He pasado en la piscina más de la mitad de mi vida. Desde que tengo constancia, de hecho. Primero como actividad extraescolar, más adelante como parte de un equipo de natación. En mis tiempos mozos nadaba hora y media de lunes a viernes, de lunes a sábado si era temporada de campeonatos, y eso lo compaginaba con otra hora, hora y media de gimnasio dos o tres veces a la semana, y con otros deportes que practicaba, como el capoeira. Además, por supuesto, competía fin de semana sí, fin de semana no, lo que significan más horas de entreno y dedicación.
Llevé esta vida hasta los 18 años, que coincidieron con el principio de mi época de universitario y con un cambio de residencia (¡Xixón!), y estuve tres únicamente haciendo de forma ocasional capoeira hasta que me vine a vivir a Madrid, donde volví a competir, esta vez representando al equipo universitario de la Complutense.
De nuevo, tres añitos “a fuego” con el equipo, en los que me llevé no pocas medallas (tampoco es que fuera bueno, es que tenía poca competencia en braza y mariposa), para luego, con el intento de compaginar universidad con startups, me centré por completo en el apartado profesional, dejando de lado aquello que tanto había disfrutado durante tanto tiempo.
Le cuento todo esto para que tenga constancia de que quien escribe estas palabras estaba, en teoría, en forma. Y aun así, he sido “más bien gordito” toda mi vida. Cierto es que de tanto machacarme en la piscina y el gimnasio me ha quedado una constitución que lleva a engaño. Tengo mucho hombro y poca cadera (de nuevo, cuerpo de brazista/mariposista), con piernas muy musculadas (eso viene de familia), por lo que descontando los mofletes y esa barriga prominente, nadie diría que estaba en el límite de la obesidad… aunque así fuera.
El deporte es importante, pero más lo es la alimentación
A principios de año un análisis me daba relativamente alto el colesterol, la glucosa y algunos indicadores nada halagüeños del hígado. Hasta el punto que los médicos decidieron hacerme las pruebas de la hepatitis que, como era de esperar, dieron negativo.
Ni fumo, ni bebo. Es más, quien me conoce sabe que soy de los pocos que tiene los santos huevos de pedir por la noche en un bar un Aquarius y no una copaza. Puedo tomar unas cervezas, un cacharro o una sangría, pero lo habitual es que pida refrescos sin gas, que es lo que más me gusta. En casa, por si se lo pregunta, solo bebo agua.
Me repitieron las pruebas en Abril, justo antes de irme a Polonia, y después de haberme comprometido aún más con el deporte. Soy consciente de que llevo una vida sedentaria (el trabajar desde casa no ayuda), y por eso decidí darle más caña al cuerpo, con más tiempo de gimnasio/natación y compaginándolo con al menos una media de 10.000 pasos diarios (¡benditas pulseras cuantificadoras!) si es que ese día no entrenaba.
¿El resultado?
No solo no había mejorado, sino que había empeorado. Tanto como para empezar a preocuparme seriamente. La médica ya me hablaba de que de seguir así lo mismo acabaría teniendo cirrosis… sin beber ni fumar, haciendo deporte casi a diario.
Por aquel entonces medía 1,73 y pesaba casi 91 kilos. En el momento de escribir estas palabras, mido lo mismo, pero peso alrededor de 78 kilos. 14 kilos menos en cosa de escasos 3 meses. Y todo gracias a cambiar la relación que tenía con la comida.
Sigo haciendo el mismo ejercicio que antes, sigo teniendo la misma vida eminentemente sedentaria de mi profesión, y la última analítica, hecha el mes pasado, me daba todo perfecto a excepción de la glucosa, que curiosamente la tenía un pelín por debajo de lo recomendable.
Y es precisamente esta la razón que me lleva a escribir el artículo.
