PabloYglesias felicidad

El miércoles pasado fui a recoger los resultados de la analítica de sangre que me hice la anterior semana. Como cabría esperar, estoy como un roble. Por poner un pero, una de las variables del hígado, que la tengo un punto por debajo del mínimo. Nada de lo que deba preocuparme (de hecho casi es hasta positivo).


El caso es que este último año ha sido para quien escribe una verdadera revolución en cuanto a la forma que entendía la vida, y por ende, un cambio de 180 grados a las prioridades que hasta ahora me había marcado.

Empezando por la parte profesional, y siguiendo, como no, por la personal.

Y puesto que estoy en esta santa casa, y de tanto hablar con muchos de vosotros cada día, ya os considero algo más que amigos, quería dedicar la pieza de hoy a poner en contexto toda la evolución que he tenido en estos últimos meses hasta ser la persona que soy en este mismo momento. Alguien que se encuentra muy bien consigo mismo. Alguien que sí se considera ahora realmente exitoso.

La aspiración profesional: el papel del trabajo en nuestra vida

Hablando sobre ello estos días con una amiga, caí en la consideración del momento justo en el que me di cuenta de que los objetivos que me planteaba anualmente estaban mal formulados. Concretamente, un 29 de diciembre del 2015, donde dejé testigo por estos lares del placer culpable y aspiracional tan presente en nuestra sociedad.

En esa pieza ya hablaba de cómo mi viaje a India había sido el catalizador que me llevaría, unos años más tarde, a dejar de dar valor a muchas de las cosas que nos preocupan aquí “en el primer mundo”, y a plantearme un cambio de vida que algunos ya sabéis, del cual ya he hablado de pasada en la elaboración de mis objetivos para 2018, y que haré público en apenas un par de meses.

El caso es que en esos finales del 2015, después de estar profundamente focalizado en el trabajo, y sobre todo, en ganar más (lo que socialmente se suele considerar éxito), ya me empezaba a plantear que el éxito profesional que aparentemente tenía no lo era tanto para mi, y que quizás la felicidad estaba más cerca de otras facetas que tenía bastante menos mimadas, como dedicarme tiempo a mi mismo, volver a recuperar el entusiasmo por el deporte, y aceptar únicamente proyectos profesionales que me llenasen.

Así fui luchando con todos esos placeres culpables de los que hablaba antes, hasta que a finales del 2016, un susto personal me puso en alerta.


La importancia de estar (y sentirse) sano por dentro y por fuera

Pese a haber empezado ya a volver a hacer deporte, la vida sedentaria que llevaba (trabajaba de aquella muchas horas y encima desde casa), unida a una alimentación basada en los hidratos de carbono, estaba haciendo mella en mi cuerpo.

Me propuse tomarme más en serio el ejercicio. A fin de cuentas, ¿es lo que siempre recomiendan, verdad? Y pese a que me pegaba palizas de dos horas diarias, la siguiente analítica no es que saliera igual, es que había empeorado.

Coincidió, de paso, con mi viaje a Polonia, así que me propuse olvidarme por unos días del tema y ya a la vuelta empezar a cuidar también mi alimentación.

¿El resultado? Lo he comentado por estos lares en profundidad.

En mi caso el problema era el sedentarismo y sobre todo la alimentación. Cambié hábitos alimenticios, reduje la carga de deporte y aumenté el tiempo de actividad, lo que significa ineludiblemente pasar menos delante de la pantalla.

En lo que va de año me he dado cuenta que lo que al principio empezó como una obligación (caminar al menos 7 kilómetros diarios) ahora es una necesidad. Me pongo Spotify/Tidal y desconecto del mundo. Es un rato que tengo para estar a solas con mis pensamientos. Y da igual que haya trabajo u otras obligaciones por hacer, que ya habrá tiempo de hacerlo cuando vuelva.

De verdad, casi nada en esta vida es urgente e importante.


Sobre la alimentación, más de lo mismo. Puedo decir que en todo este proceso, además de redescubrir la verdura y desintoxicarme de la peor droga que existe (por si no lo sabe, hablo del azúcar), he ido paulatinamente mejorando mi dieta hasta el punto de que hoy en día como todo lo que me apetece y en las cantidades que quiera (que ojo, soy un hombretón del norte, tengo un saque no que vea, jajaja). Simplemente me he acostumbrado a querer comer comida sana, y a detestar cada vez más la comida que todos sabemos que es mala (productos ultraprocesados, frituras…).

