El otro día escribía sobre la presentación de Windows 10, y me quedé con ganas de hablar de un tema que seguramente a muchos se les habrá pasado.
¿Y qué mejor forma de adentrarlo que con ejemplos visuales, verdad? Pare de leer un momento, y eche un vistazo a los dos vídeos que tiene a continuación. Se trata de dos anuncios de Microsoft: El primero, de la presentación de Windows XP. El segundo, de las HoloLens presentadas la semana pasada. Écheles un vistazo y ahora seguimos :).
¿Ya lo ha hecho? Muy bien. ¿Y ha notado alguna diferencia?
Por supuesto, los cánones de diseño han cambiado (y eso que el de XP era de por sí revolucionario para su tiempo), pero ¿cuántas veces ha visto el producto en sí en un y otro caso?
Aquí es donde quería llegar. En el anuncio de Windows XP, por mucha persona voladora que salga, a cada rato vemos el producto. Que si una pantallita aquí, que si la conexión a la red WIFI, que si el Messenger, que si el sobremesa,… Todo bien centrado en la imagen, oiga, en grande, para que se vea mejor. Y ojo, que hablamos de un software.
Vamos al de las HoloLens, que es un producto físico, y en la mayoría de planos, si es que sale el producto, está en una esquina. Llega a ser tan palpable que incluso el momento inicial en el que el protagonista se lo pone, lo hace de espaldas a la cámara (¡Inaudito!). Pasa a un segundo término.
Es decir, el producto es irrelevante frente a su función, frente a lo que nos permite hacer. No es necesario enseñarlo porque enseñarlo es de aburridos, de frikis. En la presentación ni siquiera se habló de los componentes internos (¿A quién le importan?), sino de todo lo que supuestamente nos va a permitir realizar.
A lo que quiero ir es que estoy notando un cambio radical en cuanto a la concepción que de la tecnología tiene ya no solo la sociedad, sino las propias tecnológicas. El mercado está madurando, y con ello, el producto pasa a ocupar su lugar, cediendo importancia frente a lo verdaderamente importante, que es en el qué nos va a facilitar la vida.
Y esto se aplica no solo al mundo del marketing.
Lo vemos en la trascendencia perdida paulatinamente por las características técnicas de cualquier dispositivo. Antes te acercabas a la tienda de Apple, le comentabas al primer dependiente genius que veías que estabas interesado en comprar un iPod, y te empezaba a soltar de memoria todas las features de cada modelo. Que si este tiene 2GB y este 10. Que si este reproduce tal y cual formato,…
Vaya ahora a uno, y haga lo mismo. Le responderán con una pregunta: ¿Para qué lo necesita? Y según la respuesta, le dirá este o este otro.
Claro que los papelillos al lado del dispositivo de prueba vienen inflados a especificaciones. Por supuesto que seguirá habiendo personas interesadas en saber qué tripas tiene su dispositivo, pero a fin de cuentas eso, para el grueso de la sociedad (y cuidado, que presumiblemente usted como un servidor no representa a ese colectivo) siguen sin aportar nada.
Lo vimos con las cámaras, y la absurda pelea por los pixeles. A partir de 5Mpx las diferencias no son visibles por el ojo humano ¿Qué me importa que tenga más? Dime cómo saca las fotos con poca luz, o si podré activarla desde lejos. Y sobre todo, ni me hables de número f, porque ni repajolera idea de lo que me dices.
Tampoco me sirve de nada saber que este móvil tiene una batería de 2600 mAh, sino que este móvil me va a durar 7 horas con la pantalla encendida.
¿Dónde queda cada vez más presente? En donde hay evolución tecnológica real. Internet of things y wearables alejan al usuario del producto, que funciona por sí solo, interviniendo de una forma más humana cuando sea preciso.
Ya no se trata de bajar la mirada hacia una pantalla, sino de subirla y ver lo que ocurre a nuestro alrededor. La experiencia, las sensaciones, cobran protagonismo en detrimento del hardware.
El colmo tecnológico no será la vuelta a la naturaleza, sino precisamente la asistencia virtual. Ese presente que asistirá nuestras vidas sin tener un cuerpo físico, una carcasa a la que dirigir la mirada. Una tecnología omnipresente e invisible, que aporta valor y enriquece nuestro entorno.
Y por debajo, las dudas esperables sobre privacidad y la mala praxis aplicada al big data. Incluso podríamos considerarlo el éxito del capitalismo (y por ende, de la obsolescencia programada) frente al DIY. Si el hardware es invisible y la tecnología se rige exclusivamente por la hegemonía de sus aplicativos, tenemos el caldo de cultivo perfecto para que el cliente tire dispositivos perfectamente funcionales y compre nuevas versiones incompatibles artificialmente.
Porque al final quien mejor nos va a conocer será algo intangible y permanente.