No soy ningún fanático de los coches. Ni siquiera de lejos.
De hecho, la última vez que cogí un volante (de un coche real, digo) fue el día del examen de conducir, y de eso hace 8 años, que se dice poco.
Huyo constantemente de la idea de tener mi propio vehículo, más que nada porque quizás al vivir en Madrid no crea que es algo vital, con un sistema de transportes tan extenso como el que tenemos, y para los viajes ocasionales, prefiero ir en avión o tren, mucho más cómodo. Además, y debido a mi rutina diaria, dedico el tiempo en transporte público como tiempo productivo, en el que leo las noticias tecnológicas, en el que estudio.
Dicho esto, tengo que reconocer que la nueva generación de coches me está llamando poderosamente la atención. Ya no solo por el vehículo en sí, sino que a cada paso se acercan más a mi hobby principal: lo geek.
Y es que leía recientemente en el blog de Mariano (ES) una reseña sobre las palabras del CEO actual de Ford, que decía algo así como “somos, cada día más, una empresa de software”. Una tendencia que han seguido Renault y como no, Tesla Motors, y que propone un futuro cercano en el que conducir sea más de informática que de la propia industria automovilística. Para bien y para mal.
Y remarco esto último precisamente por la llegada de las licencias y el DRM a partes vitales de los vehículos. Como bien dice Mariano, “cuando comprás un Renault Zoe” (EN) (me encanta ese comprás latino), lo que en verdad compras es la licencia de uso de su batería, a sabiendas (si lees la letra pequeña, cosa que TODOS hacemos) de que por detrás la empresa te está monitorizando, y tiene la potestad de “desenchufarte” si no pagas.
Así de sencillo. Compras una licencia, no el producto. Hablamos de software, y donde hay software, hay lobby y DRM. Y olvídate de la privacidad, ya que esa monitorización va pegada a tus datos personales, y a tu cuenta bancaria.
Una situación preocupante, ya que favorece la idea de posesión personal y licenciamiento de un producto que anteriormente era nuestro. De licenciamiento a suscripción no hay mucho. Y queda en el aire aspectos tan difusos para un producto cuya posesión y compra requiere de una inversión lo suficientemente importante como para ser trascendental en la vida de una persona como la posibilidad de herencia del producto, la reventa y la garantía de mantenimiento del servicio (porque a fin de cuentas estás pagando un servicio, no un producto).