fronteras digitales


Desde el 13 de Agosto de 1961 y hasta el 9 de Noviembre del 89, Berlín estuvo dividida por el Schandmauer (el Muro de la Vergüenza). Un muro de 45 kilómetros que dividía la ciudad en dos, mientras que otros 115 kilómetros rodeaban su parte oeste separándola de la RDA.

El muro ejemplificaba además los últimos vestigios de una frontera física entre dos frentes antagónicos: el comunismo y el capitalismo, bajo una constante guerra de soberanía e influencia.

Resulta muy, muy complicado, llegar a un acuerdo lógico de qué función tenía ese muro realmente.

Para el Bloque del este, el muro se había levantado para evitar que “elementos fascistas” frenaran la expansión socialista del nuevo Estado. Para los occidentales, no era más que el último exponente de una “dictadura de izquierdas”. Un muro creado no para evitar que alguien entrara, sino para que los de dentro no pudieran salir.

Y seguramente hubo de los dos casos, pero me sirve para ilustrar el tenso equilibrio que estamos viviendo en la actualidad con las fronteras digitales. Unas fronteras que nuevamente han sido creadas artificialmente (internet es un entrono sin fronteras geográficas), y que amenaza con acabar con esta “época dorada” de neutralidad y libertades que hasta ahora ha sido, con sus más y sus menos, una realidad.

Sobre la soberanía del entorno digital

Enrique hablaba de esto muy acertadamente en un artículo reciente. En él, se preguntaba si se debería permitir “ser diferente” (ES) a un gobierno, si se debería aceptar que no existe una sola Internet, sino muchas pequeñas redes interconectadas con su propia regulación.

El detonante en este caso habían sido las declaraciones de Xi Jinping, el presidente chino, apoyado por el ruso Dmitry Medvedev, el presidente de Pakistán y los primeros ministros de Kazajistán, Tayikistán o Kirguistán:


“… el derecho de cada país a escoger independientemente su propio camino hacia el desarrollo, su modelo de regulación y su participación en la gobernanza del ciberespacio internacional en igualdad de condiciones. Ningún país debería tratar de conseguir la hegemonía cibernética, interferir en los asuntos internos de otros países, ni participar o dar apoyo a actividades cibernéticas que atenten contra la seguridad nacional de otros países.”

Con esto, se intenta dotar de peso a una postura que seguramente para los lectores de este blog (me temo que mayoritariamente occidentales) resulta, cuanto menos, cuestionable.

Hablamos de la potestad de cualquier país de imponer qué tipo de contenido se puede consumir entre sus fronteras, excusando elementos como la cultura, la religión o la tradición.

De evitar que sus ciudadanos tengan acceso a información que puede estar “manipulada” por intereses de un gobierno (o una sociedad) contraria al régimen, de infantilizar y dirigir la opinión pública en la única verdad, que además tiende a ser incuestionable e irrebatible.

Y digo que este tema es complejo de afrontar porque partimos de una realidad distinta.

Para la mayoría de occidentales, la democracia, entendida como un sistema de gestión social, es la mejor herramienta para coexionar y dirigir a los ciudadanos. Un sistema que se basa, con toda la tergiversación y corrupción que sabemos que hay, en el voto de cada uno de nosotros, y en la representatividad de nuestro voto por unos cuantos en los que a priori hemos delegado esta ardua tarea.

Además, partimos de una sociedad en la que la Declaración Universal de los Derechos Humanos (EN) es sencilla y llanamente un must. Las personas son iguales independientemente de su sexo, nacionalidad, religión o estatus social, y obviamos que por mucha “universalidad” que le pongamos a esta declaración, lo que hay ahí escrito no está firmado por muchos de estos gobiernos, y que ese pilar que entendemos como incuestionable, no aplica a otras sociedades como la China, o la de buena parte de los países árabes.


De hecho, llegados a este punto, me gustaría invitarle a que si este fin de semana tiene algo de tiempo, lo dedique a leer el artículo de Acapulco 70 (ES), que en su día compartí a colación del terrorismo yihadista, y que con todo, sirve para darse cuenta de lo diferente, ideológica, educacional y socialmente que es un ciudadano árabe de uno occidental.

Porque mientras nosotros basamos nuestro poder en el derecho de libertad de acceso a la información. En que sea el ciudadano quien aplique sus propios filtros para labrarse una conciencia, obviamos que muchos de estos países tienen regímenes no basados en la democracia, sino en la teocracia (un poder superior que dicta qué debemos hacer y qué no) o simplemente en regímenes dictatoriales (una familia o una sola persona toma todas las decisiones y el resto confía en su buen criterio).

Que el éxito de todas estas naciones no radica únicamente en la capacidad técnica de controlar el discurso y la información a la que sus ciudadanos están expuestos, sino precisamente en instaurar una conciencia colectiva que no siente necesidad de mirar qué ocurre de puertas hacia fuera, qué miradas, quizás contrarias a la nuestra, podrían interesarme.

El papel de los países occidentales en la regulación de Internet

Es ese profundo desprecio al valor de la información justo lo que cada vez más gobiernos de países democráticos miran con recelo.

Porque no se lleve a engaño: ese control de la información que países como China, Arabía Saudí o Rusia han conseguido instaurar en su sociedad es el sueño húmedo de muchos de esos dirigentes que hemos elegido democráticamente en nuestros países occidentales.

Gobiernos como el americano, tejiendo una diabólica red de control masivo, o el español, con la reciente compra de Evident X-Stream. Movimientos como el Europeo en pos de proteger al ciudadano… permitiendo que parte de la información pueda ser desindexada de los buscadores. Auténticos seguidores del Gran Cañón Chino como el gobierno de Reino Unido, creando listas públicas a las que un ciudadano debe apuntarse si quiere consumir información tachada de inapropiada por el gobierno (como la pornografía, la droga o el tabaco), o intentando prohibir el cifrado de las comunicaciones, principal defensa frente a los abusos de éstos.

Nos llevamos las manos a la cabeza, y ponemos el grito en el cielo cuando a un activista como Raif Badawi (EN) lo condenan a decenas de latigazos por exponer pública una crítica a la palabra de Alá, y en cambio, no nos damos cuenta que este tipo de movimientos están cada vez más presentes en nuestra sociedades.


Que la regulación de internet avanza dictarorialmente en aquellos lares, y democráticamente dentro de los círculos de dirigentes de nuestros países. En algunos casos, hasta a puerta cerrada.

Que la neutralidad de la red ya no está asegurada. Que cada vez más sociedades se sienten en la potestad de legislar a su manera el espacio cibernético.

De levantar nuevos Muros de Berlín, creados artificialmente con excusas semejantes a las de aquellos países que consideramos bárbaros, o simplemente, víctimas de regímenes no democráticos.

¡Qué ilusos seguimos siendo!