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Ayer hablábamos de la función de las corporaciones en el tejido de nuestra sociedad, y cómo la legislación en torno a su propia entidad les otorgaba todo el amparo que precisan para alcanzar su fin (obtención de beneficios) por encima de cualquier otro (sean otras corporaciones, sean personas o seres vivos).

Hoy veremos varios casos reales de esta disociación de la ética y el poder, y cómo la corporación juega un papel trascendente como herramienta de adoctrinamiento al sistema socio-económico.

El derecho de posesión y el mantra de los beneficios a cualquier precio

Atentados terroristas como el del 11S o guerras como la de Afganistán, rompen la estabilidad de la sociedad, pero permiten al sistema seguir funcionando. Y sobre todo, son muy rentables, ya que traen consigo oportunidades financieras.

Apenas dos horas después de estrellarse el primer avión, el precio del oro aumentó un 5% (ES) y la bolsa cerró durante dos días para controlar el éxtasis generalizado del mercado. Se produjo entonces una segunda disociación, esta vez que afectaba a las personas físicas que representaban a la corporaciones, al darse cuenta por un lado de la catástrofe que acababa de ocurrir, y por otro, del beneficio que les traería el que hubiera ocurrido. Y cuando se volvió a abrir, trajo muchísima riqueza para todos aquellos que tuvieron la suerte de tener oro comprado antes del suceso.

El precio del barril del petróleo antes de la guerra estaba en 15$. Al término de la misma, a 40$ (ES/PPT). Teniendo en cuenta que los países árabes reparte fifty-fifty los beneficios, los 60 mil millones de dólares de beneficios que produjo la guerra fueron a parar al propio gobierno (30MM) y a las corporaciones petroquímicas (30MM).

¿Quién crea la riqueza? Aquel que tiene algo propio. Así se llega a la necesidad de privatizar recursos que antes eran públicos (eran entregados por la Tierra). El libre comercio funciona como palanca de cambio, dotando de tierras, agua y espacio aéreo a cada nación, a cada corporación. Afortunadamente, la vida está fuera de este mercado. ¿O quizás no?

En 1980, el profesor e ingeniero Ananda Mohan Chakrabarty pidió en nombre de General Electric una patente de una bacteria que produciría mayor beneficio en la explotación del crudo (EN). La oficina de patentes, a la vista que la petición intentaba patentar a un ser vivo “genéticamente modificado”, la desestimó.


Pero General Electric llevó a juicio a la oficina de patentes, y después de varios años de pleitos, consiguió lo que esperaba.

Se rompía así una de las últimas fronteras del comercio. La oficina de patentes tuvo que redactar nuevamente su normativa, permitiendo esta vez patentar cualquier tipo de sistema, vivo o no, a excepción, por ahora, del ser humano.

Desde entonces, las corporaciones pueden ser también dueños de la vida de animales o cualquier tipo de organismo. Y esto incluye también cada elemento del genoma de cualquier especie.

La vida ya es algo comerciable. Los elementos que componen la vida están siendo actualmente patentados, y el día de mañana la vida de todos esos organismos será posesión de unas cuantas corporaciones.

Creación de necesidades bajo demanda y manipulación infantil

Como ya hemos visto, para el sistema el tiempo libre es un peligro que hay que erradicar, ya que:

  1. No es monetizable.
  2. Es caótico (es decir, incontrolable).

El ocio surge entonces como respuesta al tiempo libre. Porque a diferencia del tiempo libre, el ocio cuesta dinero (ergo obliga a trabajar al ciudadano) y además está canalizado por el sistema (televisión, deportes, cine,…).

El papel más crítico de las corporaciones es el de crear necesidades que alejen al ciudadano de lo verdaderamente importante. Manipular al individuo para que sienta que necesita trabajar para obtener el dinero suficiente para obtener ese producto o servicio que le va a traer la felicidad.


Y de paso, hacerle comprender que para mantener esa supuesta felicidad tendrá que renovar el producto o servicio con cada vez ciclos de vida inferiores.

Lo que se consigue con esta estrategia es crear individuos disociados, para los que su mayor problema sea saber cuántas necesidades artificialmente creadas pueden llegar a conseguir. Atraer la vista hacia una mano, mientras en la otra ocurre el truco de magia, lo verdaderamente importante.

