Si me hubieran dicho hace un par de años que acabaría dedicándole casi uno o dos artículos semanales a Facebook hubiera pensado que el susodicho estaba para encerrar… Y es justo lo que está pasando estas últimas semanas.
En fin, que qué culpa tengo yo si la red social está dando tanto de qué hablar… ¿La última? El desarrollo de una futura aplicación de mensajería anónima (EN), al más puro estilo Snapchat o Poke.
Y de nuevo tomo como excusa la noticia para hablar de un tema tangencial que sí me parece verdaderamente interesante: el de cómo gestionar la identidad en una plataforma anónima.
Para ponernos en antecedentes, e intentando no pisarme con repeticiones absurdas (creo que el artículos sobre Rethink con el fenómeno Troll y La manipulación de la reputación online son dos píldoras informativas bastante estables como para partir de esos argumentos), la pelea que está viviendo Facebook (y en menor grado la mayoría de servicios OTT) es el cómo mantener un negocio basado en la identidad dentro de una sociedad que a cada paso desconfía más de este modelo de negocio.
La respuesta a Facebook y las redes sociales de esa primera generación es precisamente la fugacidad de una mensajería instantánea que (a priori) desaparece pasado un tiempo, una tendencia que constatamos hace más de un año, y que ha quedado patente en la proliferación de servicios semejantes. Donde antes era algo más bien anecdótico (¡Anda, que existe una aplicación en la que tu información se destruye pasados unos segundos/minutos!), ahora presenta un serio problema para el negocio de Facebook, que ha visto como los jóvenes empiezan a huir de una plataforma repleta de familiares y marcas hacia otros servicios más específicos y que les permiten comunicarse “sin interferencias”.
Privacidad
La compra de WhatsApp va por esos derroteros, pero faltaba subirse al carro de lo efímero, y encontrar, nuevamente, el equilibrio entre identidad y anonimato.
Dejando de lado la poca seguridad que me ofrece un servicio digital cuyo pilar se asienta bajo la figura de fugacidad (toda acción digital lleva asociada una huella digital, como ha demostrado recientemente la publicación de contenido pornográfico supuestamente anónimo (ES) compartido mediante Snapchat), sí me llama la atención esa maduración de la figura del usuario anónimo como un usuario desconocido por el resto de la comunidad, pero fácilmente identificable por la compañía que está detrás, la mayoría de las veces gracias a la asociación del número de teléfono.
Las ventajas son claras. Por un lado, el usuario disfruta de la libertad ética que le permite hablar sin tapujos de temas que por diferentes motivos (sexo, etnia, sesgos socio-económicos, edad,…) se sentiría cohibido. Por otro, mantiene el poder de moderación (y si me apuras también de explotación) de la empresa que hay detrás sobre posibles abusos del servicio, siendo el más común el surgimiento de trolls, que en un ámbito de anonimato total son casi imposibles de controlar (¿Bloqueas el usuario? Se crea otro ¿Bloqueas la IP? Entra desde otra…).
Sin embargo, me preocupa que este tipo de sistemas acaben por venderse al público como la panacea, cuando siguen presentando casi los mismos inconvenientes que presentaba la identificación personal de una red social clásica, esto es, asociación de ese supuesto usuario anónimo con un dato de carácter personal que puede ocasionar una futura exposición de todo el historial de conversaciones.
Lo vivimos, de nuevo, en Secret (ES), y quizás lo veremos más adelante en Facebook. Por lo pronto, se añade una capa extra entre lo que se considera identidad para el servicio y lo que se considera anonimato para el resto de usuarios, que podría llevar a un cambio de paradigma social (las empresas serían las únicas que de verdad nos conocen), como apunta ya no solo este hecho, sino ese testeo inicial de la API de logging con tu cuenta de Facebook de forma anónima (EN).