros activos de valor) aprovechando el increíble potencial del tercer entorno (mapas de calor/concentración, interacción directa con ciudadanos, estados de ánimo,…).
Porque una ciudad está repleta de smartphones y tablets. Tiene WIFI y 3G (4G) en cada rincón, y los usuarios consumen y generan contenido en cada punto de la misma. Todo eso son datos, la mayoría de las veces georeferenciados, que generan un ecosistema de información, que son leídos con “sensores digitales” (por hacer la alegoría, más que nada), y que para colmo intervienen estrechamente con la mayoría de fenómenos del mundo real.
Si queremos hablar de IoT, si queremos hablar de SmartCitys, recordar que este término engloba tanto lo que ocurre aquí como lo que ocurre en nuestro alter ego digital. Tratar estos términos de forma separada es justo lo contrario a lo que se propone, y perpetuar esta idea, rema en contra del devenir de este conglomerado de tecnologías.