enfermedad o salud

¿Que hace a una persona ser considerada enferma o sana? ¿Es algo intrínseco a la propia naturaleza, o por el contrario, tiene un componente social/cultural?


La homosexualidad fue considerada hasta 1973 (ES) un trastorno mental, y recogida por tanto en el DSM-III, el manual diagnóstico y estadístico para estas patologías.

Poco antes de la Guerra Civil americana, a los esclavos que decidían fugarse, renegando por tanto de su condición de esclavos, se los consideraba enfermos de «drapetomanía» (ES), una palabra procedente del griego «drapetos», o huir, y de «mania», que significa enfermedad.

La depresión crónica fue durante los años cuarenta «curada» mediante la lobotomía cerebral frontal (ES), un tratamiento creado por el neurólogo Egas Moniz y el cirujano Almeidas Lima consistente en meter por las cuencas oculares un picahielo hasta el cráneo y lastimar las conexiones del lóbulo pre-frontal. Era rápido (en unos quince minutos la intervención ya estaba hecha) y barato, además de no necesitar apenas formación («hasta un tonto podría hacerlo», dijo Moniz en una de sus múltiples entrevistas), lo cual lo hacía perfecto para descongestionar las ya de por sí colapsadas salas de los psiquiátricos.

«Tan solo» un 6% de los pacientes tratados de esta manera morían, y el resto, después de unos meses de «conductas irracionales», volvían a una situación de normalidad… Descontando el hecho de que, privados de esta parte del cerebro, generalmente se volvían personas sumisas y apáticas.

Un tratamiento que le sirvió al neurólogo para recibir el Premio Nobel en 1949, apenas una década antes de que este tipo de operaciones fuesen consideradas «uno de los episodios más bárbaros de la historia de la psiquiatría moderna», prohibiéndose poco después.

Son solo tres escenarios en los que una patología pasó de ser considerada enfermedad a saludable, o viceversa.

Y lo vivido a principios de este siglo no deja de ser un fiel reflejo de lo complicado que resulta definir dónde están los límites.


La toma de decisión de qué mejoras genéticas debemos salvaguardar

Tim Spector en su libro Post Darwin (ES) postulaba la siguiente afirmación en referencia al aumento considerable de casos de autismo en el mundo:

Esta teoría vendría a sugerir que, mientras que en el pasado estos hombres habrían sido monjes, sentados en taburetes de madera, copiando en soledad textos latinos con una asombrosa caligrafía, ahora se han reincorporado a la reserva genética. Estas uniones tienen más probabilidad de generar hombres con un alto CI, un cerebro con una orientación ultramasculina y riesgo de TEA.

De esta manera se podía explicar no solo que en la sociedad hubiese cada vez más gente con esta supuesta patología, sino que además buena parte de los grandes empresarios tecnológicos, así como aquellos profesionales mejor cualificados del momento, tuvieran algún grado de autismo.

Una «enfermedad» considerada a principios de siglo que en nuestros días se ha vuelto la norma.

A fin de cuentas, hablamos de personas con cualidades superiores para el desarrollo de la conciencia pragmática y matemática, y por ende, era cuestión de tiempo que este debate se trasladase al sector más crítico de la mejora genética.

Con CRISPR se abrió la veda a que el ser humano, por primera vez, tuviera en sus manos la potestad de decidir el futuro evolutivo de la especie.

Ya no dependíamos entonces de la arbitrariedad de la evolución natural, sujeta por sus propias limitaciones a una serie de condicionantes difícilmente controlables.


Desde entonces el mundo civilizado apostó por el control de la especie, eligiendo qué variables genéticas querríamos heredar, y cuáles, basadas en el conocimiento anterior, no tenía sentido mantener.

Esta nueva realidad dividió, como suele pasar con cualquier revolución tecnológica (lo mismo pasó a principios del siglo XXI entre aquellos capaces de sacar valor a las herramientas informáticas y aquellos incapaces de hacerlo), la sociedad civilizada en dos:

  • Los que podían permitirse las mejoras genéticas: y por tanto, competir con mayores garantías en un libre mercado. Ergo, podían permitirse más mejoras genéticas que les permitían competir con mayores garantías…
  • Los que no podían: abocados, como ocurriera en su día con los que no tuvieron la suerte de heredar genética autista, al paulatino aislamiento social. Menos mejoras genéticas, ergo menos capacidad de competir en igualdad de oportunidades por un puesto de trabajo, por resultar atractivo para los demás…

Los Subs, como se les llamaría a posteriori, ejercieron el lobby esperable de cualquier otro colectivo abocado a la extinción, forzando a la legislación de algunos países a establecer impedimentos legales y económicos a lo que a todas luces era la evolución lógica de nuestra especie.

Y perdieron. Vaya que si perdieron.

Hoy en día la sociedad ha avanzado lo suficiente como para aceptar que desde pequeños el árbol genético de cada uno de nosotros ha sido diseñado única y exclusivamente para cumplir un cometido específico.

De esta manera, tenemos varios niveles de superhumanos, cada uno potenciando el conjunto de mapas genéticos que ese ciudadano necesita para ejercer una condición específica en la sociedad.

A mi, sin ir más lejos, me diseñaron para labores de administración y estrategia, lo que me permite acceder a un puesto de dirección y a un estilo de vida, social y cultural, acorde.


Diana, la chica que nos acaba de servir el té, ha sido diseñada específicamente para trabajos de «poca cualificación mental». Y esa limitación la paga con creces demostrando tener una capacidad superior a la que puedo tener yo en resistencia física y don de gentes.

La cuestión, y es con esto con lo que quiero que te quedes, es que debes comprender que gracias a la mejora genética hemos erradicado muchísimos de los complejos de antaño, tomando prestados aquellos elementos que en su día se consideraban patologías físicas o mentales, e incluyéndolas en aquellos mapas genéticos para crear la que a todas luces es la sociedad más sana y óptima que nuestra especie ha tenido en toda su historia.

Y tú, amigo mío, tendrás que acostumbrarte, comprender y aceptar el papel que te ha tocado cumplir en esta sociedad, viniendo como vienes de la barbarie de fuera.

Diana te explicará el resto de detalles.

¡Bienvenido al mundo civilizado!

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Inspirado en la obra de Tim Spector sobre el cómo algunos genes determinan nuestro aspecto y nuestra anatomía, y otros muchos garantizan nuestra flexibilidad y aleatoriedad, pudiendo por tanto modificarse.

Por si te has quedado con hambre de más…

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