paneles solares


En uno de los numerosos hilos surgidos a raíz del envío del último especial suscriptores sobre la crisis del trabajo (y en definitiva, del capitalismo), un miembro de la comunidad reflexionaba sobre el papel que juega en todo este entramado de movimientos económicos, sociales y políticos, el medioambiente.

Y de hecho, juega un papel trascendental para los cambios que ya estamos sufriendo y sobre todo, para lo que vendrá a partir de ahora.

Es más, como adelantaba en el artículo sobre la sociedad de la abundancia, el núcleo propio de esta nueva crisis de la filosofía de vida consumista (trabajo creando productos para tener el dinero suficiente para poder comprarlos) se asienta precisamente en que es ahora, y no hace unas décadas, cuando las barreras de entrada al mercado, y las limitaciones físicas y/o tecnológicas del escenario de juego se están paulatinamente desbalanceando.

Estamos actualmente en la potestad de ofrecer alimento y energía a todo el mundo (al menos el mundo que cuenta con las infraestructuras necesarias para hacérselo llegar), y con el tiempo, estaremos en la potestad de ofrecerlo también de forma sostenible.

Por una sencilla razón, y es que si en este último siglo la revolución tecnológica ha ido de la mano de la eficiencia (obtener más beneficios que gastos a la hora de extraer energía, de producir alimento, de generar demanda de productos, de …), en estos últimos años, “motivados” por esa agonía del sistema, por la bajada drástica de costes en comparación con los beneficios, y por la incapacidad de mantener una demanda suficiente para dar sentido a la oferta disponible, lo que se está imponiendo es la optimización (obtener beneficio con el menor gasto posible; gasto en recursos, gasto en económico, gasto social,…), que parece lo mismo pero es sutilmente distinto.

Y parte esencial de este cambio de paradigma lo vemos en la crisis energética, que no viene precisamente motivada por una falta o incapacidad de extracción de esa energía, sino por unas barreras de acceso y producción cada vez más bajas que hacen peligrar el statu quo de la industria.

Del uso de energías fósiles a sostenibles, y la reticencia de la industria

La disponibilidad de las energías, el precio de los combustibles importados, la geopolítica internacional y el color de los gobernantes determinan la energía utilizada en un país.


Me he permitido el lujo de resaltar estos dos puntos, que aunque vayan en último lugar, son sin lugar a duda el principal lastre con el que se está encontrando la explotación de recursos sostenibles.

De nuevo, una industria que aprovecha su tremendo poder en todos los órganos políticos para imponer restricciones absurdas (ES) como la que afecta a la energía solar en España o la prohibición de una batería para hogares (ES) que repercutiría directamente (y de forma positiva) en el gasto energético de cada familia.

En un entorno en el que el precio de los módulos solares fotovoltaicos tiende a caer un 20% cada vez que se duplica su volumen de ventas (ley no escrita de Swanson (EN)), y considerando que su mantenimiento es mucho menor que el de una central hidroeléctrica, química o nuclear, sigue saliendo más caro obtener energía renovable que por los canales oficiales (convenientemente tarificados).

¿Lo es porque no sale rentable a medio plazo su instalación? No, de hecho de media sería una inversión rentable a partir del tercer año. ¿Lo es porque solo produce energía por el día, y por tanto es insuficiente? No, de hecho todos los paneles actuales cuentan con sistema de baterías para que el acceso a la energía se haga a cualquier hora del día. ¿Por qué ocurre esto entonces?

Pues porque el lobby de la industria eléctrica, basada principalmente en el petróleo y el gas, “alude pérdidas” que deben ser pagadas como canon a todo aquel que tenga en su haber células fotovoltaicas.

Es decir, que o bien pagas para poder producir energía para abastecerte, o bien se la compras a esos que de otra forma también tendrías que pagarles.

Esa misma industria históricamente basada en economías de escala, cuyas barreras de entrada han estado siempre muy elevadas (no es fácil ni económico empezar a producir energía de un recurso fósil), y cuyos recursos, al ser cada vez menos accesibles, encarecen cada vez más el precio final.


Descentralización y distribución energética

Es el mismo escenario de siempre. Un gigante intentando evitar que su negocio termine, pese a que su negocio hace tiempo que dejó de ser rentable sin mediación política.

Por un lado, esa industria basada en grandes inversiones económicas para extraer un recurso cada vez más caro que luego ha de explotarse. Por otro lado, tecnologías que aprovechan recursos gratuitos e “infinitos” cuyo precio por implantación se reduce un 50% cada diez años, instalables por cualquier ciudadano, y cada vez más eficientes.

Y una puerta que se abre para la creatividad humana, que tan pronto es capaz de generar un procesador 20 veces más eficiente que el resto de procesadores (EN) creados por las grandes corporaciones tecnológicas, como neveras que funcionan sin necesidad de energía (EN), como baterías creadas con materiales que prometen cargas inalámbricas sin apenas pérdidas (ES).

La descentralización de una industria que lleva más de dos siglos dominando el mercado. Una descentralización presente en cada vez más sectores estratégicos (véase la industria del software, véase Internet), que conlleva, ineludiblemente, el abandono de uso de esos recursos fósiles tan nocivos para la naturaleza en favor de otros de fácil consumo y sostenibles.

Un paso más cerca de esa sociedad de la abundancia, donde las nuevas tecnologías juegan el papel de catalizadores de un cambio en el que el ser humano, y todo lo que le rodea, sale beneficiado.

Es simplemente cuestión de tiempo. Pese a que los que están arriba no quieran que esto llegue a ocurrir. Pese a que el cambio trastocará ese statu quo que tan bien ha funcionado en los últimos siglos.