Publicaban ayer en Xataka una entrevista a Jon Matonis, secretario y miembro del Consejo de Administración de la Bitcoin Foundation.

En referencia a ese especial sobre el bitcoin que han estado elaborando durante estos días, y que un servidor ya había tratado hace algo más de un mes.


bitcoin

Lejos de aquellos entusiastas de la economía digital, la entrevista es interesante de por sí, ya que saca a relucir una tendencia al desprestigio e incluso atisbos de una censura premeditada contra una alternativa al comercio tradicional que se hace descentralizada y sin posibilidad de monitorizar.

La libertad en los medios de pago es una extensión de la privacidad financiera y las transacciones de cash digital sin intermediarios van a convertirse en una pieza fundamental. El dinero nunca quiso ser un método para rastrear la identidad o para restringir los pagos.

Son palabras de Jon Matonis, en una suerte de razonamiento que comparto profundamente. La experiencia en estos casos va ligada a que la dependencia de un banco central o al valor de un tesoro público variable solo trae problemas a la larga, cuando la especulación y la corrupción de quienes gobiernan acaban por menospreciar el valor de la misma.

Es esa dependencia que los políticos intentan irrisoriamente respaldar bajo la confianza de una situación que se alargará permanentemente (y que en estos últimos años, como ya ha ocurrido decenas de veces en la historia, nos demuestran lo contrario), el pilar en el que se asientan los ideales del lobby bancario: Dejarme vuestro dinero, que yo lo invierto a riesgo cero, suponiendo que no ocurra ningún desastre como el de la burbuja inmoviliaria, y ya si eso lo sacáis cuando lo necesitéis, pero no todos de golpe porque juego a la especulación, y no tendría con qué pagaros.

Incluso servicios que en un principio apuntaban una democratización del mercado como fue en su día VISA o PayPal, se han visto atados y a las órdenes de gobiernos cuando así fuese necesario, como fue el hecho de clausurar las cuentas de Wikileaks para ahogar el proyecto económicamente. Un dinero que no nos pertenece (aunque nos quieran hacer creer lo contrario), y en el que volcamos toda nuestra fe en que el sistema nunca falla.

Pero basta que falle para irse todo al garete, y volver a tiempos de los sellos de correo y los timbres móviles. Porque querámoslo o no, el valor de una moneda que depende de unos muchos da más seguridad que el que depende de unos pocos. Con el Bitcoin, obtenemos un modelo basado en el trabajo en el equipo, y no en la confianza ciega de un poder superior.


Irónicamente, creo que la prohibición provocaría algo parecido a un efecto Streisand y haría que más grupos se dieran cuenta de ella.

La EFF (Electronic Frontier Foundation), que hasta hace poco permitía el pago con bitcoins, lo ha prohibido, y así seguramente seguirán uniéndose más y más organismos dependientes del lobby bancario. Pero lo cierto es que si esto llegase a ocurrir, solo mejoraría la imagen de «rebeldía» de una economía que presenta más ventajas que inconvenientes. Lo más sensato para este colectivo, sería evadir la confrontación directa, restándole importancia, y no ofreciéndole a los usuarios desconocedores de este sistema una excusa para fijar su mirada en el bitcoin.

Se la tacha de poco segura (hay que joderse que digan esto con la crisis que tenemos encima, y que viene directamente autoimpuesta por el propio capitalismo y la máxima de generar necesidades absurdas donde antes no había nada), cuando hoy en día, resulta prácticamente imposible (imposible no hay nada) de hackear, y sino solo basta conocer un poco del funcionamiento del Proof-of-work y el sistema de cifrado SHA256.

Bitcoin es el “Sistema D” de las monedas: global, descentralizada y sin intermediación de los estados.

Jon Matonis habla también de la necesidad de un sistema alternativo en todo ecosistema complejo (como es el económico en el primer mundo), y de como este mercado sumergido se hará poco a poco más presente, al ofrecer una salida más equilibrada que el caótico modelo de moneda física actual. Se calcula que en 2020, dos tercios de los trabajadores del mundo pertenecerán a esa economía en las sombras, y seguramente no ande muy encaminado. Bien sea por la poca seguridad (moral) que está ofreciendo la economía tradicional, bien sea por el derecho al anonimato y la toma de conciencia de los usuarios, o bien sea por evitar impuestos internacionales en un trabajo que cada vez es más globalizado.

También habla del miedo a la deflacción que vendrá cuando en 2031 se deje de producir moneda virtual al nivel actual, llegando a los 21 millones de bitcoins. Me parece oportuno resaltar las palabras del economista George Selgin en referencia a la división entre deflacción maligna, que viene dada por la manipulación errónea de los bancos centrales, y la benigna, que ocurre simplemente por la proliferación de su uso, y no tiene aspectos adversos asociados más que el simple hecho de la no-inflación, que al no depender de un sistema centralizado, reduce a cerca de cero las tasas de interés.

Tenéis la entrevista al completo en el enlace a la entrada del artículo.


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