Esa mañana David se levantó sobrecogido. Había pasado una de las pesadillas más intensas que recordaba haber tenido en años.
El audiodiario de ese día dejaba fiel testimonio del infierno vivido la noche pasada:
Creo que es la primera vez que recuerdo haberlo pasado tan mal con una pesadilla. Desconozco cómo era el principio, pero tengo grabado en fuego ese momento en el que la nave nos soltó, de pronto, en medio de una ciudad casi destruida, fusil en mano.
Estaba acompañado de al menos un centenar de jóvenes más. Algunos lloraban, otros maldecían mientras el sargento los empujaba fuera del vehículo, pero todos, un servidor incluido, teníamos esa mirada perdida que solo una persona a la que le han arrebatado todo lo que más quería puede llegar a comprender.
La culpa, sin lugar a duda, era de aquellos malditos asiáticos. El gobierno imperialista del Sol Naciente había acabado, meses antes, por declarar la guerra al mundo civilizado. Con toda su potencia armamentística, erradicando de la faz de la tierra a millones de personas.
Desde entonces, y en clara desventaja (no estábamos preparados para una guerra como las vividas en el siglo XX), a todos los hombres capaces de empuñar un arma nos habían forzado a ello. Tres semanas de formación insuficiente y directos a primera línea de combate. La idea no era ganar terreno, sino tiempo. Solo éramos carne de cañón para entretener a los ojos rasgados un día más […]
Le dio a compartir en Reminder, y mientras se subía el fichero, revisó el timeline de la plataforma.
Para su sorpresa, no había sido el único.
El Suceso
Las redes sociales, y con ellas, las editoriales de los medios de comunicación, ya hervían desde primera hora de la mañana. “El Suceso”, como sería denominado más adelante, no había sido producto de la imaginación de David. Al menos, no en toda su envergadura.
Las estimaciones lanzadas por Reminder a las 10 de la mañana hablaban ya de que cerca del 16,78% de la sociedad europea había experimentado, con muy ligeros cambios, la misma experiencia. Una cifra que fue aumentando hasta llegar a 39,78%, que se aceptó como la más cercana, con algunos ecos marginales en días posteriores, y que se saldaron con entre un 5 y un 10% de incremento en el número de habitantes “infectados”.
Y no fue cosa únicamente del viejo continente. Conforme América despertaba, empezaron a llegar noticias de un brote semejante en México, Argentina, Bolivia, Venezuela, Estados Unidos… Todos, en mayor o menor medida, se levantaron esa mañana exhaustos, y con un sentimiento de rechazo difícilmente explicable.
En las primeras horas se barajó de todo:
- Jordi Hurtado, uno de los presentadores más longevos del celuloide hispanohablante, comenzaba su programa con un: “Estamos ante algo inaudito. Por segunda vez en la historia el sureste asiático corrompe los cimientos del mundo civilizado, comprometiendo de paso el porvenir que legarán nuestros hijos”.
- La revista Science en su número de verano publicó a marchas forzadas un especial sobre el hackeo del subconsciente de millones de personas. Expertos de la talla de Richard Tall, neurobiólogo de la Universidad de Cambrigde, o Sofía Rodríguez, directora del Centro de Investigación y Seguridad Nacional de México, dieron su punto de vista sobre lo que a todas luces era el primer gran meme virulento. Una “pieza creada ex profeso por alguien (presumiblemente los asiáticos) para infectar las mentes de los ciudadanos del mundo civilizado minando sus defensas”, e “interiorizando un estado de inferioridad que permitiera al gobierno del Sol Naciente vencer en una hipotética Tercera Guerra Mundial”.
- En el Night Show de Colorado aprovecharon incluso la situación para dedicar durante cuatro semanas un apartado diario que se hacía eco de las preguntas, dudas, y, sobre todo, amenazas, que los ciudadanos estadounidenses lanzaban a aquellos asiáticos que habían comprometido la integridad de algo tan privado y personal como son nuestros sueños.
Y daba igual que días más tarde se demostrase, gracias a la filtración de un whistleblower, presumiblemente trabajador de la agencia de inteligencia italiana, que “El Suceso” se debía a una prueba de concepto presentada por un tal Alessandro Marino en la Feria de Ciberseguridad Armamentística de la ciudad de Nápoles, que había sido liberada de forma totalmente accidental. Un simple ensayo interno, como tantos otros realizados en los laboratorios de I+D del ejército de turno, que por la razón que fuese había acabado fuera del férreo control de seguridad implementado en este tipo de instalaciones.
Daba exactamente lo mismo. El mal ya estaba hecho.
Las represalias
No tardaron en llegar.
Primero con algunos casos aislados. Que si una familia de origen asiático había sido brutalmente asaltada en el sur de Madrid, que si en tal barrio de Perú se había decidido por casi unanimidad no ofrecer servicios a inmigrantes “con ojos rasgados”, que si en Buenos Aires Uber había cancelado cerca de trescientos contratos con conductores de esta raza…
Más tarde con el apoyo (o la presión) de organizaciones.
“El Suceso” abrió la Caja de Pandora del miedo al extranjero, al que no es como nosotros. Y al igual que ocurriera a principios de siglo con los musulmanes, esta vez les iba a tocar a los asiáticos.
