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Hubo un tiempo, hace casi una década, que cualquier consultor/gurú tecnológico te hubiera dicho que el futuro de lo digital pasaba por la voz.
Por los asistentes virtuales.
Por supuesto, todas las grandes empresas tecnológicas corrieron a subirse al que sin lugar a dudas sería el negocio del futuro.
Que si Microsoft con Cortana, que si Apple con Siri, que si Amazon con Alexa, que si Google con Google Assistant.
Y nos tocó comérnoslos hasta en la sopa.
Desde entonces, prácticamente cualquier dispositivo inteligente tiene un asistente virtual al que puedes llamar, en algunas ocasiones incluso con un botón dedicado a tamaña funcionalidad. Que no sé tú, pero no hay cosa que más me joda que encontrarme al apretar el botón táctil central de Android un milisegundo más de la cuenta y que me abra el Ok, Google, o todos esos auriculares que ni tan siquiera te permiten remapear el toque, obcecados en llamar al asistente de turno.
Es más, Con el buzz alrededor de los asistentes virtuales, surgieron no pocas gamas nuevas de dispositivos, amparados generalmente en el auge de otro hype tecnológico: el de la domótica.
De pronto empezaron hasta a regalarte altavoces inteligentes cuando cambiabas de contrato de telefonía móvil. Por casa, de hecho, tenemos por ahí muerto de risa un Echo Dot que ya no recuerdo quién nos lo regaló.
Y aquí quería llegar. Porque pasado el hype, llega la hora de darse cuenta de que esto de comunicarse con la máquina vía voz… quizás no es tan apañado como esos consultores/gurús afirmaban.
El negocio de la asistencia virtual… que no lo era tanto
Que claro, ahora es muy fácil posicionarse como contrario a este movimiento, pero es que en mi caso basta con tirar de hemeroteca.
Por supuesto cuando surgió la moda quise probarlos, pero es que tras unos días de uso me di cuenta de que, al menos, para mi, no eran.
¿La razón? Pues que no le veo sentido a hablarle a una máquina.
Quitada la coña esa inicial de hacerle preguntas tontas y ver qué responde, me parecía, y me sigue pareciendo, mucho más cómodo introducir variables por texto.
Ya no solo porque no quiera decir de voz las cosas, sino porque también me molesta que, valga la redundancia, me respondan por voz.
Y a esto, que reconozco que puede ser algo muy personal, súmale dos cuestiones más que difícilmente alguien me va a poder contradecir:
- Sirven para lo que sirven, y fallan más que una escopeta de perdigones: Es lo que hay. Una década después de que salieran al mercado, su uso es aún muy poco contextual y avanzado. Podemos pedirle qué tenemos apuntado en nuestro calendario (aunque para qué, cuando podemos nosotros mismos mirarlo), podemos preguntarles qué día va a hacer hoy (algo que, de nuevo, podemos ver nosotros en menos tiempo), podemos pedirle que nos ponga una lista de reproducción (quizás el uso más habitual, y donde quizás más sentido tiene usarlos), podemos pedirles que nos de una definición de algo… y poco más. A sabiendas que se van a confundir de vez en cuando, bien porque no nos entienden, bien porque simplemente son incapaces de hacerlo con eficacia. Y eso que hablamos de preguntas sencillas con acciones concretas y simples. Olvídate de algo mucho más avanzado porque en la amplia mayoría de las ocasiones o hará solo una parte, o te responderá que no puede hacerlo.
- Un agujero de privacidad de mucho cuidado: Y es que a cambio requiere que tengamos un micrófono siempre escuchándonos. Que ojo, no habría ningún problema sino fuera por las aspiraciones de las empresas que están detrás por sacar más rédito económico de donde sea. Y ese de donde sea se ha traducido en estos últimos años en demostraciones de cómo todos los asistentes de voz escuchaban, de una u otra manera, cuando no deberían estar escuchando, alojando en algunos casos dichas conversaciones en la nube, y siendo además en otros casos hasta tratadas y explotadas económicamente.
Con todo este panorama, he de reconocer que hay usuarios que sí les sacan partido en el día a día. A mi mente, sin ir más lejos, me viene el caso de mi madre, que parece que le es más cómodo preguntarle a Google tal cosa, que hacerlo escribiendo.
Pero vamos, para algo así no hace falta haber reinventado la rueda. Es más, mi madre, y me da que muchísimos otros usuarios, realizan esas búsquedas con la voz, sí, pero dándole al widget de Google Search. Vamos, que usan el asistente de pasada, sin acceder realmente a él.
En fin, que todo este rollo para decir que esto que para un servidor estaba claro desde un principio ha acabado por calar en uno de los gigantes de este sector: Amazon.
La compañía estos días reconocía (EN) que el haber apostado por los asistentes virtuales ha sido uno de sus mayores fracasos de toda la historia, y que valoran las pérdidas económicas en alrededor de 10.000 millones de dólares SOLO este último año.
Entre las razones, tachan, está el poco interés que despiertan sus Echo, pero también el poco margen que les deja su venta. Algo que queda claro al ver que cada poco tienen unos precios rebajados casi insultantes.
Todo esto hace que, en efecto, haya muchísimos hogares con altavoces inteligentes funcionando. Es más, aseguran que hay más de los que pronosticaban.
Pero claro, una cosa es que haya, y otra es que se usen. Y más en particular, que se usen para realizar compras, que es lo que Amazon querría.
Que al final casi todas esas cerca de mil millones de interacciones que aseguraban tener a la semana venían dadas por los típicos comandos de “Alexa, ponme tal canción” o “Alexa, qué tiempo va a hacer hoy”, no para pedir un Uber o comprar una aspiradora.
Y algo mismo, aunque sin tanta información pública, debe estar pasando en los headquarters de Google, habida cuenta de que hay rumores de que los futuros Pixel vendrán sin soporte nativo a Google Assistant (EN)…
Se acerca un invierno negro para las tecnológicas. Uno en el que tendrán que poner freno al gasto desmedido de estos últimos años. Y todo apunta a que el tema de la asistencia virtual es probablemente uno de los campos donde mayor impacto van a tener los recortes.
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