estres


Seguro que alguna vez le ha pasado. Llegan las vacaciones, y de pronto, esa desconexión forzada se vuelve verdaderamente gratificante.

No hay una necesidad imperiosa de dar respuesta a cada notificación que nos llega. La bandeja de correo ha sido programada con un email automático para alertar a los interesados de nuestra ausencia. Incluso nos permitimos el hecho de salir de casa sin el teléfono.

En pleno siglo XXI, resulta curioso que cada vez con mayor frecuencia anhelamos disfrutar de una vida alejada (lo justo) del mundo digital. La vuelta a los orígenes, esos en los que todo ocurría en un círculo sin lugar a duda mucho más escueto, que las experiencias eran únicamente físicas, y que el tiempo no se cuantificaba en segundos.

Las paradojas de la democratización tecnológica

Lo comentaba hace unas horas al hilo de una cadena de emails con los compañeros de trabajo. Nuestro CEO se va de vacaciones, y debido a las desorbitadas (y prohibitivas) tarifas de roaming, alertaba que estaría unos días prácticamente incomunicado.

Y digo prácticamente porque para alguien como él (como un servidor, como seguramente usted), el no disponer de datos en el smartphone es sinónimo de buscar enfermizamente redes WIFI.

Aquí es donde aparece la paradoja: ¿Cómo algo que a priori nos fuerza a estar constantemente alerta, y que se ha demostrado ser una de las principales razones de infelicidad, nos empuja a saltarnos todas nuestras auto-protecciones (véase la poca seguridad de estas WIFIs), posponiendo el placer de la desconexión en busca de tan ansiado y nocivo manjar?

Que la excusa del trabajo la hemos barajado todos. Pero bien sabe el susodicho que el fuerte queda en buenas manos. Y también, quiero pensar que somos lo suficientemente adultos como para defendernos de esa presión social que incita a publicar todo lo que estás viviendo, máxime si puede dar envidia a los conocidos, mostrando esa idea del Yo que querrías trasladar al imaginario de todos ellos.


Las nuevas tecnologías desgastan. Causan fatiga digital (ES), o lo que es lo mismo, un estado que tiene consecuencias ya no solo en el plano psicológico, sino también físico.

La rutina diaria se trastoca, y aunque en esencia esto nos hace sentirnos más vivos, también nos causa malestar.

Porque aquí viene la siguiente paradoja: El no tener acceso al mundo digital también nos genera estrés. Ni contigo ni sin ti, oye. Parece que estamos condenados a vivir amargados, hagamos lo que hagamos.

La búsqueda del equilibrio y esa consabida dieta digital

¿Qué podemos hacer para remediarlo? No hay receta mágica, lamentablemente.

Pero al menos en mi caso, llevo tiempo intentando adoctrinar el cuerpo, la mente, y sobre todo, la tecnología a mi alrededor, para que esa búsqueda del equilibrio acabe por dar sus frutos.

Y todavía no lo he conseguido, no le voy a engañar, pero hay algunos elementos que creo básicos compartir con usted, con la esperanza que me lleve la contraria si así lo cree oportuno, o que me aconseje qué otras medidas tomar:

  • Adiós a las notificaciones móviles: No es la primera vez que hablamos de ello. En su día, opté por configurar todo mi entorno tecnológico para que las interrupciones sean las mínimas posibles. Con el mantra de la productividad, todo sea dicho, pero que se ha posicionado como eje central de esa dieta digital. El móvil está por el día en silencio con vibración. Si me llama a partir de las 10pm, posiblemente ni me vaya a enterar (pasa a modo silencio sin vibración), y se queda así hasta la 1, momento en el que se apaga y el sólito se enciende a las 6, para estar en silencio hasta las 7, que suele ser la hora en la que me levanto. Las redes sociales no tienen ningún tipo de notificación (ni sonora, ni visual, ni vibratoria), y los servicios de mensajería (WhatsApp, TwitterDM, Messenger, Skype,…) únicamente visual. Entiendo que un mensaje en el WhatsApp no requiere de mi respuesta inmediata, sinceramente. La bandeja de correo no tiene tampoco notificación, y he llegado incluso a cambiar el widget de GReader Pro (el lector de RSS que uso) por la propia aplicación, para que así no tenga que ver el dichoso número de RSS sin leer que aún me quedan.
  • Adiós a la sincronización en el escritorio: Pushbullet, que era antes pilar en mi forma de gestionar el mundo digital cuando estaba ante el ordenador, fue la primera piedra que había que eliminar del camino, a la que pronto le seguirían cualquier extensión del navegador que mostrara notificaciones (como la de la bandeja de correo) y la sincronización propia de Windows, Ubuntu y OSX con mis cuentas. No necesito que el sistema me informe de cuando algo nuevo ocurre. Ya seré yo el que me de cuenta cuando proceda.
  • Domando a los wearables: Como bien sabe, estos cacharritos son mi perdición. De hecho estas semanas estoy probando uno nuevo, del cual escribiré tan pronto considere que he estrujado al máximo sus beneficios y me han quedado claras sus desventajas. Porque una de ellas la comparte con el resto de wearables del mercado, y es que por defecto, son dispositivos muy molestos. Hay que bucear por las tripas de la aplicación de configuración de cada uno (y buscarse sus mañas, como decirle a la pulsera que has marcado hitos inalcanzables y que así no te notifique nunca) para que puedas disfrutar de alguno de estos sin que acabe por ser una mera duplicación de notificaciones. Y en ello estoy, de tal manera que las herramientas que tengo ahora sólo me alertan de llamadas entrantes, y en el caso de dispositivos Android Wear, eliminando la vibración del smartphone (para evitar duplicidad). El resultado final es un entorno en el que al menos siento que yo tengo el control (y no al revés), que requiere de una acción por mi parte para llegar a esas notificaciones que no son trascendentes en mi día a día, y estar igualmente rodeado de herramientas que pueden ser una gran ayuda a la productividad, o un verdadero freno.

¿Qué me falta?

Aún mucho, y es que aunque las herramientas ya no me atosigan, lo sigue haciendo la propia conciencia.


Me auto-impongo ocasionalmente “curas tecnológicas”. Aprovechando normalmente viajes o vacaciones, que en el día a día me resultaría imposible, pero sí creo que debería disfrutarlas con mayor periodicidad (¿un fin de semana al mes, aunque fuera?) y más intensidad (no sentir que estoy perdiendo una oportunidad, sino ganando).

Porque precisamente de esto va el asunto. De que no suponga un esfuerzo DISFRUTAR de una velada sin tecnología (una parrillada con amigos sin que sientas la imperiosa necesidad de sacar una foto y subirla a la red social de turno). De que las experiencias hay que vivirlas en persona, con los que están a tu lado, y no con los que están detrás de una pantalla.

Y esto me lleva al punto contrario: ¿Cómo luchar con el miedo a estar perdiéndote algo trascendente? El llamado Fear of missing out es per sé una dolencia que afecta a cada vez mayor número de personas, servidor incluido. Me cuesta muchísimo desconectar a sabiendas de que quizás, en ese océano informativo de Feeds RSS, hay una noticia que debería consumir como si no hubiera un mañana. Para algunos es esto, para otros es simplemente las actualizaciones de estado de sus conocidos en Facebook, o los grupos de WhatsApp. Y es una necesidad que jamás estará satisfecha, por lo que en esencia nos hace más infelices.

Quizás la evolución que está sufriendo el sector tecnológico rema a contracorriente con los intereses de la sociedad. Quizás sea únicamente una tergiversación (o una hiper-vitaminación, según se quiera mirar) del uso que le damos a la tecnología. Huyo de la idea de que esto sea un complot maquiavélico del consumismo, puesto que a fin de cuentas es pan para hoy hambre para mañana. O simplemente es parte de eso que nos hace ser humanos. El que tengamos lo que tengamos siempre estemos esperando algo más. Que somos seres sociales, y como tales, aspiramos a formar parte de un entramado social, aunque sea artificialmente.

En fin, que lo que nos debería hacer más libres nos hace más dependientes. Y una cosa no quita la otra, por antagónico que parezca.

¿Alguna recomendación al respecto?