La foto que acompaña el artículo, y que ha estado pululando últimamente por internet, ha acabado por ser falsa (EN)(o al menos no ha sido escrita por un niño, sino por un humorista, junto con otras del estilo), pero aun así no me extrañaría que algo semejante estuviese ocurriendo en más de una carta de estas navidades.
Suponiendo que somos niños, y desconocemos por tanto el paradigma de la contextualización, ¿se os ocurre una manera más efectiva de señalar nuestros futuros juguetes que con un enlace a toda la información del juguete? Solo existe una manera más óptima, y sería incluyendo el propio juguete en la carta, cosa que claramente no podría llegar a ocurrir (ya que entonces no lo pediríamos como regalo).
La URL se ha vuelto sinónimo de información. El enlace como descripción de algo físico, la identificación. Aquí no hablamos de dotar de valor informativo a una imagen (muchos de los aquí presentes dirían que una fotografía recortada podría también valer), sino de extrapolar el valor digital a un medio tradicional. Romper la contextualización (en este caso de forma improductiva), y motivada por una generación que ha nacido con un tablet debajo del brazo.
Me parece profundamente interesante pensar que algún niño sea capaz de soñar con el juguete de sus sueños, y la mejor forma de hacerlo saber sea con una URL. Dejando de lado lo absurdo del caso, la idea es simplemente brillante. Si el papel se pudiera pinchar, tendrías al instante toda la información que Amazon tiene sobre el juguete. Más aún, en una sociedad que cada vez escribe menos en papel y más en digital (con los problemas que ello conlleva), el texto enriquecido llega a tomarse por defecto en cualquier ámbito, usurpando con elementos propios de su medio otros tan tradicionales como una carta.
Una extrapolación del tercer entorno al mundo real, la victoria de la tecnología frente a la razón, que se une a tantas otras que día tras día empezamos a observar. Ese momento incómodo frente a una puerta de cristal de una tienda que no se abre (porque no es automática), la inercia de clickar con el dedo en una pantalla de cajero no táctil, tocarse el bolsillo para saber que el smartphone sigue en su sitio y ese pequeño ataque al corazón que todos tenemos cuando por un instante no caemos en la cuenta de que lo hemos metido en el bolsillo de la chaqueta. Miles y miles de situaciones tan absurdas como la anterior propiciadas por la dependencia o apreciación de la tecnología en todos y cada uno de nuestros hábitos diarios.
Y eso que nosotros hemos vivido una época (en mi caso infancia) sin Internet y muchas de estas comodidades, que ahora echar la vista al pequeño de la casa, que no deja de estar aprendiendo día tras día, y que seguramente no conciba la naturaleza de la vida sin estos pequeños gestos tecnológicos.