La semana pasada Elizabeth Dwoskin se hacía eco en The Washington Post (EN) de varias de las crisis vividas este último año dentro de los jardines vallados de Facebook.
Al parecer, varios de los fundadores y primeros trabajadores de aquellos servicios que el gigante ha comprado (véase Instagram, véase WhatsApp…) se han ido saliendo del proyecto. Y no solo eso, sino que lo hacían con comunicados públicos que alentaban a abandonar los productos que ellos mismos habían ayudado a crear.
It is time. #deletefacebook
— Brian Acton (@brianacton) March 20, 2018
Esto, para alguien que haya estado metido en el mundo startupero, no es una gran novedad.
- Por un lado, es bastante habitual que cuando un pez grande compra una startup que ya tiene tanto peso como tenían éstas en su día, se le fuerce a los fundadores contrato en mano a permanecer X años en la compañía (por eso de dar apariencia de que todo va a seguir siendo como antes). Pasado ese tiempo, y generalmente por las desavenencias esperables con el comprador (recordemos que la mayoría de emprendedores están acostumbrados a trabajar para ellos mismos, no para un tercero), lo más normal es que se vayan, llevándose tropocientos millones bajo la cartera, y con idea de montar otro chiringuito donde hagan y deshagan a su antojo.
- Por otro, todos somos humanos (incluso los grandes emprendedores de Silicon Valley), y cuando te vas de un trabajo lamentablemente no siempre se hace de la mejor manera.
Porque ya lo dije en su día. Cuando Facebook compró Instagram lo hizo asegurando por activa y por pasiva que la red social iba a operar ajena a los intereses de negocio de Facebook red social.
Ejem.
Y cuando compró WhatsApp aseguró por activa y por pasiva que el servicio no tendría publicidad.
Ejem (EN).
Esto, para alguien que ha parido un producto que usan millones de personas, y que por tanto lo siente suyo, jode que no veas.
Le jode incluso a alguien como Alex Stamos, que había trabajado casi toda su vida para Facebook, y que en su momento también decidió irse de la compañía (EN) al darse cuenta de que no podía hacer su trabajo (Chief Security Officer) sin entrar en conflicto con el negocio core de la red social (traficar con los datos).
La noticia no dejaría de ser una anécdota más sino fuera porque en efecto Facebook está pasando un año bien jodido. No a nivel de negocio, donde por supuesto es amo y señor (ya quisieran el resto parecerse a Facebook…), sino por todas las crisis reputacionales que están viviendo de cara a la opinión pública. Que si Cambridge Analytica, que si hackeos masivos, que si audiencias con el Tribunal Superior Europeo…
Y es que, aún a riesgo de pecar de ingenuo, lo mismo estamos ante un punto de inflexión en esto que históricamente hemos llamado sociabilidad digital.
Redibujando la sociabilidad digital de los próximos años
Como ya expliqué en su día, parece que la tendencia a futuro pasa no por la presencia digital pública y perenne que pusieron en la mesa servicios como Facebook, Twitter y compañía. Sino por la sociabilidad efímera y privada que nos ofrece WhatsApp o los estados de Snapchat/Instagram.
Porque la sociabilidad vuelva a ser de tú a tú, que tenga un tiempo de vida finito, evitando así que el día de mañana una huella digital nos afecte.
Este escenario a nivel de privacidad (y sobre todo de gestión de los datos por parte del propio ciudadano) se me antoja muchísimo más interesante, y va acorde con la forma de entender la sociabilidad antes de la irrupción digital (una persona tenía su círculo de amigos y hablaba con ellos de forma aislada).
El que hoy en día cualquier usuario tenga a disposición un canal comunicativo es una gran noticia, ya que democratiza el acceso a herramientas que históricamente estaban solo al alcance de una élite. Pero que este canal se le venga dado impuesto y esté basado en métricas vacías es lo que ya no tiene tanto sentido.
Los movimientos de estos días van de hecho acorde con esta lectura. Frente a esa aparente y absurda hegemonía de los followers, tanto Twitter (EN) como Instagram (EN) han decidido modificar visualmente la manera que tienen de mostrar los números, reduciéndoles el tamaño de la tipografía para que el resto del perfil de los usuarios (nombre, bio, foto) cobre mayor protagonismo.
Detrás de lo que bajo mi humilde opinión es un movimiento muy vago se esconde una realidad como un templo. Las mecánicas de generación de audiencia actuales (lo que en su día denominé Economía de la Influencia) en redes sociales son de todo menos sociales, y lo que es peor, desincentivan realmente la participación. No hace falta más que navegar un rato por Instagram para darse cuenta de que buena parte de las interacciones que recibimos a diario vienen dadas por bots. Desde aquellos que siguen la estrategia de follow/disfollow o follow+comentario, pasando por aquellos que sistemáticamente spamean en hashtags.
Que ahora para ser influencer lo único que necesitas es una cuenta con miles de followers o suscriptores. Algo que, como ya expliqué, además de absurdo y sencillo de conseguir (comprar followers está tirado de precio), es hasta contraproducente a nivel de engagement, que es justo lo que una marca más le interesa a la hora de promocionar sus productos o servicios en esos perfiles.
Y en esas estamos.
En mis charlas cada vez me cuesta más recomendar Facebook como el canal generalista donde hay que estar, máxime si como el otro día en el Campus de Google la audiencia era mayoritariamente de mi generación (Millenials) y de los que vienen por detrás de nosotros (Generación Z).
Un servidor mismamente cada vez está utilizando menos el perfil personal de Facebook (sigo dándole caña al perfil de página por razones obvias), y en cambio se me antoja mucho más interesante estar en Instagram y apoyarme en las stories, donde tengo además más actividad con la audiencia y sobre todo, me requiere menos.
¿Llegará el día en que veamos caer a Facebook? Eso ya no lo tengo tan claro. Al menos Facebook como compañía probablemente seguirá estando por ahí durante muuucho tiempo. Los chicos de Zuckerberg son muy buenos en eso de canibalizar ideas de terceros.
Si la puedo comprar la compro (tienen cartera de sobra), y si no pues la duplico y empujo con el resto de músculo para posicionarme mejor que tú.
Pero lo mismo en una década Facebook como plataforma social hegemónica se queda relegada a un servicio muchísimo más especializado de lo que es hoy en día, desterrando buena parte de su funcionalidad. Pero lo mismo en una década Facebook es algo anecdótico en un escenario dominado por servicios sociales más enfocados a la comunicación privada y efímera.
Sería, bajo mi humilde opinión, un entorno mucho más fiable para el usuario. Un entorno que seguirá adoleciendo de las problemáticas esperables del dark social, sujeto como ya hemos visto a mecánicas de tergiversación informativa claramente nocivas que operan ajenas a un control centralizado.
Pero más sensible, a fin de cuentas, con la necesidad y funcionalidad que espera el ciudadano. Tener un espacio de expresión y comunicación con barreras de entrada casi nulas cuyo impacto no trascienda más allá de lo que trasciende una salida de tono en la barra de un bar.
Y ahora que lo veo a unos años vista, quizás en su día no andase tan desencaminado, después de todo.
Me gusta el artículo y refleja la realidas saludos Pablo
Muchas gracias Antonio. Así es. Saludos!