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Isabel Domingo, redactora de la La Nueva España, me escribía hace un par de semanas para saber mi opinión al respecto de los tres tuiteros encausados por increpar a un menor con cáncer terminal (ES).

Y como respondo a continuación, el tema no es para nada sencillo de analizar, ya que por un lado hay que proteger el derecho a la libre expresión del ciudadano, y por otro entender que Internet no es la barra del bar, y mucho menos “vale todo”.

Por aquí mis respuestas, que han acabado sumando a la pieza que publicaba estos días el periódico.

¿Qué tipo de medidas consideras convenientes y necesarias en estos casos?

Es una pregunta muy difícil de responder, habida cuenta de que cada caso es un mundo.

Sin ir más lejos, en el que nos compete, el juzgado de Valencia ha decidido encausar a tres tuiteros de las decenas de tweets que podríamos considerar ofensivos. Y en el caso del señor Ollero, uno de ellos, la causa podría quedar en nada al considerar que su tweet no es lo suficientemente tóxico, que se podría enmarcar dentro del derecho a la libre expresión, y que además ha pedido disculpas a la familia.

Anfitec pide tres años de prisión y una multa de diez meses, a razón de diez euros de cuota al día, para los otros dos. Un servidor no es abogado, y desconozco por tanto cómo se manejan las denuncias de este tipo, “ajenas al enaltecimiento del terrorismo y la humillación de víctimas y colectivos vulnerables”, fuera de derroteros digitales, pero también te digo que se me antoja una salvajada.

Tres años de cárcel por algo que a todas luces se ha dicho en caliente, demostrando un absoluto desconocimiento del canal donde fue escrito (uno de las encausados asegura que pensaba que lo estaba compartiendo en un grupo), y que claramente no tenía otro fin más que demostrar su oposición a un mundo tan polémico como es el del toreo (no creo que nadie piense que alguna de estas tres personas de verdad quería asesinar o ver muerto a ese niño).


Que no es el mismo caso (esto se debe a un suceso actual y específico, no a algo del pasado), pero la persecución que sufrió Zapata por aquellos tweets ofensivos, o la de la cuenta de Pastrana (ES), en el otro lado del cuadrilátero, en cuanto se supo quién estaba detrás de ella, son dos ejemplos conocidos recientes que demuestran que algo hay que hacer con el anonimato en la Red si queremos que las herramientas digitales sean lo más accesibles y útiles para todos.

El PP en la última legislatura tenía en mente un ataque directo hacia el derecho a la libre expresión en derroteros digitales, y un servidor apunta a un término medio que cubra a aquellos que de verdad quieren seguir vertiendo bilis (o necesiten por presiones sociales o institucionales hacerlo) de forma anónima por la red, sin que esto afecte a aquellos otros que preferimos identificarnos como quienes somos, y utilizamos Internet como un canal más para estar en contacto y hacer negocios.

Bajo este prisma, quizás deberíamos pensar en una suerte de Twitter a dos velocidades, que permitiese, como hasta ahora, crearse una cuenta no asociada a ninguna identidad física, y que también ofreciese la verificación de identidad, de tal manera que estos segundos pudieran decidir ver o no lo que dicen aquellos otros no identificados. Y los no identificados tendrían vía libre para vivir en su mundo adulterado, conspiranoico y seguramente tóxico, habida cuenta de que el estándar acabaría siendo el de aquellos que nos hemos identificado.

¿Crees que se trata de un caso de censura o puede servir como caso ejemplarizante para poner un límite al “todo vale” de las redes?

No. En todo caso, y como decía, me parece una salvajada pedir años de cárcel por algo así, y creo que los tiros, como otras tantas veces, van por donde comentas (meter miedo para que no vuelva a ocurrir).

Una estrategia a todas luces incorrecta. ¿No sería mejor crear campañas de concienciación sobre el buen uso de las redes sociales? Que el usuario de a pie, ese que no lee blogs tecnológicos, sea consciente de que Internet no es la barra de un bar. Que incluso aquello que decimos de forma privada en un grupo puede pasarnos factura, como ocurrió en aquel grupo de whatsapp de policías de Madrid.

Los tiros deberían ir por ahí. Explicar el alcance real de un tweet, que de viralizarse puede llegar a pasarnos factura en el presente y en el futuro. Y sin caer en el miedo y la autocensura sistemática, utilizar las herramientas digitales para expresarnos convenientemente.

Igual que por la calle no vamos insultando a la gente, no tiene sentido que lo hagamos en un canal abierto al escrutinio de todos y donde el contenido queda registrado para siempre, ¿verdad?


¿Consideras que “todo vale” en las redes?

Está claro que en Internet tiene que haber unos límites, y por eso te comentaba lo de arriba. Lo suyo es encontrar un equilibrio en el que por un lado aquellos que quieran utilizar la Red puedan hacerlo sin presión de ningún tipo (colectivos en riesgo de exclusión social, activistas, famosos…), y por otro que esto no interfiera radicalmente con el derecho al honor del ciudadano común, y la propia utilidad de un servicio de comunicación.

Creo que el anonimato sigue siendo necesario para velar por los intereses de todos. Pero cuando parte de aquellos que se vanaglorian de ello tergiversan su uso, generando toxicidad en una comunidad global como es Twitter, me parece necesario fijar unas pautas para proteger a la mayoría de los usuarios.

Y eso pasa por entender que la misma legislación que afecta en el mundo físico afecta en el mundo digital. Ni más, ni menos.

Tenemos el derecho a expresarnos libremente, siempre y cuando ese derecho no afecte negativamente a los demás.