Para ello, las compañías no crean productos, diseñan una imagen de marca. La imagen de marca es en sí mismo el producto, y utiliza la publicidad como canal de distribución.

¿Qué necesita una corporación para que su imagen de marca se vuelva necesaria para el consumidor? Asociar el producto a un entorno físico o virtual. Que la manifestación de la imagen de marca sea el producto. Y la mejor manera de conseguirlo, es inculcando estilos de vida en el individuo.

Disney es una empresa de producción de ocio. Y también una de las mayores corporaciones sobre la faz de la tierra. ¿Su imagen de marca? La de la típica familia americana: una madre, un padre, varios niños, una casa de dos pisos y alguna mascota, en un barrio residencial de ensueño.

Y la forma más directa e invasiva de manifestar esa imagen de marca que encontraron fue con la creación de su propia ciudad: Celebration Florida (EN), con unas 1300 viviendas familiares, 4 o 5 restaurantes y más de una docena de tiendas.

Todo en la ciudad, al igual que en sus parques de atracciones, está cuidado al milímetro. Todo parece sacado de una fantasía.


Si a usted le da por ir a visitar Disney World, podrá optar porque días antes, le envíen a casa la MagicBand (EN), una pulsera inteligente que sencillamente le sirve para todo dentro del parque. Desde abrir la puerta del hotel, hasta pagar en cualquier comercio o entrar a las atracciones.

Es más, si quiere comer en uno de los restaurantes, descubrirá que el camarero le atiende por su nombre y sabe lo que va a pedir. Y si no tiene a mano el smartphone (la funcionalidad de la pulsera no cubre todas las casuísticas del centro), con solo acercarla a alguno de los monitores podrá configurar sus necesidades.

Por detrás, el sueño húmedo de cualquier corporación: tener el control absoluto de sus clientes. Algo que la mayoría de gobiernos llevan siglos intentando conseguir: Por dónde van, qué gustos y aficiones tienen, qué/cuándo y dónde compran, quiénes son, …

Todo al servicio del negocio, lo que les permite nuevamente adelantarse a las necesidades, o crear nuevas que su cliente ni siquiera sabía que iba a necesitar.

El caso de la publicidad enfocada a los niños daría en sí para escribir otro artículo. Precisamente publico este a unas horas después de conocer que en EEUU han interpuesto una demanda colectiva a Google por publicidad encubierta en su recién estrenado Youtube Kids (EN/enlace roto), un Youtube donde supuestamente los jóvenes pueden consumir contenido correcto para su edad, subvencionado (como todos los servicios de Google) por la publicidad, y que en la práctica está siendo utilizado para instaurar product placement en el subconsciente de los niños.

Niños con la capacidad de forzar a los padres a comprarles los productos que han visto en estos vídeos de supuestos unboxings. Y niños que el día de mañana serán adultos fieles a las corporaciones que les “amamantaron” cuando todavía no tenían capacidad crítica.

 

Hablamos de entonces de las aspiraciones imperialistas de la imagen de marca. Reductos privados amparados en necesidades artificiales. Empieza comprando un producto, luego otro, luego quizás use sus servicios, y cuando se da cuenta, está viviendo dentro de ese sistema. Y es parte del mismo. Y depende totalmente de él para sus aspiraciones personales.

Esa botella de agua en la máquina de refrescos, esas cajas en la entrada de un portal, esa conversación entre dos amigos por la calle sobre el nuevo disco de X persona. Al día somos impactados por centenares de anuncios, cuyo único fin es quedarse dentro de nuestro subconsciente, y salir justo cuando usted o un servidor está delante de una estantería en un supermercado, o de una página de comercio electrónico, o una app social. Y lo peor que la mayoría de esta publicidad no está marcada como tal, sino que sale de otros individuos como usted y como yo que ya forman parte del sistema.

Y detrás de todo eso, están las corporaciones, cuyo poder ya no rivaliza con el de los gobiernos, puesto que se han vuelto globales e intergeneracionales. Son los nuevos tiranos de la sociedad. Los mismos que nos dan de comer, nos visten y nos calzan.

Pregúntese entonces qué le motiva cada día a seguir luchando. Y piense muy bien su respuesta, puesto que quizás no salga en verdad de usted, sino que venga inculcada por el sistema.