Recuerdo un tiempo, no hace mucho, en el que parecía que usar juguetes sexuales (ES) era cosa casi hasta de enfermos.
Más si cabe si quien lo decía era un hombre. Y ya, no hablemos de usarlos en pareja.
Un sacrilegio, vaya.
Sin embargo, veo cómo, poco a poco, aquello que antes parecía tabú, se empieza a desmitificar. Algo totalmente normal, habida cuenta de que según algunos estudios recientes (ES/PDF), hablamos de productos consumidos por el 65% de las mujeres y por el 50% de los hombres.
A la vista de esta ruptura de la realidad (un consumo muy extendido y sin embargo muy poco comentado, al menos hasta no hace tanto), me ha parecido interesante debatir sobre las razones.
¿A qué se debe este cambio?
Pensaba el otro día en ello, y a la mente me vienen varias posibles causas.
La proliferación del comercio electrónico
La primera tiene que ver con la proliferación del comercio electrónico.
Hay todavía un porcentaje significativo de la sociedad a los que les da “cosa” entrar a comprar en un sex shop. Y supongo que esto viene precisamente de la figura histórica del sex shop, en el que se juntaba tanto la propia tienda de productos eróticos y sexuales, como un alquiler de películas subidas de tono, e incluso, en algunos casos, con prostíbulos.
Claro está que de todo esto ya ha llovido. Por supuesto que quedan aún antros de este tipo, pero los sex shops actuales son tiendas especializadas en la venta de juguetes sexuales. Si quieres consumir otro tipo de productos o servicios, el sex shop no es el sitio donde debes ir.
Es más, recuerdo que hace unos años unos amigos abrieron uno en mi ciudad natal, y tuvieron que cerrar como al año porque en un pueblo de unos 30.000 habitantes “la gente no se atrevía a entrar”.
El que, de hecho, muchos de los sex shops aún apuesten por ofrecer bolsas sin imagen de marca, y que incluso firmen los pagos con tarjeta con nombres no identificativos para no dejar registro sensible en el extracto bancario, es un buen ejemplo de esa época, y sobre todo, de esa sociedad anclada en el pasado, con unos tabús sexuales tan marcados.
Pero claro, entonces llega el eCommerce, y con él plataformas como EasyToys (ES) facilitan enormemente el consumir este tipo de productos sin la carga social (ese “riesgo” a que tu vecina se entere…) asociada.
Entras, seleccionas el producto, lo metes al carrito, haces la compra, y te llega a casa en unos días y en un paquete cerrado sin logo, libre del escrutinio de terceros.
Algo que, por otro lado, está claro que ha venido para quedarse. Ya comentamos en su día que si de algo ha servido el dichoso COVID es para que, de pronto, muchos de los que hasta entonces eran reacios a comprar por Internet, forzosamente se hayan actualizado, y ahora ya lo tengan como un canal básico (o incluso principal) de compra.
El auge de la electrónica en juguetes sexuales
La segunda tiene que ver con el auge de la electrónica en juguetes sexuales, y en definitiva, en todo lo que hay alrededor de nosotros.
Un consolador, unas bolas chinas, o un anillo son productos que históricamente no tenían más tecnología que la propia investigación en materiales y su fabricación en serie.
Pero cuando todos tenemos al alcance de la mano un smartphone, se abre la veda para que aquello que antes era solo un producto industrial, o a lo sumo mecánico, adquiera, como ha pasado con los wearables o el IoT, una suerte de digitalización.
Así, en estos últimos años, ha proliferado una industria de juguetes sexuales cada vez más cercana a la tecnológica, incluyendo sistemas de gamificación digital, analíticas o control remoto.
Tanto de cara al uso que le da el consumidor, ojo, como también de cara al propio diseño de producto. Los juguetes sexuales de hoy en día son muchísimo más avanzados porque, gracias al I+D que la industria debe invertir para seguir siendo competitiva en un sector tan reñido, conocemos ahora más nuestra sexualidad que hace unas décadas.
Y puesto que cada vez el grueso de la sociedad está más acostumbrado a utilizar tecnología, entiendo que esto también afecta al aumento de consumo de este tipo de dispositivos.
Sin olvidar que, en ese proceso de digitalización del hardware, muchas marcas han decidido alejarse de los cánones básicos de la juguetería sexual y abrazar diseños más limpios y menos “literales”.
Estoy seguro que más de uno habrá hecho alguna broma a un familiar con un juguete sexual expuesto como si fuera un adorno, para ver si la otra persona se daba cuenta.
Algo que, de nuevo, ayuda a que más gente se acerque al sector. Personas a las que quizás tener en casa un juguete muy realista les echaba para atrás (o incluso les cortaba el rollo). Pero algo con un diseño más minimalista y no tan explícito, pues oye, ya es otra cosa…
Comunicación digital y publicidad
Por último, hay un tercer elemento que seguramente ha ayudado a su expansión social, y este es la comoditización que las nuevas generaciones le dan a la industria.
No hace falta más que navegar un rato por plataformas como TikTok o Instagram para ver vídeos, generalmente en tono de humor, en el que los jóvenes hablan sin tapujos del uso de este tipo de juguetes. Y a esto únele el hecho de que cada vez hay mayor impacto publicitario de la industria en canales de uso masivo, que históricamente parecía solo vender preservativos, de nuevo apoyado por canales digitales, donde las barreras éticas son afortunadamente menos estrictas.
Así que sí, bienvenido sea el uso de juguetes sexuales, en solitario o en pareja. Y bienvenida sea esa suerte de desmitificación y tabú alrededor de ello.
Más que nada porque hablamos de tabús puramente de puertas hacia afuera. Ya que a nivel de uso, como decíamos al principio de la pieza, están más que extendidos. Y la tendencia claramente es ir a más.