nexdock computecard


A finales de siglo, y aprovechando las ventajas y democratización de las nuevas redes informáticas, despegó una idea que llevaba tiempo en los laboratorios de algunos grandes fabricantes.

¿Qué pasaría si separábamos la interfaz (con lo que el usuario interacciona) de la inteligencia (lo que hace al dispositivo ser una herramienta de utilidad)?

Se barajaron varios escenarios, y al final acabó triunfando el paradigma de ordenadores de red (ES): unos dispositivos permanentemente conectados a la red de la organización, de la cual obtenían los recursos necesarios para operar (almacenamiento, sistema operativo,…). Unas cajas en muchos casos sin tan siquiera puertos o disqueteras que delegaban en un servidor central la inteligencia, ofreciendo al cliente únicamente la interfaz (pantalla, teclado, ratón).

La razón era obvia: los gastos de mantenimiento de estos dispositivos y el presupuesto necesario para el escalado de terminales en la organización eran muy inferiores a los gastos habituales de una red de ordenadores completos.

Fueron pasando los años y paulatinamente el escenario unipersonal ganó terreno, habida cuenta de que la miniaturización del hardware y la explosión que sufrío la industria con la electrónica de consumo fue equilibrando la balanza.

Desde entonces han surgido algunos acercamientos humildes a este paradigma, como fueron los primeros chromebooks (ordenadores con hardware limitado y cuyo software dependía, en mayor o menor medida, de una conexión a la red), pero lo cierto es que aunque en muchas organizaciones (universidades, empresas…) se sigue utilizando la misma arquitectura cliente-servidor, la mayoría de clientes son en esencia dispositivos completos.

Algo absurdo (me encuentro con muchas pymes cuyos ordenadores lo único que hacen es conectarse al servidor y utilizar los recursos de él en ordenadores que ya tienen su propio sistema operativo), poco eficiente a nivel energético, pero que se ha posicionado como la norma.


El escenario actual, sin embargo, me empuja a pensar que quizás podamos recuperar esa idea inicial, trasladándola al entorno de movilidad en el que vivimos.

Razonando las necesidades del cliente actual

Y para ello voy a realizar un ejercicio de sentido común que me sirva para llevarme la contraria.

En mi trabajo diario prácticamente podría vivir con servicios en la nube. Utilizo Office365 y Google Docs como suite de ofimática, dos productos que tienen parte o la totalidad de sus herramientas en la nube. Servicios de análisis de grandes volúmenes de información (Alto Analytics, Oraquo…) que también operan online. Redes sociales, mensajería instantánea, cliente de correo electrónico, todos accesibles desde el navegador. Un gestor de carpetas, que si bien opera en local, tira de servicios online (DropBox, Google Drive, SkyDrive…) para su almacenamiento.

Dicho sea de paso que cada vez diseño y desarrollo menos. Pero de nuevo, el Photoshop lo tendría si quisiera online (limitado, pero suficiente para el uso que le doy), y con un IDE o editor de código liviano, para el uso que le voy a dar (PHP, HTML5 la mayoría de las veces) me sobra y me basta. Si tengo línea de comandos para SSH genial, pero podría vivir perfectamente con gestores de FTP.

Quedaría fuera de esto los juegos (aquí si necesito un poco de potencia gráfica), aunque tranquilamente, y viendo el catálogo de mi cuenta de Steam (mayoritariamente indies de estrategia y rol pausado), tampoco nada del otro mundo. Y a lo sumo el procesado de vídeos, algo que como se ve en mi canal de Youtube (ES), realizo de muy vez en cuando.

El resultado final, sin dejarme llevar por las ansias de tener más o mejor, es que casi cualquier dispositivo con conectividad y teclado y ratón me cubriría prácticamente la totalidad de necesidades que demando a un aparato de estos. Seguramente no el 100%, pero en el día a día no notaría diferencia alguna.

Y bajando a la calle lo que encontramos es que quien más quien menos tiene un smartphone en el bolsillo, a todos los niveles un dispositivo completo, capaz de cubrir la amplia mayoría de necesidades del usuario.


Hasta el punto que el mercado de PCs lleva tiempo en números rojos. Hasta el punto de que si mi madre (por poner de ejemplo a una persona cuyo trabajo no requiere activamente tecnología) tiene que renovar un dispositivo, el primero en la lista será el smartphone.

Así surgen iniciativas por transformar el smartphone en un ordenador al uso. Por llegar a esa maldita convergencia que parece escapársenos.

Repensando la computación con dispositivos modulares

La idea de llegar a casa, conectar (sea vía física o inalámbrica) el smartphone a una pantalla grande, y poder trabajar/disfrutar al nivel que nos tienen acostumbrados los ordenadores.

Ubuntu Phone se ha quedado por el camino, Windows lo ha conseguido justo en el momento en que abandonan la carrera por los dispositivos móviles, y Android/ChromeOS parecen más interesados en seguir cada uno por su lado, compartiendo diseño y ecosistema de aplicaciones. De iOS/MacOS ya ni hablo…

Y por otro lado, experiencias como la de RemixOS que ya probamos en profundidad, o el Cross-Network Play de la industria del videojuego, apuntan a que al menos a nivel de software la cosa es posible. Que estamos muy cerca (los atajos de teclado son quizás uno de los puntos en los que la cosa más chirría), y que solo nos falta un pequeño empujoncito a nivel de hardware para facilitar la transición.

