Ayer, un miembro de la Comunidad me recomendaba la lectura del artículo de Guillermo Peris sobre la historia detrás de la vida y actos de Muriel Howorth, una de las principales detonadoras de la vuelta al interés de la sociedad por la fisión nuclear.
Howorth fue en su época un referente en cuanto a aplicación positiva de la energía nuclear (y por cierto, sin tener estudios reglados en ninguna disciplina científica), acaparando portadas por su iniciativa de jardines atómicos, en una sociedad sin lugar a duda temerosa de sus aplicaciones bélicas recientes (Hiroshima y Nagasaki). Llegó incluso a escribir obras pseudo-divulgativas dirigidas a otras mujeres y a niños, teatro incluido, donde la energía atómica era pieza clave, pero se la recuerda por ser la principal propulsora de la implantación nuclear como método para favorecer el surgimiento de mutaciones en los cultivos, y con ello, controlar la generación de futuras especies vegetales de crecimiento avanzado.
Una suerte de divulgación científica que nace en la propia sociedad, y no en organizaciones tan alejadas de ella como eran y siguen siendo las universidades o los centros de investigación privada.
¿El éxito del trabajo de Howorth? La pasión enfermiza por todo lo que rodeaba a esta tecnología, y el hacer accesible algo hasta entonces distante para la mayoría de mortales. Cientos de voluntarios se afanaban en cultivar concéntricamente en los jardines de Howorth semillas radiadas en el viejo cobertizo central. Y dieron como resultados productos tan brillantes (y en algunos casos incomprendidos) como los cacahuetes NC4X, tan grandes como almendras.
Y ahora se preguntará qué demonios tiene esto que ver con las temáticas que habitualmente tratamos en esta humilde morada. Muy sencillo.
Tecnología mesiánica
De la época de Howorth a la nuestra hemos avanzado una barbaridad en cuanto a sutileza tecnológica se refiere.
Tanto que en la mayoría de materias de la ciencia la tecnología ha pasado de ser un martillo a un bisturí. Ya no irradiamos seres vivos con la esperanza de que alguna de las múltiples mutaciones que surjan espontáneamente pueda ser replicada y contenida fuera del resto de mutaciones nocivas para nuestros intereses. Ahora inoculamos esa mutación específica en una planta y controlamos sus generaciones venideras.
Y lo mismo podemos extrapolar al mundo de la tecnología de consumo que nos rodea.
Como debatíamos la semana pasada, estamos cada vez más cerca de que la informática se vuelva invisible, intrascendente. Una suerte de red tecnológica que nos ayuda de forma sutil en nuestro día a día, pero que lo hace sin molestarnos, y sin requerir acciones o conocimiento previo por nuestra parte.
Y conforme más avanzamos en esta faceta, más miniaturizamos sus componentes (lógicos y físicos), más mesiánica se vuelve la industria.
Parece que los ingenieros son ahora profetas de una nueva religión, y que las empresas las forma un solo hombre, el CEO, cuyo abuso de autoridad (a veces rozando lo inhumano (ES)) no es debido a un ego que no le cabe dentro, sino a la incomprensión del resto de mortales.
Vivimos una era de solucionismo digital (todo se puede hacer gracias a la tecnología), un escenario en el que lo importante parece que es seguir sacando productos tecnológicos aunque en la práctica no solucionen ningún problema (su funcionalidad, como está ocurriendo con buena parte de todo ese internet de las cosas, se espera hallar en el futuro).
Las keynotes y las tiendas de marca como iglesias a las que ir a rezar (y soltar dinero) por esa nueva versión del dispositivo de moda, por esa nueva tecnología que pasa de desconocida a necesaria para seguir viviendo.
Una industria que se retroalimenta, y que favorece el surgimiento de fieles (ahora llamados prescriptores o fanboys), que pueden o no pertenecer a la plebe, y que cumplen la máxima de defender a ultranza su religión frente a las religiones de la competencia.
La tecnología por la tecnología, sin un fin claro, sin necesidad de que haya uno.
Ni interesa pararse en el porqué, ni en el cómo. El nuevo iPhone (o Galaxy) es simplemente mejor que el anterior, y punto. Las explicaciones son vagas y cuantificables (más pantalla, más batería, más…), pero no ofrecen solución a los problemas de su potencial cliente, sino que los crean (si eras ya cliente de un terminal antiguo, de facto pasarás a cliente de segunda o de tercera, sin actualizaciones, sin soporte, sin accesorios).
La cura está en la sociedad
Aquí es donde entra el papel del divulgador tecnológico. Perfiles como Howorth que hablen con conocimiento de causa, pero poniéndose en la piel del resto de la sociedad. No un mesías que viene a leernos unos versículos de la guía de usuario de turno, sino alguien cuya única finalidad sea dar sentido al sinsentido tecnológico (que cada vez abunda más), y hacerlo hablando el lenguaje que todos conocemos.