A la dieta (me jode llamarla dieta por la connotación que tiene a nivel social, pero en serio, para nada me privo de cosas que me apetezcan) que en su momento expliqué que seguía, he ido además incluyendo una serie de mejoras, sobre todo enfocadas al tipo de deporte que estoy haciendo y los objetivos buscados:

  • Desayuno: he pasado de no desayunar (mal), a desayunar un zumo de varias frutas (bien pero mejorable, ya que al tomar la fruta en zumo solo metemos sus vitaminas y la fructosa, no la fibra), a meterme entre pecho y espalda algo de proteína acompañado de fibra (lo que todo nutricionista con dos dedos de frente recomendaría). Normalmente hablamos de pavo cocido con aguacate, humus y pan. Otras veces un par de huevos a la plancha con algo de tomate y pan para empujarlo. Hay que empezar el día fuerte :).
  • Media mañana: de no comer nada nada he pasado a meter unas cuantas frutas. Entre dos o tres piezas, según el hambre que tenga. O bien frutos secos. A veces paro para hacer esta comida, y otras me lo traigo al estudio y voy picando mientras trabajo.
  • Comida: Aquí ya la cosa cambia según el día. Pero lo que está claro es que he pasado de una base alimenticia basada en los hidratos de carbono a otra cuya base es la verdura. Todo es acompañamiento de la verdura, que a poder ser la como cruda (he aprendido a disfrutarla de esta manera), cocida o a la plancha. Me hago unas ensaladas que ya quisieran muchos, donde meto absolutamente de todo. Pero claro, de todo lo que es sano y natural (verduras, marisco, carne…). Nada de productos ultraprocesados (a veces tengo que reconocer que caen unos palitos de cangrejo), e intentando no abusar de los productos procesados (el atún al natural, los espárragos trigueros y las aceitunas más de lo mismo…).
  • Merienda: Igual que a la media mañana, aunque normalmente también lo acompaño de un poco de proteína (pavo, pollo, aguacate…).
  • Cena: Parecida a la comida. A veces hago algo al horno, otras preparo algo de carne magra a la plancha acompañada siempre de verdura, otras una ensalada…

De postres yogures (naturales), gelatina, frutos secos y fruta.

Me pongo hasta arriba comiendo, y aun así, en lo que va de año, he perdido unos 15 kilos.

Es cierto que ya desde Navidades me he mantenido más o menos en el peso, pero hay que entender que:

  1. Realmente ya no necesito adelgazar más: Mi IMC me dice que tengo aún sobrepeso, pero es que habiendo sido nadador a nivel competitivo más de la mitad de mi vida el IMC no se ajusta al cuerpo que tengo (muchos hombros, brazos y piernas, poca cadera).
  2. Estoy en una fase de musculación: Entreno menos que antes, pero estoy entrenando a volumen. Ejercicios funcionales (TRX, CrossFit…), con ciclos de alta intensidad (mucho peso) y pocas repeticiones. Mi idea es ver hasta dónde puedo llegar a nivel de fuerza sin tener que sacrificar dieta o estilo de vida (los fines de semana voy a seguir saliendo, y si me apetece comerme una hamburguesa la como). Por ahora estoy levantando 105kg en peso muerto, y sé que realmente puedo levantar más, pero prefiero darle prioridad a la técnica para evitar lesiones.

La cuestión es que todo este proceso de descubrimiento me ha llevado a ser bastante más feliz de lo que era antes centrado únicamente en el trabajo.

Ahora dedico menos tiempo a la parte profesional, y disfruto como un niño compartiendo mis pinitos en el CrossFit por mi recién abierta cuenta de Instagram (ES). He pasado de escribir 5 artículos semanales en esta página, a escribir 3, y ese tiempo extra me está permitiendo disfrutar más de la vida, que es al final de lo que se trata.


Con lo que quiero que se quede

Que a veces hay que darse cuenta que un paso “hacia atrás”, es realmente varios pasos hacia delante. Igual que en su día tuve que aprender a decir que Sí tanto en el trabajo como en mi vida personal, y más tarde a decir que No, ahora estoy en un momento en el que el cuerpo me pide disfrutar del presente. Cosa que creo que queda reflejada en el contenido que publico por estos lares, y sobre todo en la forma que tengo de publicarlo.

Así que si ha llegado hasta aquí me gustaría pedirle que dedique, aunque sean unos minutos cuando vuelva del trabajo, a dar una vuelta consigo mismo y a escuchar lo que su cuerpo o su mente le están pidiendo. Lo mismo se da cuenta de que el camino que se ha marcado (si es que se ha marcado alguno) no le está llevando hacia donde quiere ir. Sea en el trabajo o en la vida personal. Lo mismo se da cuenta de que tiene al alcance de su mano una manera de ser más feliz en su vida, pese a que ello signifique romper el statu quo (social, familiar, trabajo, cultural…) en el que hasta el momento se ha estado ocultando.

Y le voy a contar un secreto: si usted no hace por hacer, nada va a cambiar. Seguirá en ese mismo trabajo (o la falta de él), con los problemas personales que ya tenga.

Depende de nosotros ser dueños de nuestra vida, y son nuestras decisiones (o la falta de ellas) las que nos dirigen o nos alejan de ese Santo Grial que es la felicidad.

El éxito es justo ese: ser feliz con lo que somos y con lo que hacemos. 

¿Estamos preparados para poner las medidas adecuadas para ello?