Llevamos cerca de tres décadas en las que las telecomunicaciones han ido evolucionando sobremanera. Uno tras otro, proyectos de investigación salían adelante ofreciendo una mayor conectividad y tasas de transferencia superiores, enfocados principalmente a los mercados del primer mundo.
Pero los tiempos cambia, y si bien este mercado sigue siendo tan interesante como antes, lo cierto es que la gran mayoría de empresas y productos tienen los ojos puestos en el tercer mundo, un campo virgen y sumamente lucrativo.
Desde el punto de vista social, este objetivo no hace más que democratizar el acceso a la red, sirviendo a estos países en vías de desarrollo de las herramientas necesarias para cambiar su propio futuro, como ya vimos en la entrada de La importancia del tercer entorno para los países emergentes.
E-learning, e-health y crowdsourcing, son algunos de los elementos que el tercer entorno podría ofrecer a los países emergentes, y que a fin de cuentas, repercuten directamente en el valor real de los mismos, tanto económico como éticamente hablando.
Así es como estamos viviendo una verdadera explosión de creatividad, vías alternativas para facilitar el acceso a la red en todo el planeta, y que se separan de la tradicional fibra óptica o cables submarinos que tan caros sale mantener.
Llegados a este punto, el acceso inalámbrico es el gran beneficiado. Una tecnología aún en pañales, y que en su escaso tiempo de vida, ha cambiado para siempre el paradigma comunicativo de nuestra civilización (de una comunicación estática a una móvil).
Sobre el proyecto Loon (EN) ya hemos hablado anteriormente, pero lo rescato nuevamente por servir de ejemplo perfecto a esta tendencia. Con Google como figura legal y económica, surge una nueva vía para acercar las nuevas tecnologías a los países del hemisferio sur, mediante una batería de globos que volarían alrededor del globo y servirían como nodos conectados a la red.
Acceso a Internet en el tercer mundo
Greg Wyler con su proyecto O3b (EN) ofrece una nueva vía, y es la de diseñar una cadena de satélites (12 satélites para ser exactos, de los que 4 ya están de camino) alrededor del ecuador que harían de intermediario entre los usuarios situados en América Latina, el continente africano, el Oriente Medio, el sudeste de Asia, Australia, las islas del Pacífico y el tercer entorno. El principal problema de una conexión mediante satélites geoestacionarios son los costes elevados para paliar la lentitud en el tiempo de rebote de los datos, situación que han solucionado acercándo los satélites lo máximo posible a la tierra (de una órbita cercana a los 36000 kilómetros, a otra de 8062 kilómetros) y reduciendo su peso a unos 650 kilos por unidad.
Paradójicamente, las pruebas iniciales han dado como resultado un producto cuatro veces más rápido que la conexión vía satélite convencional, lo que lo acerca a las tasas medias de la fibra óptica, y muchísimo más barata que los anteriores.
Por último, quería hablaros de White Space (EN), una iniciativa colectiva (Spectrum Bridge, Telcordia, Microsoft o Google son algunos de sus integrantes) que propone aprovechar el espectro televisivo sin usar para servir internet.
Desde 2010, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), y ante la negativa por parte de las operadoras de registrar y normalizar el llamado “espacio en blanco” televisivo, autorizó el uso del mismo sin necesidad de licencia, siempre y cuando ello no repercutiera en interferencias para los medios.
Así es como paulatinamente se han ido proponiendo nuevos nombres en la iniciativa, y que poco a poco, abre la veda a que internet llegue a todos y cada uno de los lugares donde hoy en día también llega la señal de televisión.
Tres ejemplos de proyectos cuyo máxima es permitir el acceso a la red de redes de la manera más pragmática posible, luchando contra los problemas que ello ocasiona en los países menos desfavorecidos: el dinero y la infraestructura.