burger king


A principios del siglo XXI había una gran preocupación por intentar ser lo más objetivos posible a la hora de estudiar los sucesos históricos.

Desde el más mínimo detalle personal, como era que las fotografías de nuestros viajes no variaran en contenido a lo largo del tiempo, hasta la manera en la que se analizaba un acontecimiento multitudinario, como puede ser el auge del populismo en la antigua Europa, era sujeto a un profundo debate sobre el acercamiento más idóneo para mantener la verosimilitud con lo que en ese momento los que allí estaban vivieron.

Lo que no deja de ser anecdótico, habida cuenta que a lo largo de los siglos anteriores tenemos múltiples constancias de cómo la historia escrita por nuestros antepasados es tan subjetiva como ellos quisieron que fuera. Que la historia, a fin de cuentas, está escrita por los ganadores, y por ende, solo corresponde con una parte interesada en que así fuera.

A medio camino entre el doblepensar y la post-verdad

Ya a mediados del siglo XX algunos visionarios adelantaron una forma de comprender el pasado más afín a los intereses de la sociedad del momento.

Los de nuestra generación hemos nacido en una época en la que el interés global se antepone a la verosimilitud, re-inscribiendo la historia ahí donde es necesario para mantener el statu quo que el grueso de la sociedad espera que se mantenga.

De ahí que quizás, si pudiéramos hablar con una persona de principios de siglo, encontráramos en ella más diferencias que si lo hiciéramos con gentes de siglos anteriores. Sencilla y llanamente lo políticamente correcto se mantiene siempre y cuando no haya una fuerza mayor que requiere dilapidarlo. Algo difícil de entender para los primeros.

Y esto, como decía, compete tanto a nivel macro como a grandes sucesos. Por ejemplo:


  • ¿Qué problema hay en que en esa foto sacada en uno de los últimos viajes que he hecho, en vez de estar bebiendo una Fanta esté bebiendo una Coca-cola? ¿Importa realmente que la Coca-cola que aparece en mi mano sea en efecto la bebida que en ese mismo momento estaba tomando, o una post-producción realizada por la compañía que me suministra el servicio? La publicidad sigue siendo hoy en día uno de los modelos de negocio más habituales de la industria, y gracias a esos pequeños elementos publicitarios insertados en lo que podríamos considerar una pieza de nuestra historia personal tenemos acceso a servicios de gran calidad totalmente gratuitos.
  • O por ejemplo, ¿qué hay de malo en evitar que dos sucesos coetáneos generen crispación entre dos sociedades culturalmente distintas modificándolos sutilmente? Las antagónicas lecturas de la realidad de principios del siglo XXI nos llevaron, precisamente, a la división de los dos grandes continentes: América con el Totalitarismo Tecnosocial y la antigua Europa con La Descentralización. Todas las guerras se deben, en esencia, a las discrepancias de unos y otros a la hora de comprender un suceso. Gracias a servicios como Reminder, capaces de reescribir la historia de cada uno, evitamos que esto vuelva a ocurrir. Reminder, como ya he explicado en alguna otra ocasión, elige la realidad que más puntos tiene en común con el grueso de sus usuarios, y la aplica en su justa medida al timeline de cada uno de ellos, que como bien sabe, se ha vuelto de facto la herramienta más cercana que tenemos a esa utópica externalización de la memoria.

Si todos creemos en algo, y tenemos pruebas de que ese algo ocurrió como todos creemos, ¿qué importa que fuera exactamente así o ligeramente distinto? O mejor aún, ¿qué hay más verdadero que la lectura que todos tenemos en común?

Los comienzos de La Historia Patrocinada

Sin embargo, encontrar el momento exacto en el que aquella sociedad de principios del siglo XXI “cambió su chip” asumiendo el inestimable valor de La Historia Patrocinada, resulta cuanto menos complejo.

Algunos aseguran que bien podría datarse en el instante en que Google, un buscador del viejo Internet, decidió sacar al mercado Google Photos, uno de los primeros servicios de almacenamiento de contenido en la nube ilimitado, que además se encargaba de sincronizar todo lo que el usuario sacaba desde su teléfono de forma automática.

Google, un buscador editorializado, y por tanto, dependiente por completo del negocio de la publicidad, supo en futuras versiones monetizar el servicio incluyendo publicidad subliminal en lo que hasta el momento los usuarios habían considerado una línea que no se debía cruzar: la de sus recuerdos gráficos.

Pocos meses más tarde, con la explosión de los asistentes de voz entre los que estaban el de esta compañía (Google Home) y el primer acercamiento a Sarah por parte de Amazon (llamado Amazon Echo), junto a su paulatina irrupción en entornos tan hasta el momento privados como era el hogar, el paradigma de ambient listenning and seeing que estos dispositivos ofrecían fue aprovechado por no pocas marcas para publicitar y hasta tergiversar su funcionamiento.

Muy sonado fue el caso de Burger King, que utilizó un anuncio en televisión de apenas 15 segundos en el que un supuesto trabajador de la compañía le pedía al dispositivo del espectador que le dijera qué opinaba de sus hamburguesas. Por supuesto, a la petición el dispositivo, habitualmente situado en el salón, se activaba y leía a su usuario algunos de los extractos de una página modificada de la Wikipedia.

(Video eliminado de Youtube)


El problema ya no solo era que se estuviera invadiendo la intimidad del hogar para fines publicitarios. Es que además, para ello, se rompía la política de uso del propio servicio y también de plataformas como la propia Wikipedia, que aspiraba hasta entonces por volverse “la mayor enciclopedia del mundo”, sin posibilidad alguna de incluir contenido publicitario en sus páginas.

Burger King no fue el primero. Un par de años antes un anuncio de Xbox (EN) activaba “aparentemente sin querer” las consolas de la gente. La propia Google lo utilizó como reclamo en uno de los anuncios de la Super Bowl (EN), y lo mismo le ocurriría a Amazon Echo con la petición masiva de casas de muñecas (EN) después de que una niña hiciera el pedido y fuera retransmitido a miles de hogares.

La cuestión, no obstante, es que con el paso del tiempo el sentido común se antepuso a las aspiraciones del objetivismo purista de principios de siglo, y dio paso a una sociedad que quizás no contase con las garantías de verosimilitud que muchos desearíamos, pero que por lo menos era más segura y “adecuada” a los intereses de todos.

Una sociedad sin guerras, sin malentendidos, sin tristeza. Un mundo feliz en el que todo está convenientemente hilado. En el que las grandes corporaciones velan por nuestro futuro, y nuestro único cometido como individuos es disfrutar del momento.

Sin preguntas incómodas. Sin discrepancias.

 

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Inspirado en esta paulatina ruptura de los límites a los que la publicidad puede llegar, corrompiendo la lectura de la realidad de cada uno de nosotros, o adentrándose en escenarios históricamente considerados privados o carentes de patrocinio publicitario.

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