Nueve años y medio.
Te nos has ido con nueve años y medio.
Luchando como un campeón con una enfermedad tan compleja y limitante como es la epilepsia canina. Y estos últimos años, también con una artrosis tan habitual en perros de tu tamaño.
Yo te conocí ya de adulto, cuando tendrías unos cuatro años, y desde ese primer día que te fui a ver a casa, me abriste el corazón con la honestidad que te caracteriza.
Eras gruñón, claro. Tu forma de comunicar que algo no te gustaba o era desconocido para ti era el ladrido. Y con ese cabezón que tenías, con ese pecho de culturista, un ladrido tuyo, impone. Pero por debajo, eras un cacho de pan, un manojo de nervios, y sobre todo, un eterno Peter Pan.
Uno que desde entonces me ha acompañado, tres veces al día, en nuestras escapadas por el campo.
Aunque no hablásemos. Tú a mi lado olísqueándolo todo, vigilando que ningún otro perro se nos acercase; yo en alguna reunión telefónica o escuchando algún podcast.
El caso es que junto a Èlia, tu madre, hacíamos un trío inseparable.
Y te queríamos.
Te queremos muchísimo.
Este jueves, de madrugada, llegó el momento.
Ya lo habíamos hablado en más de una ocasión en estos últimos meses, y yo, por puro egoísmo, me negaba a aceptarlo.
Estabas mal. Te caías cada poco. Pero seguías teniendo esa vitalidad y esa mirada como si fueras el mismo cachorro de siempre.
Y hacías de tripa corazón, viniendo cuando te llamaba desde la planta de arriba, apoyándote si era falta contra la pared mientras subías las escaleras.
La noche del jueves, sin embargo, te pusiste peor.
Sufrías.
Estabas agotado.
Y Élia, que es más valiente que yo, entre lloros tomó la decisión de ayudarte a descansar.
Te acompañamos hasta el final, Freud.
De la mejor manera que supimos.
Y estos días se están volviendo muy duros, como era esperable.
Te echamos tanto de menos…
Sin embargo, soy consciente de que fue lo mejor para ti.
Y por ello, he tomado la decisión de, al menos, durante una temporada, seguir saliendo al campo tres veces al día, a tus horas, para que pasemos esos ratos juntos nuevamente.
Tú desde arriba, y yo desde aquí abajo.
Tú olisqueándolo todo, vigilando que no se nos acerque ningún peligro, y yo absorto con lo que sea que esté escuchando.
Pero juntos, a fin de cuentas.
Descansa en paz, viejete.
Te lo mereces.
Y muchas gracias por todo.
D.E.P Freud