Quizás le parezca una tontería, pero la revolución digital ha impactado de forma más que significativa en la manera en la que hasta el momento nos comunicábamos.
Y debido a esto, ha cambiado radicalmente la manera en la que las personas se conocen y entablan relaciones sentimentales.
Todo en apenas 20 años.
Desde la creación de sociedades modernas hasta los años 90, la mayoría de relaciones sentimentales se han forjado en base a lo que en el argot técnico se conoce como redes vecinales. Puesto que con nuestro círculo de amigos suele ser más complicado que surja el amor (redes de primer nivel), lo más habitual es que una persona conociese a su pareja ya que ésta formaba parte de una red de amistades de segundo o tercer nivel. Lo suficientemente cercana como para facilitar el contacto, lo suficientemente alejada de nuestros círculos como para que la amistad no sea un freno a nivel sentimental.
¿Cómo se han conocido tradicionalmente las parejas? En bares, en eventos, en el trabajo, en los estudios… En definitiva, en esa red vecinal aledaña ineludiblemente a nuestra red primaria.
Pero claro, en 1995 surge Match.com, que será seguida por centenares de nuevas webs cuyo principal cometido, en lo que ha acabado por llamarse el Internet 2.0, es unir a personas fuera de los lindes de las redes vecinales. Y con el auge de la movilidad, llegaría Tinder, la que hoy en día es por defecto la mayor red de contactos del mundo (50 millones de usuarios, unos 12 millones de matchs diarios).
Un nuevo escenario que, como comentaré a continuación, tiene un impacto radical en la manera en la que el ciudadano del siglo XXI establece relaciones. Para bien y para mal, por cierto.
Empecemos.
Cuando el perfil digital lo es todo
En un contacto “tradicional”, generalmente, y por los motivos antes mencionados, se viene con una idea prejuzgada de la otra persona (qué conocemos de ella a partir de los lazos que nos unen con su red principal), y contamos con ese catalizador tan crítico como es la recomendación de un conocido o del grupo de amistades que tenemos en común.
Por supuesto, después entran en juego factores tan decisivos como es el feeling, el atractivo físico y el atractivo intelectual, pero a lo que voy es que el primer gancho (el contacto), uno de los que sin duda arrojan más problemáticas, cuenta con un apoyo externo que lo facilita.
Con la llegada de servicios como Tinder o Badoo la estructura tradicional de redes vecinales se va al cuerno, o, como mínimo, pasa a un segundo o tercer término. Lo que de facto empodera el resto de factores, que a primera vista deben estar convenientemente cubiertos en un perfil digital.
Y ahí es donde surgen los problemas.
¿Quienes ligan más en Tinder? Aquellos que son más guapos…, o tienen la capacidad de sacar lo mejor de sí mismos en apenas unas pocas imágenes. Y esto, generalizando, se traduce en que los hombres más altos, más musculados y con un buen trabajo, y las mujeres más jóvenes y delgadas, tienen mayores papeletas para encontrar “su media naranja”.
Aparte (y como habrá visto en el caso del perfil masculino), entran en juego otros factores como el económico/social que aunque bien pueden estar reflejados indirectamente en las fotografías de perfil, pueden acompañarse con los escasos elementos de configuración de perfil que ofrecen estos servicios (trabajo, ciudad, descripción…).
La cuestión es que pasamos de un entorno no limitado a variables (nosotros en el mundo físico somos lo que somos gracias a un número casi ilimitado de elementos que nos conforman) a otro donde todo se reduce a ver quién es capaz de mostrarse más atractivo en apenas unos pocos recursos gráficos y textuales.
Y esto, de facto, parece favorecer las mecánicas de tergiversación.
Según un estudio llevado a cabo por Kaspersky Lab y B2B International (EN), el 57% de los encuestados admite haber “adornado” la realidad a la hora de contar su vida en dichos servicios. La mayor parte acerca de su apariencia física (fotografías ligeramente retocadas o desde ángulos que favorecen), seguido de la edad y la situación económica.
