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Negocios Seguros
Con septiembre a la vuelta de la esquina, algunos (incluso los que no tenemos hijos) nos preguntamos cómo demonios se va a afrontar el curso 2020-2021. Un curso que tiene todas las papeletas de volver a ser catastrófico, con futuros confinamientos forzados por eso de intentar no exterminarnos a base de contagios del COVID19.
Y aquí el problema, como siempre, es que apenas tenemos información al respecto. Únicamente la experiencia de haber pasado un tercer trimestre del curso anterior bajo esta forma.
Pero, aún sabiendo que los datos son los que son, ¿qué podemos esperar de este nuevo curso si, como todo apunta, acabamos otra vez cerrados en casa?
La primera parada la hago en base a los datos recogidos por Magnet (ES):
En torno al 8% (ES) de los hogares españoles no disfruta de una conexión a Internet regular, y al menos el 11% de los menores de quince años sigue sin tener acceso a un ordenador, según los datos (ES) del Instituto Nacional de Estadística.
UNICEF calcula (ES) que alrededor de 140.000 niños no se conectan a la red. Son porcentajes minoritarios y que se han empequeñecido con el paso de los años, pero generan una situación de desigualdad de base.
Es esto último lo que más me preocupa. Si aquí en España, ejemplo mundial de éxito del smartphone y las redes sociales, tendríamos alrededor de 140.000 niños sin capacidad alguna de conectarse a Internet para seguir unas clases, y si potencialmente hablando habría un porcentaje bastante mayor de niños sin capacidad para hacerlo en unas condiciones aceptables, ¿cómo estarán en el resto de países, con América Latina (y Norteamérica, ojo) en mente?
Digitalización y educación
Y ya no solo eso. Porque una cosa es tener acceso a un ordenador y una conexión, y otra bien distinta es saber cómo utilizarlo correctamente.
Un estudio elaborado por Pew Research en 2016 (EN), en Estados Unidos y sobre 2.700 encuestados arroja algo de luz al respecto. Los investigadores evaluaron no la conectividad, sino la «preparación digital», y dividieron a los participantes en función de sus capacidades:
- El 14% de los encuestados cayeron en la categoría de «poco preparados». Sin habilidades digitales y sin la confianza necesaria para encontrar información fiable en la red.
- Un 5% fueron identificados como «aprendices tradicionales». Pueden estar interesados en estudiar lejos del aula, pero prefieren recurrir a herramientas más convencionales.
- Y un 33% simplemente se mostraron «reacios». Disponen de mejores herramientas digitales que los «poco preparados», pero no están familiarizados con los recursos digitales ni saben explotarlos.
Que si el problema de la educación actualmente sigue siendo la desigualdad, con el agravante de una educación parcial o totalmente apoyada a recursos tecnológicos, esa desigualdad se hace aún más palpable.
No per sé porque la tecnología se exclusiva, sino porque por su barrera de entrada (más cultural que económica, por cierto) está más afianzada en la clase media.
Este otro (EN) trabajo avala lo que acabo de decir.
De los 150.000 alumnos que participaron en uno de los cursos digitales del MIT entre 2012 y 2014. Los investigadores encontraron una correlación alta entre la prosperidad de sus barrios de origen y su interés en la educación telemática. Por cada 20.000$ añadidos a la renta media de su vecindario, la probabilidad de apuntarse a un curso aumentaba un 27%.
Así que junta el aspecto cultural, con el económico y con el de aptitudes tecnológicas, y tienes el caldo de cultivo perfecto para generar mayor desigualdad.
Igual, por cierto, que en el mundo profesional. Esa clase media de la que hablamos ya hace unos años, que se estaba dividiendo entre los que conseguían sacar valor de la economía de la información, y los que únicamente eran meros usuarios domésticos de tecnología.
La historia se repite, pero ahora atacando al estrato estudiantil, que jode mucho más ya que se corre el peligro de cerrar las puertas a varias generaciones futuras (ya no solo los que ahora están estudiando, sino los que deben ser enseñados por los que ahora están estudiando).
Todo teniendo en cuenta que la tecnología actual, y más aún, las organizaciones, han tenido a marchas forzadas que prepararse. En lo que va de verano he hecho cuatro instalaciones físicas en academias para digitalizar sus aulas y formar a sus profesores. Ya conté por aquí el jaleo que tuvieron hace unos meses con la selectividad norteamericana con un «problemilla» de tinte informático que hizo que suspendiera una buena parte de los alumnos.
Y esta semana nos enterábamos de que algo parecido ha vuelto a ocurrir por EEUU, con un algoritmo que debía decidir la nota de miles de alumnos, y que al parecer, les ha salido un poco racista (EN/además de tener en cuenta el desempeño académico, tenía en cuenta el desempeño de cada instituto, marginando así a los alumnos de los barrios menos pudientes).
Como ves, me temo que vamos a adentrarnos en un curso que va a ser de todo menos tranquilo. Un curso en el que los niños van a tener que ponerse al día de sopetón, educados seguramente por profesores y adultos que tampoco tienen ni idea de cómo usar las herramientas digitales…
Piensa en esto cuando veas a tu peque delante del ordenador, y en la medida de lo posible, intenta ayudarle o pide ayuda a gente con conocimiento demostrado para que aunque el panorama sea oscuro, él sea de los afortunados, y esa desigualdad le afecte positivamente.
Nos va LITERALMENTE el futuro de nuestra civilización en ello.
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