Tengo que reconocerlo. Pese a estar a primeros de Septiembre, cargado como estoy de jaleos y reuniones, no puedo parar de leerlo.
Hackstory.es (ES) ejemplifica el trabajo que durante dos años, una verdadera apasionada del mundillo underground español como lo es Marcè Molist, ha querido ofrecer al resto de mortales.
Hablamos de un verdadero compendio de conocimiento hacker (me ha encantado disfrutar de un texto enriquecido constantemente con hipervínculos sobre tal o cual término o persona de la que se habla). De un listado casi infinito de acontecimientos que acabaron por conformar el movimiento más importante en materia de tecnología de nuestro país.
Me pierdo por sus páginas, y disfruto como un niño al leer las historietas de Barceló (ES) y los jaleos que tuvo para meterse en las tripas de esos primeros ordenadores. De Martí Griera (ES) montando una de las primeras plataformas de emails de la península. El cómo Telefónica, haciendo buen uso de su dictatorial monopolio, se encargó de que España gestionase las comunicaciones por OSI, apartándonos de ese prometedor TCP/IP que acabó por imponerse, y de cómo esos verdaderos hackers encontraban la manera de saltarse las restricciones en una institución tan tradicional como era y sigue siendo la universitaria para «cacharrear» con la tecnología que llegaba del otro lado del charco.
Era la época de IBM, del gran gigante, e internet no existía.
Por supuesto, un servidor acababa de nacer, y bastante tenía con mantener la baba dentro la boca. Pero no por ello dejo de sentir esa esperable empatía con aquella generación que tuvo que vérselas para obtener información. Información en un mercado fuertemente movido por el dólar. Información que estaba oculta y bien protegida en los laboratorios de las tres o cuatro grandes empresas tecnológicas, y que rara vez salía de sus cuartos. Cuando los únicos que tenían acceso a la información estaban lo suficientemente bien pagados para cerrar sus bocas (o por el simple miedo que otro pudiera hacer uso de la misma y acabar con su trabajo). Información guardada bajo la llave del oscurantismo, del que mientras menos lo sepan, mejor.
A un servidor le tocó vivir una realidad más halagüeña. En mi niñez tampoco había internet (al menos no en mi casa), pero tenía una enciclopedia, que consultaba asiduademente para realizar los trabajos del colegio. Eso, o pasar la tarde en la biblioteca.
También había revistas (la Muy Interesante fue una constante hasta bien entrada la juventud) y las del sector empezaban a llegar acompañadas de programas y guías digitales.
El conocimiento era escaso incluso en esos finales de siglo, ni me quiero imaginar en los años 80.
Me ha encantado ver cómo diez años antes de que empezara a encontrarle el gustillo a esto de lo digital, de aprovechar los últimos minutos de las clases de informática para pasarnos disquetes con juegos de la NES preparados para tirar en emuladores, otras personas allanaron el camino. Sin ellos hubiera sido imposible realizar con tal facilidad los ports de videojuegos a ese WIN 94 que teníamos en el aula, y es que la historia del hacking español ha estado muy pegada desde sus comienzos a la historia del videojuego.
Siento respeto por lo que estos hackers, en su momento sin rostro (eso de poner a prueba un sistema en un mundo gestionado por el software propietario no era plato de buen gusto), ahora con nombre y apellido, me permiten constatar la enorme diferencia a nivel social que tenemos en la actualidad.
Hackstory habla de cómo las limitaciones crearon el caldo de cultivo perfecto para eclosionar una cultura que ofrecía libertad y accesibilidad a la información. Quien estaba detrás eran proscritos, «gente desalmada», peligrosa, que debía apartarse del resto de la sociedad. No había nombres reales (más te valía), sino nicks, y usaban para comunicarse foros y grupos de noticias, IRCs más tarde. Seguramente fueron tiempos duros, pero su ansía por encontrar solución a los problemas, conformó buenamente la base del ecosistema informativo con el que ahora disfrutamos.
La realidad actual es bien distinta. Ahora el ser hacker no es algo malo (al menos no para quien entiende el verdadero significado del término). Los hackers ya no se ocultan bajo un nick, y dan conferencias, cursos. El conocimiento fluye, y aunque siga habiendo restricciones (la legislación siempre ha sido un muro en cuanto a la libertad informativa), no cabe duda que estamos en una mejor posición.
Por todo esto (y muchísimo más), no puedo más que recomendar la lectura de este libro, que para colmo se difunde de forma totalmente gratuita gracias al éxito que tuvo en su campaña de crowdfunding (ES).
Me alegro sinceramente que esta pequeña historia del hacking no acabe por perderse, y espero que la Wiki (ES) del mismo nombre siga creciendo hasta convertirse en un espacio de obligatoria consulta para todos aquellos que podemos considerarnos amantes de la tecnología.
Es importante conocer nuestro pasado para entender el camino que nos deparará el futuro.
Nunca lo olvide. Comparta. Hágalo llegar a quienes son como usted y como yo. Porque en ello radica todo el poder que tenemos.