Y parte de razón tienen. Según los datos proporcionados por OKCupid (EN/otro de los grandes servicios de citas online), parece que el perfil masculino más demandado (ya comentado) tiene 11 veces mayor probabilidad de recibir mensajes que el resto. En el caso de las mujeres (ya de por sí con un porcentaje significativamente mayor de interés) el volumen aumenta hasta 5 veces más.
Hay algunos otros factores, como el de puramente trolleo (36% en hombres, 31% en mujeres), y también uno que debería preocuparnos: el miedo al rechazo (34% en mujeres).
Aún con todo, 1 de cada 3 personas (y según el estudio, ojo, incluye también usuarios con pareja estable) utilizan estos servicios, lo que me lleva precisamente a la segunda parte de esta pieza.
Relaciones más interraciales y ¿parejas más estables?
Acudo aquí a otro estudio. En este caso, titulado The Strength of Absent Ties: Social Integration via Online Dating (EN/PDF), sobre el impacto (positivo) del auge de los servicios de contacto digitales.
En el gráfico superior podemos ver cómo ha sido la evolución en la manera de descubrir nuevas parejas en los últimos 50 años.
- Actualmente (el estudio llega hasta principios de esta década) en parejas heterosexuales de occidente, el principal factor a la hora de conocer a otra persona siguen siendo los círculos vecinales (un 29% más o menos), seguido de cerca por bares y restaurantes (24%) y por servicios digitales (22-23%). Desde mediados de 1990, todos los factores han disminuido a excepción de un pequeño despunte estos últimos años en el de bares/restaurantes (¿fin de la crisis, quizás?) y, como no podría ser de otra manera, la subida drástica de los contactos vía servicios digitales.
- Si nos vamos a relaciones con el mismo género, como habrá visto, la cosa ya se dispara, siendo las citas online, al parecer (habría que ver si hay algún tipo de sesgo dañino en el universo de datos analizados), el principal factor (68-69% de los encuestados).
Al eliminar de la ecuación el factor homogeneizador de las redes vecinales, y puesto que de forma natural tendemos a relacionarnos con perfiles de nuestro mismo nivel (social, económico, cultural), es normal que esto esté fomentando cada vez más la diversidad racial en la sociedad.
Dejando de lado el factor puramente biológico (que se lo digan si no a los Habsburgo (ES)) es, de facto, un elemento positivo, ya que está enriqueciendo el mestizaje cultural, y ya sabemos que conforme más heterogeneidad hay en una sociedad, menos es ésta proclive al surgimiento de movimientos discriminatorios, nacionalistas o imperialistas. Tres de los principales motivos que nos ha llevado históricamente a la guerra.
Lo que sí me ha sorprendido es el segundo apartado. Al parecer, existe una correlación entre la estabilidad de los matrimonios en función de la distancia media entre las parejas antes y después del surgimiento de los servicios de cita digitales.
Echándole un ojo al estudio los investigadores se limpian las manos. Ya he explicado en alguna que otra ocasión que correlación en analítica no significa específicamente que exista una correlación en la realidad.
Hay que recordar que estamos ante un análisis simplista de un universo muchísimo más complejo. Ese pequeño repunte en la estabilidad de matrimonios que parece tener correlación con redes de amistades separadas en ambos miembros de la pareja, puede deberse en efecto a que haya una relación de causa-efecto, pero lo más probable es que esté supeditado a decenas o centenares de variables más que por limitaciones del estudio no se han tenido en cuenta (sesgos a la hora de elegir los participantes, factores culturales, medidas estatales que favorecen el auge de parejas interraciales,…).
El corolario con el que quiero que se quede es que esto está aquí para quedarse. Que ha pasado de ser un núcleo aislado de “desesperados”, para ser un elemento más de descubrimiento de nuevos círculos de amistad, enriqueciéndolos ahí donde el resto de limitaciones geográficas, económicas y culturales antes lo imposibilitaban. Y que debido a ello surgen escenarios que son favorables y desfavorables para la evolución de nuestra sociedad.