Este último año han sido varios los proyectos que apuntaban en esta dirección, pero ninguno ha trascendido más de lo esperado, quedando como prueba de concepto o como campaña de crowdfunding aún en el limbo.


Ver en Youtube (EN)

La dupla Andromium OS/Superbook (EN) o el Alcatel Smartbook (vídeo superior) son dos ejemplos. El primero dirigido a terminales Android 5.0 o superior, y el segundo con la ventaja de utilizar un sistema de pareado por proximidad (sin cables de por medio). Dos plug and play de guión que han pasado sin más pena que gloria.

Dentro de nada Nintendo lo vuelve a intentar con Switch, un acercamiento a eso de un dispositivo modular que se adapte al escenario de disfrute de cada jugador. Que lo mismo (Dios no lo quiera) acabe siendo una nueva Wii U, pero al menos, sobre el papel, tiene peso.

Y tenemos varios ejemplos de modularidad en el internet de las cosas, como ocurría con Thinking Things de Telefonica Digital.

Estos días Intel presentaba NexDock (EN/en la imagen que acompaña esta pieza) con un acercamiento ligeramente diferente.

¿Y si la inteligencia se separa de cualquier interfaz?

Las Compute Cards son una suerte de mini-ordenadores del tamaño y grosor de una tarjeta de crédito (94,5x55x5mm) en cuyo interior tienen todo lo necesario a nivel de inteligencia informática: un procesador (no se ha dicho nada, pero supongo que algún Core M de bajo rendimiento), una unidad de procesado gráfico (por supuesto, integrada), memoria RAM, almacenamiento y la circuitería necesaria para comunicarse con el resto de interfaces (portátiles, pantallas, teclados, smartphones, IoT).

De esta manera, la inteligencia siempre iría con nosotros, y lo que cambiaríamos sería la interfaz de uso, llamada en este caso Compute Sticks (ahora salgo de casa y necesito llevarme el smartphone, ahora prefiero utilizar una tablet, ahora quiero disfrutar en una pantalla grande…).

La comunicación se hace mediante una variante del puerto USB-C llamada “USB-C Plus Extensión”. Y ojo porque hablamos de procesadores x86, no de ARM.

Que de nuevo, es solo un PoC, sin fecha final de salida al mercado, lo que significa que quizás nunca lo vayamos a ver.

Pero es un pasito más.

Sigo siendo reacio a pensar que mis necesidades puedan el día de mañana estar cubiertas por sistemas convertibles basados en la arquitectura cliente-servidor, pero torres más altas han caído.

Hasta que tuve el Asus A55VD, presuponía que un portátil no cubriría mis necesidades. Hasta que tuve el HP Spectre x360, siempre había pensado que necesitaba un i7 para mi trabajo. Con mi actual Yoga 710 he constatado que ya no quiero otra cosa que no sea un convertible.  hoy en día, es curioso cómo para según qué uso, me resulta muchísimo más cómodo retocar fotos en Snapseed que hacerlo desde el ordenador con Photoshop. Llevo ya tiempo utilizando el cliente de Feedly del escritorio únicamente en el momento en el que me pongo a escribir, consumiendo la actualidad de mi lista de RSS siempre desde el smartphone. Y aunque tengo Telegram y WhatsApp sincronizados en el navegador, y aunque esté sentado delante de la pantalla del ordenador, sigo utilizando el móvil para consumirlos.

Es más una máxima auto-impuesta (soy usuario intensivo de tecnología, ergo necesito dispositivos muy intensivos para cubrir mis hipotéticas necesidades del día de mañana) que una realidad. El futuro de la tecnología pasa por la eficiencia, no por la más pura fuerza bruta.

¿Será el 2017 el año de la irrupción de los “terminales tontos”? ¿De la separación de inteligencia e interfaz? Lo veo difícil. Pero no porque no estemos ya en ese punto, sino porque el grueso de la sociedad no está preparada para aceptar lo evidente.

Los usuarios no somos conscientes de nuestras necesidades reales. Demandamos más potencia y prestaciones cuando lo más probable es que jamás necesitemos nada de ello.

Y cuando consigamos romper con esa ley no escrita de que sacrificar potencia a favor de utilidad es algo erróneo. Cuando seamos capaces de interiorizar que un ordenador completo personal, con toda la flexibilidad y potencia que ofrece, no tiene sentido sino vamos realmente a exprimir al máximo dichas características. Que podemos vivir perfectamente con dispositivos que cubren el 95% de nuestras necesidades (ofimática, juegos, Internet, comunicaciones…), aunque dejemos fuera ese 5% que quizás ni siquiera vamos a demandar.

Cuando todo esto se cumpla lo mismo empezamos a apostar por este tipo de dispositivos, con ciclos de vida ligeramente superiores (no tenemos que cambiar TODA la electrónica, sino aquellos módulos que de verdad se han quedado desfasados para nuestras necesidades), muchísimo más adaptativos y enfocados al uso que de verdad les damos.