Han tenido que pasar 30 años para que me diera cuenta que en efecto el único secreto para sentirse mejor uno mismo es mantener una relación sana con la alimentación. Y he tenido para ello que probarlo en mis propias carnes. Da igual cuánto deporte hagamos, que si lo que buscamos es adelgazar esos kilos de más, el único camino posible es el de cambiar los hábitos de consumo alimenticios empezando por los malos, que en mi caso eran los siguientes:
- El pan: Me encanta el pan. Tanto que a veces solo me apetecía hacer algo de comida que pudiera mojar en él. ¿Qué he hecho entonces para remediarlo? Comprar solo pan tostado integral bajo en sal. Sí, ese que no sabe a nada, y que para colmo no se puede ni mojar. Así como muchísimo menos.
- La leche: Me encanta el queso semi-curado, y generalmente desayunaba un vaso de ColaCao (soy de los que tampoco le da al café) bien cargado. ¿Qué he hecho? De nuevo, dejar de comprar leche y queso que no sea fresco. El calcio lo pillo entonces del queso blanco y de los yogures, que siguen siendo mi debilidad, aunque me he acostumbrado a que sean naturales o en todo caso de sabor pero bajos en grasa.
- Los lípidos: Quitando algo de jamón serrano de pascuas a ramos, no he vuelto a comprar ningún embutido. No hay nada mejor que no tener la opción cuando te acercas a la nevera :).
- Fritos: No he vuelto a freír nada. La comida, o cruda, o cocida, o a la plancha, o al horno. Y a lo sumo, una vez hecha, un chorrito de aceite de oliva por encima. Cuando freímos perdemos el sabor real de las cosas, y ha sido muy gratificante volver a reencontrarme con muchos de ellos.
- Carne y pescado: Llevaba ya tiempo reduciendo su ingesta, pero la situación me ha incentivado a dejar de comprar también carnes rojas y a casi no probar el marisco (tampoco es que me zampara centollos todos los meses, pero usted me entiende :D). Sigo en todo caso dependiendo quizás demasiado del pavo y del bonito, y estoy a ver si puedo meter la proteína con algún derivado vegetal. El seitán me encanta, pero requiere elaboración y la idea es tener algo rápido para comer en crudo. La soja podría ser una alternativa (la preparo antes en cuadraditos y tengo para varios días), pero a lo que me niego es a depender del tofu, que si no lo acompañas de algo más, es como comer nubes.
Y junto a esto dos puntos que me parecen profundamente críticos:
- El número de veces que comemos: Yo hacía una cosa muy mal y es que comía entre dos y tres veces al día, cada vez in crescendo, y a veces hasta saltándome por tanto el desayuno. Ahora como entre cuatro y cinco veces, dando mayor prioridad a las primeras comidas y dejando para la cena prácticamente lo que podría ser el aperitivo. Esto reduce la ansiedad y el hambre, y además obliga al cuerpo a hacer más veces la digestión, lo que repercute en un gasto ligeramente mayor de energía.
- Fruta, hortaliza y verdura como base de la alimentación: Voy a decir otra obviedad que, como obviedad que es, tendemos a obviarla. La base de cualquier plato no puede ser la carne o el pescado, sino las verduras y las hortalizas. Y a partir de esa base, vas construyendo. Cosa que pasa exactamente igual en los postres con la fruta. Se recomiendan cinco piezas diarias. Por mi parte, y a sabiendas que soy un vago redomado, he decidido meter tres o cuatro ya a primera hora como desayuno. Me hago un batido con yogurt o directamente un zumo con la batidora (de estas americanas que trituran toda la fruta, no de las que solo exprimen el jugo) y así me aseguro de que al menos he metido ya casi todas las vitaminas. Que ojo, soy consciente que lo suyo es que me las meta directamente comiéndolas (al ir en líquido pasan directamente al hígado y eso es un subidón de glucosa, que generalmente acaba transformándose en grasa), pero deme cuartel, estoy trabajando en ello :). El resto acaba cayendo normalmente como postre o en el almuerzo/merienda, quizás acompañando a algunos frutos secos, pechuga de pavo o semejantes.
Más que un cambio de alimentación, un cambio en la forma de pensar
Es aquí a donde quería llegar.
