Leía a principios de semana (EN) que el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan, al no poder asistir a uno de los mítines anteriores a las elecciones del 30 de Marzo, había aparecido en forma de holograma (ver vídeo inferior), para sorpresa de todos los allí presentes.


Waldo

Lejos de considerarlo un avance tecnológico sin precedentes en un sector por lo general poco afín con las nuevas tecnologías (al menos en lo que respecta de puertas para afuera), lo que más me preocupa es el mensaje que se refleja en el vídeo. Una ola de fanatismo y admiración recorre a todos los espectadores, ahogando casi por completo el discurso del holograma.

Si esto os parece sorprendente, pararos a leer la noticia de Bloomberg (EN) en la que relatan como un político de la India acabo por usar 26 proyecciones holográficas que le permitieron aparentar estar en varios sitios a la vez. Una estrategia con tintes religiosos, que lo alzaba como una deidad frente a su pueblo.

Unir a esto la historia de la estrella pop holográfica Hatsune Mike (sino lo habéis visto, por favor, correr a Youtube y teclear su nombre, os espero :)), un avatar que llena estadios en Japón, o el del rapero Tupac Shakur que se dejó caer por el festival de música Coachella después de haber muerto.

Todo esto me recuerda poderosamente a ese capítulo de Black Mirror (ES) en el que Waldo, un oso azul holográfico que actúa en un programa late-night de televisión en el que critica las noticias diarias tiene su momento de gloria al satirizar la dimisión de por aquel entonces ministro, acusado de pederastia.

De ahí, a transformarse en la voz del pueblo, ganando adeptos gracias a la brillante labia de su creador, un cómico frustrado, que lo lleva a presentarse a las elecciones. Una carrera vertiginosa que atrae la atención de la CIA, que acaba por desplazar el trabajo del cómico hacia sus intereses. El resultado, como supongo que ya habréis deducido por el título que encabeza este artículo, es un futuro distópico en el que Waldo, un ser digital dirigido por el poder, reconduce ese malestar generalizado de la sociedad para que de sus frutos… donde debe darlos. Una imagen atractiva que oculta la masiva orwellización de buena parte del mundo.

Y decía al principio que me parecía preocupante porque como en la ciencia ficción, estamos en esa fase inicial en la que ver un holograma nos resulta terriblemente atractivo, hasta el punto de nublar nuestra objetividad.


Está claro que un dirigente político es únicamente un títere del partido que está detrás, pero al menos tienes a una persona delante. El paso a digitalizar su imagen, el paso a usar esa imagen para evocar sentimientos tan fuertes como aquellos relacionados con la religión (caso de India) o la revindicación juvenil (Japón). La capacidad camaleónica de representación de un ser animado (ya no estamos de acuerdo con las palabras de alguien, estamos de acuerdo con una idea colectiva), forman parte de esa primera fase.

Ojito con las siguientes. La llegada de un avatar con el que la mayoría de indignados acabemos por simpatizar. La ventaja de la omnipresencia digital. La separación de persona y personaje, que podría permitir reconducir su voz. Todo de forma opaca al ciudadano. El control por el control, de la forma más efectiva: tergiversando el discurso de las masas.