– ¿Y quién es ese tal Alessandro Marino, eh? ¿Dónde está? -criticaba en Sálvame Deluxe Deluxe un conterturlio-. ¡Todo el mundo sabe que eso de que El Suceso fue cosa de una prueba de concepto de un arma europea no es más que una cortina de humo creada por el gobierno del Sol Naciente para ocultar sus fechorías!
– Lo que está claro es que yo no quiero que mi hija tenga que compartir mesa en la escuela con un individuo cuya familia tiene tanto odio a los blancos -matizaba otra tertuliana, entre aplausos efusivos del público-. Si los asiáticos son capaces de hacer algo así, lo mejor que podemos hacer es mandarlos de vuelta de donde han venido. Y eso se consigue levantando nuevamente las barreras fronterizas que tanto mal nos han traído del otro lado.
– Esto ya nos lo conocemos. Hace unas décadas fue por temas religiosos, y ahora a saber por qué -era el invitado quien hablaba-. ¿Economía? ¿Imperialismo? ¿O simple envidia? Tienen envidia de lo que hemos llegado a crear en el mundo civilizado. Y como les pica, pues atacan. ¿Y sabes qué? ¡Yo también sé ladrar!
La Historia Patrocinada ya se encargó de que incluso los más críticos aceptaran como única verdad que el meme virulento había sido cosa del gobierno del Sol Naciente. Y más tarde, también de los “UNOS”, aquellos que parecían no cuadrar con el statu quo de la sociedad civilizada.
Fueran o no asiáticos, por cierto.
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Inspirado en los continuos avances en favor de la externalización de consciencia apoyados por las nuevas tecnologías, así como en el resurgir de los antiguos gusanos informáticos, cuyo fin, al menos a priori, es causar el caos por el caos.
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Querido Pablo. Te sigo con mucho interés en tus post de tecnología. Con muchísimo interés. Me parece que los contenidos que generas en esas temáticas son realmente novedosos, siempre interesantes y, la mayoría de las veces, originales. Y siempre honestos respetando y definiendo el origen del creador o creadores de ese contenido, en su caso. Pero, por el momento, en la ficción no pareces desenvolverte con la misma, digamos, naturalidad. En realidad sería apabullante y casi “ofensivo” que también manejaras con soltura el difícil arte del relato. Sin entrar en detalles sobre “El primer meme racial virulento” sólo decirte que es -no se si voluntariamente-, pueril y, aunque con un argumento de fondo simplemente interesante pero nada original, está plagado de frases hechas, diálogos muy forzados y, un aspecto general de borrador o toma de notas que, tal vez convenientemente desarrolladas, podrían desembocar en un relato simplemente correcto.
Muchas gracias por el feedback Andrea. Intento ir mejorando, pero claramente me falta aún mucho por aprender. Respecto a lo que comentas de pueril, y presuponiendo que te refieras a cómo está tratado el tema, y no a la forma de redactarlo, te confirmo de que en efecto es algo interesado.
Es pueril porque realmente lo que quiero es causar conmoción. Que es un relato distópico, pero no deja de tener parte de verdad en la manera que tenemos hoy en día de tratar al que es diferente a nosotros. Y es un relato que en teoría está contado por una persona de esa época afectada por ese mismo meme racial del que hablaba.
¿Significa eso que ratifico esta opinión? Bien sabes que no. La ventaja del formato relato es que me permite ahondar un tema desde justo la óptica antagónica, para luego desarrollarlo (con menor fortuna de la que me gustaría, lamentablemente), hasta la síntesis (limitada, que el formato da para lo que da) final.
Esa mañana David se levantó sobrecogido. Había tenido una de las pesadillas más intensas que recordaba en años.
El audio-diario de ese día dejaba fiel testimonio del infierno vivido la noche pasada:
Creo que es la primera vez que recuerdo haber sufrido tanto con una pesadilla. Desconozco cómo era el principio, pero tengo el recuerdo constante de ese momento en el que la nave nos soltó, de pronto, en medio de una ciudad casi destruida, fusil en mano y entre nubes negras de polvo y fuego.
Estaba acompañado de al menos un centenar de jóvenes más. Algunos lloraban, otros maldecían mientras el sargento los empujaba fuera del vehículo, pero todos, yo el primero, teníamos esa mirada perdida que solo una persona a quien van a arrebatarle todo en un instante, puede llegar a comprender.
La culpa, no tengo ninguna duda, era de aquellos malditos asiáticos. El gobierno del Nuevo Sol Naciente había acabado, meses antes, por declarar la guerra al resto del mundo civilizado. La declaración fue efectiva con el estallido de toda su potencia armamentística, erradicando de la faz de la tierra a millones de personas.
Desde entonces, en clara desventaja y desconcierto de nuestras autoridades, nos encontramos dentro de lo que era una guerra convencional en el siglo XX, con todos los hombres capaces de empuñar un arma forzados a participar en una forma de combate desfasada que, tras tres semanas de formación insuficiente y situados en primera línea de combate, mostraba con una claridad atroz, que la idea no era ganar terreno, sino tiempo. Solo éramos carne de cañón para entretener a los ojos rasgados un día más […]