Todo este proceso hubiera sido un verdadero sufrimiento si no fuera por el hecho de que era consciente de ello y que sigo disfrutando del viaje. En ningún momento he sentido que me estoy privando de algo o que estoy haciendo dieta, y eso creo que es importantísimo para el buen devenir de cualquier cambio de vida.
Tampoco se trata de ser un talibán de la comida. Sin ir más lejos esta semana he tenido una comida rápida con compañeros que, por exigencias del guión, se hizo en un MacDonald’s. Pero es que sinceramente, apenas me apetece ya una pizza o unas patatas fritas. Algo ha debido cambiar en mi forma de entender la comida que me tira más disfrutar del producto tal cual, sin tener que ocultarlo bajo salsas o frituras.
Y temo que todo se debe a un error de base en la educación que socialmente (ya no digo a nivel institucional) hemos recibido.
¿Cómo puede ser que veamos con mejores ojos un kebab que una sandía? ¿O una hamburguesa frente a una buena ensalada? El primero es pura grasa. Es molesto de comer y para colmo nadie me puede decir que tras hacerlo se encuentra mejor. Con el segundo, además de tener un sabor envidiable, es mucho menos pesado y de seguro te va a hacer sentirte mejor.
Que sintamos deseo por algo que sabemos que es malo para nosotros, teniendo a mano muchos otros productos mucho más asequibles, muy sabrosos, y que encima son más sanos.
Que demos prioridad a los productos pesados como la carne roja frente a las verduras u hortalizas, que requieren de mucha menos preparación y que ofrecen unas texturas y sabores mucho más variados.
Es algo que no entiendo. Llevo tres décadas ofuscado en la premisa de que lo rico siempre es malo, cuando es justo lo contrario.
Así que si a alguien le sirven estas palabras bienvenidas sean. Por aquí uno que ha abierto los ojos no hace mucho, y que sigue sorprendido de lo absurdo de todo lo que circula alrededor de ello.
La comida sana para colmo está rica. Y lo importante para sentirse bien es la alimentación, no el deporte.
Tan simple como suena.
30 años he tardado en darme cuenta… ¡Ya me vale!
P.D.: Para los que se pregunten que qué demonios tiene esto que ver con las temáticas habituales de la página (y prefieran obviar que esto, ante todo, sigue siendo un blog personal), cambie “comida” por “información”, el resto de “palabras relacionadas con alimentos y nutrición” por “medios de comunicación, blogs y RSS”, y vuelva a darle una lectura. Lo mismo saca algunas conclusiones interesantes :).
Efectivamente, la relación con la comida es clave. Yo casi lo tenía hace año y pico pero cambios en mi vida han hecho que tenga que volver a empezar (y descubrir que aún hay mucho camino por recorrer)
En cuanto a la alimentación ya hace tiempo que he descartado los productos procesados y o “tocados” me refiero a los lights los zeros, Los bajos o altos en lo que sea. Si, hacen más difícil él objetivo a corto pero garantizan que no hay problemas peores a largo.( Los alimentos, cuando empiezan a poner y quitar mal asunto)
Sobre él pan, soy de pan pan y prefiriera integral… Pero si tienes debilidades asociadas….
Él mito de la leche y el calcio se desmitifico hace tiempo. Si la leche ha sido tocada, fácil que haya perdido ese y otros micro nutrientes. En general, añadir brócoli (o similares) le da más calcio a la dieta (y de más calidad)
Los yogures suelen recomendarse los naturales sin azúcar.
Él jamón es él “embutido” que suele salvarse de la quema. Aunque para algunos solo el ibérico de bellota.
La carne y pescado con moderación, sobre todos reduciendo, que no eliminando, las carnes rojas. Pescados, que no soy mucho de ellos, pero debería consumir varias veces por semana, alternando blanco y azul y con preferencia por los peces pequeños.
No hay consenso sobre él número de veces que hay que comer, si una, tres, cinco o siete. De echo hay bastante controversia, mezclado con muchos intereses económicos de que comamos de más. Y no solo eso, si no que también hay vertientes que apoyan el ayuno, y no hablo de horas o de un día, si no de semanas sin comer.
