speedwatching

Carlos Benito Martín, redactor del periódico El Correo, de Bilbao, me escribía la semana pasada a colación de la tendencia, cada vez más habitual, y sobre todo con las nuevas generaciones, de consumir contenido audiovisual a mayor velocidad de la que realmente sus creadores lo grabaron.


Me pasó varias preguntas, con la idea de preparar un reportaje sobre el fenómeno del speedwatching, que gustoso le respondí, y que dieron como resultado el siguiente artículo (ES).

Dejo por aquí las respuestas que le di.

Antes de nada, lo que se preguntan todos los que no usan esta herramienta: ¿por qué? ¿Qué rasgo cultural o generacional ha convertido el ‘speedwatching’ en una práctica habitual?

Mira, hay un elemento antropológico clave para entender este fenómeno, y no es otro que el FOMO, o en español, el miedo a perderse algo, a quedar fuera del discurso colectivo.

Recuerdo que, cuando un servidor era pequeño, tenía uno o dos videojuegos nuevos para jugar cada año. Uno como regalo de cumpleaños, y otro para Navidades.

Eso significa que tenía que exprimir al máximo ese contenido.

Hoy en día, tenemos a nuestro alcance tantísimo contenido (videojuegos, cine, series, música, cadenas de televisión, Youtube, Twitch…) que consumir, que el problema no es precisamente la oferta, sino la capacidad personal para consumirlo. Es decir, el tiempo.

Lo que nos lleva a hablar del speedwatching.


Cada capítulo de esa serie que está ahora de moda nos va a ocupar alrededor de 45 minutos… peeero, si lo pongo a 1,5x, puedo verlo en unos 30 minutos. Y teniendo en cuenta que, de media, las series tienen alrededor de 8 capítulos, estamos hablando de un ahorro de tiempo de 2 horas.

Si tenemos por ejemplo una hora al día para disfrutar de series, eso supone que acabaremos la serie dos días antes.

Dos días que nos «ahorramos» para poder estar en la conversación (comentar con los amigos «la jugada», despotricar en Twitter…), e incluso para comenzar el siguiente contenido y no ir aumentando esa lista de pendientes.

¿Ves por dónde voy?

Es puro FOMO.

A este absurdo hemos llegado.

Está claro que no se disfruta igual el contenido en una generación como la nuestra, demasiado pegada al impacto de la actualidad, que como lo hacíamos de pequeños, sin tantos estímulos externos, donde el problema era la escasa oferta (o accesibilidad a dicha oferta), y por tanto reposábamos cada obra, dándole el justo tiempo para que las semillas creativas de sus creadores brotasen en nuestra cabeza.


Y, a eso, une el hecho de que muchos jóvenes consumen principalmente contenido audiovisual desde el móvil, es decir, una pantalla diminuta, que de nuevo no es el formato más adecuado para consumir la mayor parte de obras audiovisuales. Y lo hace, para colmo, en ratos libres (este viaje en autobús, este descanso de cinco minutos entre que empieza la siguiente clase…), lo que rema en contra de la esperable inmersión narrativa.

De hecho, escribí en su día una pieza en la que hablaba de cómo este cambio antropológico de consumo está obligando a los creadores a diseñar las obras teniendo esto en mente, abusando, como por ejemplo se hace con las típicas series juveniles, del primerísimo primer plano (ya que lo van a consumir principalmente en móviles, que al menos puedan ver bien las caras), y apostando por capítulos cada vez más cortos, por recursos narrativos como la antología (cada capítulo cuenta una historia distinta) y/o muy enfocados a la acción.

Mucha gente dice que es adictivo, que después la velocidad normal parece lenta. ¿Estamos abocados a una aceleración en los ritmos narrativos?

Totalmente.

De hecho me he adelantado en el último párrafo jajaj.

A eso vamos, justamente.

Un fenómeno como el vivido con Juego de Tronos, que se estrenaba a razón de un capítulo cada semana, por poner un caso relativamente reciente, parece imposible de volver a experimentar en un mercado donde Netflix es (al menos por ahora) quien parte el bacalao, y ha apostado casi de forma exclusiva por entregar las temporadas enteras para favorecer los llamados «atracones de series».

Recalco que, por absurdo que parezca, parte de la experiencia de consumir contenido audiovisual hoy en día se basa en la inmediatez, en formar parte de esa conversación social.


Lo que, hasta cierto punto, repercute negativamente en el poso que nos puede dejar la obra.

Si un contenido no funciona en las primeras semanas, muy probablemente no funcionará. Ergo, no tendrá continuación, y sus creadores tendrán que buscar otra manera de poner un plato en la mesa a sus familias.

El negocio de la creación de contenido audiovisual hoy por hoy está basado en puras matemáticas, como ya expliqué en su día.

Lo que conlleva que entremos en ese círculo vicioso de cada vez más producciones (diversifica, y vencerás), cada vez más catálogo (recordemos que la mayor parte de estos servicios se ofrecen mediante tarifa plana, y por tanto hay que ofrecer al cliente excusas continuamente para seguir pagando la mensualidad) y la necesidad de que alguno de esos contenidos se viralice, como de hecho, ha ocurrido estos días con «El Juego del Calamar».

Quién nos iba a decir que una serie surcoreana, a medio camino entre la comedia teatralizada y el gore de franquicias como Saw, iba a acabar siendo una de las series más vistas a nivel mundial…

¿Tú ves contenidos audiovisuales en versión rápida? ¿Cuáles y por qué?

Quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra…

Pues, en efecto. Aunque, tengo que decir, que en series y películas no lo hago. En eso sigo siendo de la vieja escuela.

Pero, por ejemplo, es algo que hago casi a diario con los podcast, y también con algunos documentales.

Es decir, que, al menos, en mi caso, divido el contenido audiovisual y el uso de la velocidad acelerada según la tipología de contenido:

  • Consumo meramente de entretenimiento: Como son las series, la música y las películas. En este caso sigo prefiriendo consumirlo a su ritmo, y a poder ser, manteniendo las decisiones creativas de su creador, que pueden pasar por desactivar el HDR en el televisor o usar cascos.
  • Consumo informativo: Como ocurre con los podcast o los documentales. Aquí es donde, dependiendo de la velocidad a la que hablen los participantes, sí tiendo a meterle un 1,25x, 1,5x o incluso un poco más. De hecho, cuando estoy trabajando en labores puramente mecánicas, suelo tener la tablet al lado reproduciendo programas de reportajes o documentales, y, a veces, a mayor velocidad de a la que fueron creados. Y si salgo a correr o a dar un paseo con el perro, lo habitual es que tenga algún podcast puesto a mayor velocidad, con la idea de obtener más información en menos tiempo.

Me va la marcha, vamos. Pero con unos límites bien marcados… por ahora :).

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