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Llegaba el otro día al artículo de Antonio Ortiz para Retina sobre el feudalismo digital (ES), inspirado en unos tweets (ES) de julio de José Luis Antúnez, cuya imagen acompaña estas palabras.
En ellos, José Luis comparaba el trabajo que tuvieron sus abuelos, campesinos supeditados a los designios de los dueños de la tierra que cultivaban, con el panorama de los creadores de contenido/influencers que pululan por los campos digitales de hoy en día.
¿Lo peor de todo? Pues que el panorama se parece demasiado.
- Los campesinos de antaño (y de ahora, bueno), cultivan el campo a cambio de quedarse unas migajas del beneficio que el dueño del mismo obtiene. Y para colmo, parece que hasta era (es) habitual hasta agradecerle esa posibilidad regalándole el cerdo o la gallina más grande.
- Los creadores de contenido y los influencers cultivan con su contenido el campo de la plataforma de turno a cambio de quedarse, con suerte, unas migajas de lo que la plataforma factura por ofrecer el servicio, en un contrato totalmente desigual, en el que la plataforma, sistemáticamente, reduce los porcentajes de los primeros, o como vimos la semana pasada, llega incluso a meterles publicidad en los perfiles sin tan siquiera compartir ingresos con ellos.
La cosa no se queda ahí, sino que encima, esa audiencia (ese cultivo) que durante años estos creadores de contenido han conseguido sacar adelante, se ve artificialmente limitada por el terrateniente, forzando a los primeros a pagar por visibilidad a la propia plataforma para seguir llegando a esa misma audiencia que antes llegaban gratuitamente.
De nuevo, nada que no hayamos tratado por esta santa casa en no pocas ocasiones.
Esto, como recordaba Javi (ES), ha sido el lema de la Web 2.0:
«Tú genera contenido en mi plataforma, y despreocúpate por tanto de gestionar tanto la parte técnica de la misma, como la visibilidad».
En ese contrato por el que muchos han (hemos) pasado, se entra en la ya archiconocida rueda de ratón en la que el influencer de turno no le queda otra que generar contenido en una plataforma y exprimirla al máximo, estando pendiente de cuándo surge la nueva plataforma social donde toca volver a repetir el ciclo.
¿El problema de todo este juego? Pues que a todos parece llenarles la boca recordando lo que factura ElRubius o Ibai, obviando que el 99,9% restante de creadores de contenido, muchos de ellos seguramente mucho mejores que estos dos últimos, no ganan ni para comprar el pan.
Pero es esa promesa de ser el próximo «astronauta digital» la que impulsa a todas las nuevas generaciones a abrazar con inusitada esperanza el oficio de campesino digital. Uno del que se puede vivir, claro (un servidor es un buen ejemplo de ello), pero asegurándose que las fuentes de monetización están convenientemente distribuidas, y sobre todo, que no hay una dependencia absolutista por un único canal… dependiente a su vez de los designios de una única empresa.
Partiendo de esto, Youtube, Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat, BeReal… Meras iteraciones de una misma propuesta: La de que yo gestiono la plataforma, y tú trabajas para mí en desigualdad de oportunidades.
La Web 3.0 plantea, al menos teóricamente, una descentralización de este contrato digital que todos aceptamos con la Web 2.0. El que el contenido que produzcas sea tuyo, y puedas engancharlo mediante una cadena de bloques a la plataforma que más te interese en cada momento.
Pero recalco: por ahora todo son cábalas y promesas. Por Europa llevamos años con la obligación de que todo servicio se acoja al PIMS, y por tanto, permita exportar sus datos y engancharlos a otro de la competencia. En 2017, que ya ha llovido desde entonces, escribí sobre ello.
¿La realidad? Pues que sí, puedes exportar tus datos. Pero lo de meterlos en otra plataforma de la competencia… pues como que ya llegará…
Y lo mismo me temo que pasará con la Web 3.0. La base tecnológica a priori lo permite, pero el negocio parece seguir estando en la centralización. En el Google, en el Facebook, en el Amazon de turno.
Y mientras esto siga así, qué sentido tiene cambiar algo que les funciona… si quien lo debe cambiar son precisamente los cuatro que se han forrado gracias a ello…
Recordemos que el feudalismo terminó no por decisión de los dueños del feudo, sino por la revolución tecnológica que dejó obsoleto el sistema de castas vigente hasta la fecha.
¿Pasará lo mismo con el blockchain? Pues ojalá, pero permíteme que sea suspicaz en este caso…
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