En este punto me gusta recurrir a la evolución humana y como nos hemos adaptado al entorno. Él ser humano, a lo largo de la historia ha pasado sobre todo hambre. Mucha hambre, y se ha adaptado a ello, así que si te saltas una comida, ten por seguro que tu cuerpo tiene mucho más claro como actuar que si comes él doble de lo que tenías que comer. Yo suelo quitar él poste y poner fruta entre comidas, que es donde suelen ser indulgentes los nutricionistas cuando hablan de varias comidas al día.
En cuanto a la elección de alimentos, la base debe estar en la sección de productos frescos, si lleva etiqueta con información nutricional, malo. Si se anuncia en la tele y pone “come más fruta y verdura” malo. Comer de todo se aplica a los alimentos que tenían disponibles nuestros abuelos hace más de un siglo (incluyendo alguno procesado como es él queso o los embutidos)
Otra cosa sobre las bebidas, la base, agua y no hay que tenerlos bien puestos para pedir un acuarius, hay que tenerlos bien puestos para pedir agua. Yo soy muy cafetero, así que es una de mis primeras opciones, pero si es más interesante nutricionalmente hablando, una cerveza que un acuarius o una Coca-Cola. Y no solo por él azucar que lleva (o peor con lo que lo sustituye si es él caso) si no por que la cerveza no lleva información nutricional, él ser humano lleva miles de años consumiéndola y él cuerpo esta mucho mas adaptado que al acuarius, que solo lleva unas décadas consumiéndolo y no se ha podido adaptar.
Él cambio de la forma de pensar y orientarlo es fundamental. Leia no hace mucho que más del 90 y pico por ciento de las dietas fracasan. Y que después de cinco años de haber hecho dieta él 66 por ciento de la gente ha ganado peso. Aplastante estadistica. Por ello hay que aprender a comer y a saber relacionarse con la comida y con tu entorno. Hacer deporte, vida social, encontrarse bien con uno mismo, reír y buscar la forma de disfrutar un poco de la vida todos los días. Sentir que hay gente que te quiere y querer de igual forma, son cosas que ayudan a completar él círculo.
Es un cambio difícil por que los medios de comunicación nos inundan con un tremendo marketing sobre cosas que no necesitamos (si realmente lo necesitamos no necesitaría marketing) (poca publicidad de fruta veo yo, por poner un ejemplo) también hay quien afirma que él consumo de azúcar es adictivo y que al volverte un “yonki” del azúcar, la abstinencia hace que prefieras productos procesados (en general ricos en azúcares) antes de otros productos que no lo llevan. La elección de carne creo que es cultural. Seguramente nuestros antepasados lo consideraban un manjar por su escasez, y además necesario, pues las proteínas de la carne son las de mejor calidad que existen, y por la vitamina b12 que no es posible obtenerla de otra forma. Cuando la carne ha empezado a abundar en nuestro primer mundo la tendencia ha sido ponerlo en todas las comidas posibles, y, el problems, viene del exceso (como todo)
Y por supuesto seguir aprendiendo, seguir descubriendonos a nosotros mismos (antes de que lo hagan las máquinas) y aprender de ello.
Por desgracia no se enseña nutrición en él colegio (ni creo que se haga nunca) (entramos en terrenos conspiranoicos) la alimentación saludable no es compatible con la nutrición, así que ha tenido que procesarse para poder globalizarla. Además hay que invertir en que la gente consuma estos productos, que, por de pronto, no consumiría si no nos convenciesen de ello. Los problemas derivados se los pasan a la industria farmacéutica, que parece muy bien alineada en sus intereses (y en las conspiraciones)
Pero yo, al final, me quedo con esta frase, La vida te enseña todo lo que necesitas saber, si eres capaz de escucharla.
Un gran complemento al artículo Khepper. Muchísimas gracias, y que tengas un buen finde!
Igualmente