Que ese paulatino aumento de la complejidad tecnológica, y esa paulatina invisibilidad de cara al usuario, no sirva de excusa para que la industria asocie realidad y misticismo.
Porque del fanatismo exacerbado al rechazo tajante hay muy muy poco. E igual que en su día la energía nuclear fue tachada de políticamente incorrecta por las desafortunadas aspiraciones expansionistas de un par de países (estigma, por cierto, que aún hoy arrastra), está pasando lo mismo con la concienciación del uso de las tecnologías de información como arma para controlar a la sociedad, a los ciudadanos.
Ese es el papel más importante que tanto usted como un servidor tenemos que realizar. Ser críticos con todo avance sin caer en las supercherías tecno-religiosas ni en la paranoia absoluta. Poner en valor los cuatro datos que de verdad importan de una presentación de producto, y entender que la tecnología es simplemente una herramienta para obtener un fin.
Pese a que la industria intente modelar la realidad para dotar a su modelo de negocio de más vigencia. Pese a que esté rodeado en el día a día de fieles ciegos a las bondades del resto de oportunidades tecnológicas que su religión ha desestimado.
Pese a que los y las “Holoworth” acaben habitualmente expulsados de ese círculo cerrado de supuestos gurús mesiánicos. Desterrados de esa industria a la que tanto han aportado desinteresadamente.
Porque las medias verdades y la generación absurda de necesidades en la sociedad acaba por resultar sospechosa incluso entre sus filas, tan pronto unos cuantos, absortos en la búsqueda del Santo Grial, tropiecen una y otra vez con estas incongruencias.
P.D.: la foto que acompaña al texto pertenece a una de las obras de Luis Quiles (ES), un ilustrador español a quien le recomiendo seguir la pista. Crítica social visual, y de la buena :).
Me cuesta mucho trabajo comprender la mentalidad del “fanboy” que corre a hacer una fila durante toda la noche para comprar el nuevo modelo del objeto tecnológico que sea. ¿Es este fenómeno lo que llaman hiperconsumo? yo diría más bien que se trata de hiperidiotas sin rumbo. Detrás de toda esta aberración, la manipulación de masas, la alienación del individuo.
Se trata de los mismos principios que nos amparan a pertenecer a uno u otro grupo: Sentimiento de unidad, proteccionismo, delegación del pensamiento crítico en terceros…
Es a fin de cuentas más sencillo ser fanboy de algo que no serlo. Porque en caso contrario tendrás la incertidumbre constante de qué es mejor que qué, mientras que con lo primero la respuesta siempre está clara.
Es un tema psicológico complejo. La necesidad de identificación y reconocimiento de grupos. El marketing se aprovecha de las debilidades de los débiles (a pesar de la redundancia). Tuve la oportunidad de ver de cerca este fenómeno en el interior de una de estas multinacionales del marketing de redes. Allí grandes grupos de personas terminan adorando a unos prohombres que consideran casi dioses. Una religión donde se adora al dinero. Se juega con las ilusiones y deseos de las personas mientras algunos pocos se enriquecen. Aquí es donde se sigue pensando en mundos tan diferente como el que visitaste hace poco. Aún sigo meditando sobre la India y sus gentes. Un abrazo Pablo.
Y haces bien en hacerlo. De hecho me sigue llamando la atención sociedades como la China o la Rusa, basadas en un comunismo capitalista. Una adoración inquebrantable al producto en un entorno dominado por el control institucional y la predominancia del colectivo frente al individuo.
Desde fuera al menos parecen escenarios totalmente incompatibles.
Y es curioso que en su forma de pensar tan pronto aboguen por la sencillez de la vida como sean fieles a X marcas, en algunos casos detestándolas a la vez por ser parte de ese enemigo histórico que es América.
Por nuestro lares la cosa cambia sutilmente, porque tenemos interiorizado ese sentimiento de dependencia comercial. No es ni mejor ni peor. Al final todos somos esclavos del mismo patrón, aunque con distintos puntos de vista.
Y sí, sigo hablando de tecnología, aunque parezca lo contrario :D.
Totalmente de acuerdo con el artículo que has escrito.
Después de 30 años en el sector tecnológico cada vez se me hace más cuesta arriba el marketing etéreo que rodea al sector y, sobre todo, no necesitamos modelos cerrados de los que no pueda escapar.
Durante mucho tiempo creíamos que los ordenadores habían llegado para facilitarnos la vida y al final, de la mano de las empresas, nos están esclavizando.
Lamentablemente es así FAlvarez. Pero vamos, que hay luz al final del camino. Simplemente es que se cojan correctamente las riendas del asunto, y la propia fuerza del mercado debería hacer lo demás.
Gracias por el comentario!